No basta con que algunos valientes resistan mientras la mayoría calla.
No basta con que algunos valientes resistan mientras la mayoría calla.
La Biblia ha sido una fuente de inspiración para poetas, novelistas y dramaturgos. A partir de las narraciones de la creación, las parábolas, los salmos de esperanza y las visiones proféticas, los escritores han alimentado su imaginación para dar vida a obras memorables. Autores tan diversos como Dante, Milton, Tolstói, Víctor Hugo, Unamuno o Borges se sirvieron del lenguaje simbólico y de la fuerza narrativa de las Escrituras para legar a generaciones enteras un vasto arsenal de imágenes con las que reflexionar sobre el sufrimiento humano, la justicia y la esperanza en la vida que triunfa sobre la muerte.
Algunos no solo partieron de las narraciones bíblicas, sino que también adaptaron elaboraciones teológicas para incorporarlas a su obra. Uno de ellos fue César Vallejo, quien en su poema «La masa», escrito durante la Guerra Civil Española, recurre a una imagen de profunda resonancia bíblica, como lo es la resurrección, para expresar la victoria de la fraternidad universal.
El poema comienza presentando a un combatiente caído: «Al fin de la batalla, / y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre / y le dijo: “¡No mueras; te amo tanto!”». Un solo hombre se acerca con amor y súplica al combatiente caído, pero el amor individual, aunque sincero, no basta para vencer la muerte ni la injusticia.
Luego viene el estribillo, que se repetirá cuatro veces: «Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo». La muerte es irreversible mientras la acción no sea colectiva. El punto de partida para Vallejo es la impotencia de lo individual. «Se le acercaron dos y ripitiéronle: / “¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”». Aparecen dos hombres, crece el número de voces. Ya no es un amor individual, sino comunitario. No obstante, el muerto aún no responde: «Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo».
En la siguiente estrofa, se multiplican las voces: «Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, / clamando: “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”». Los números se amplían en progresión geométrica, el amor es enorme, pero parece inútil ante la muerte: «Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo». Hemos llegado al crescendo que prepara el desenlace: «Le rodearon millones de individuos, / con un ruego común: “¡Quédate hermano!”». Ahora son millones, se alcanza la masa total, la humanidad entera. Subraya la fraternidad universal, «Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo».
La fraternidad desata el giro decisivo, llega el clímax: «Entonces todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar…». El muerto resucita no por un milagro divino, sino por la fuerza de la solidaridad universal. Abraza al «primer hombre», cerrando el círculo: lo que empezó como un amor individual se consuma gracias a la humanidad entera. «Echóse a andar», transmite continuidad, esperanza: la vida sigue.
Vallejo, con su fe humanista teñida de resonancias cristianas, nos desafía a creer que la última palabra no la tienen ni la guerra, ni la opresión, ni el autoritarismo, sino la fraternidad. En tiempos de sombras, su poema nos llama a rodear al caído, sea un combatiente, un pueblo o la misma democracia, y a devolverle la vida con nuestra unidad. Porque solo entonces, como en el verso final, la humanidad podrá «echarse a andar».
No basta con que algunos valientes resistan mientras la mayoría calla. Es necesario que los pueblos, todos los pueblos, se unan en un clamor común contra la injusticia. El combatiente que «echóse a andar» es símbolo de la democracia resucitada gracias a la participación de la multitud. Allí la poesía se vuelve profecía: ningún régimen autoritario puede sostenerse indefinidamente frente a la unidad fraterna de quienes claman vida y libertad.
En un tiempo en que las democracias parecen frágiles y las tentaciones totalitarias resurgen bajo diversos disfraces, el poema «La masa» nos recuerda que la victoria sobre la muerte política y espiritual no depende de caudillos ni de líderes carismáticos, sino de la solidaridad universal. Como en el poema, la salvación no viene de uno, sino de todos. Y la esperanza no es un don pasivo, sino un acto comunitario que se ejerce rodeando al caído, levantándolo y caminando juntos.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim
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