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El “sueño americano” de los nacidos en los 90

Antes, un empleo estable alcanzaba para casa propia, carro y vacaciones.

Viendo la película “Gladiador 2”, descubrí un término que resonó en mi cabeza. Sin ánimos de spoilers, hay una escena donde al protagonista le dan dos monedas por su buena pelea del día y explican que un esclavo puede comprar su libertad. Es ahí cuando se habla del “sueño romano”. El “sueño romano”, aparentemente, era ser libre, poder ser dueño nuevamente de ti y no tener que jugarte la vida en cada pelea con babuinos, rinocerontes u otros gladiadores. Esto, inevitablemente, me hizo recordar el famoso “sueño americano” con el que muchos de nosotros crecimos.

Nací en 1996, así que crecí escuchando que el “sueño americano” era tener una casa propia, un buen trabajo, un carro brillante en la cochera y la jubilación asegurada. Todo parecía cuestión de esforzarse, ahorrar y ser “responsable”. En términos simples, se refiere a la creencia de que cualquiera, sin importar su origen, clase social o lugar de nacimiento, puede alcanzar el éxito y la prosperidad a través del trabajo duro, el esfuerzo personal y la determinación. Obviamente, a esto podemos sacarle muchas críticas, pero dejaremos eso para otra columna.

Es claro que el contexto en el que vivimos ha cambiado mucho desde mediados del siglo pasado, y eso me llevó a preguntarme: ¿Cuál es la versión del “sueño americano” para mí, mi generación y las generaciones circundantes? A nosotros nos vendieron la idea de que el futuro era brillante si estudiábamos, trabajábamos duro y hacíamos “lo correcto” ¡Alerta de spoiler!: lo hicimos y lo único que algunos obtuvimos fue ansiedad, depresión crónica y la promesa de que, tal vez, algún día podremosS pagar terapia.

Pasamos de la promesa de un futuro próspero a un presente donde tenemos que sobrevivir al día porque el sistema se encargó de ajustar las expectativas. Antes, un empleo estable alcanzaba para casa, carro y vacaciones. Hoy, un empleo estable es un mito urbano, y con suerte los sueldos alcanzan para pagar el internet, el plan telefónico, el pago mínimo de la deuda para no generar interés y una salida al mes (si no hay inflación sorpresa). ¿Pero pagar una casa? Claro que no. A lo mucho podemos aspirar a un alquiler eterno, un “roomie” que no siempre paga puntual o a aceptar que no saldremos de casa de nuestros padres antes de los 30 ‘s. 

La movilidad social que nuestros padres y abuelos conocieron se convirtió en un elevador descompuesto: apretamos el botón, pero nunca subimos. En su lugar nos dejaron la economía “gig”: contratos temporales, pagos por hora, cero prestaciones y la tortuosa libertad de trabajar para cinco jefes a la vez… sin seguro médico.

El sueño americano prometía prosperidad. El nuestro no promete, exige resistencia. Resistencia para: sobrevivir al costo de la vivienda, sobrevivir al colapso ambiental, sobrevivir al “burnout”, sobrevivir a las deudas. Sobrevivir, punto.

Nos dijeron que estudiar nos abriría las puertas, y sí: las de la deuda estudiantil. Nos prometieron estabilidad si trabajábamos duro, pero trabajamos duro y lo que tenemos es salario mínimo y dos empleos “freelance”. El carro ya no simboliza libertad, simboliza gasolina cara, tráfico y seguros que no cubren nada. El retiro digno es ciencia ficción: a lo mucho una tanda de criptomonedas que suben y bajan.

Nos dijeron “el futuro está en tus manos”, pero el futuro se siente más como una suscripción premium que no podemos pagar. Y, aun así, aquí seguimos: haciendo memes, y sobreviviendo con ironía. Porque si algo aprendimos es que el sueño ya no es americano, es simplemente despertar sin tanto miedo al día siguiente.

Y aquí está la ironía: sobrevivir ya no es fracaso, es el nuevo éxito. Pero necesitamos mirar quién diseñó este sistema que nos deja al borde de la quiebra emocional y económica. Porque el sueño sobreviviente no es un accidente generacional: es la consecuencia de políticas que priorizan ganancias sobre vida, deuda sobre bienestar, productividad sobre humanidad.

Si logramos pagar la renta sin temblar, dormir cinco horas sin despertarnos con ansiedad y todavía reírnos con un meme al final del día… entonces, sí, alcanzamos el sueño sobreviviente. Pero que no nos engañen: resistir no debería ser la máxima ambición de una generación.

Miss Universo El Salvador y consultora política

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