Light
Dark

El orgullo de enseñar donde más me necesitaban

Por: Jaime Parada, docente jubilado Cuando buscaba la oportunidad de laborar en la carrera docente, decía que iba a trabajar donde me dieran el nombramiento. Así fue como después de varios años de haber presentado mi solicitud, se me notificó mi aceptación como auxiliar docente en una escuela rural de la zona costera en La Paz. Llegué al cantón El Zapote, sin conocer la  zona, horarios de transporte y a los compañeros con quienes compartiría escuela.  Al tomar posesión del cargo, me enteré de que en la mañana sólo llegaban dos buses cerca de la zona. El primero me dejaba a 2 kilómetros de distancia de la escuela (en este viajábamos), por lo que hacía el recorrido a pie, en compañía de otros trabajadores que también se dirigían a la zona.  Si por mala suerte tomaba el segundo bus, me tocaba quedarme en El Cantón San Antonio los Blancos, esperando que pasara alguien con carro y me llevara. Por la tarde, el único bus que pasaba lo hacía antes de terminar la jornada, así que al salir el grupo de maestros pedíamos aventón, pero gracias a Dios siempre hubo quien lo sacara a uno del lugar. El lugar aún carece de agua potable y, en aquel entonces, nos tocaba andar cargando termos con agua para todo el día. Intentamos tomar agua de la que consumían los alumnos, pero nos enfermamos. Recuerdo que alguien nos decía que éramos cuchineros, recordando a quienes compraban cerdos para destazar y andaban agua para ir …

Por: Jaime Parada, docente jubilado

Cuando buscaba la oportunidad de laborar en la carrera docente, decía que iba a trabajar donde me dieran el nombramiento. Así fue como después de varios años de haber presentado mi solicitud, se me notificó mi aceptación como auxiliar docente en una escuela rural de la zona costera en La Paz.

Llegué al cantón El Zapote, sin conocer la  zona, horarios de transporte y a los compañeros con quienes compartiría escuela. 

Al tomar posesión del cargo, me enteré de que en la mañana sólo llegaban dos buses cerca de la zona. El primero me dejaba a 2 kilómetros de distancia de la escuela (en este viajábamos), por lo que hacía el recorrido a pie, en compañía de otros trabajadores que también se dirigían a la zona. 

Si por mala suerte tomaba el segundo bus, me tocaba quedarme en El Cantón San Antonio los Blancos, esperando que pasara alguien con carro y me llevara. Por la tarde, el único bus que pasaba lo hacía antes de terminar la jornada, así que al salir el grupo de maestros pedíamos aventón, pero gracias a Dios siempre hubo quien lo sacara a uno del lugar.

El lugar aún carece de agua potable y, en aquel entonces, nos tocaba andar cargando termos con agua para todo el día. Intentamos tomar agua de la que consumían los alumnos, pero nos enfermamos.

Recuerdo que alguien nos decía que éramos cuchineros, recordando a quienes compraban cerdos para destazar y andaban agua para ir mojando los animales comprados y no se les ahogaran en el camino.

Mi nombramiento sustituía al director que en ese momento estaba y automáticamente me dejaron el cargo. Lo intenté un mes, pero renuncié y tomé el cargo de subdirector con el fin de ayudar.

Tuve un acercamiento grande con los alumnos y padres; no solo era responsable de la disciplina, sino también tenía aulas a mi cargo.

Mi trabajo en la zona rural fue una experiencia bonita, me identifique con mi cantón, me identifique con mi escuela tanto así que durante los años que trabajé, jamás intenté solicitar traslado.

Los padres de familia y los alumnos aceptaron mi presencia y me brindaron su apoyo y amistad. Recuerdo que un compañero que trabajaba en un instituto nacional me ofreció ayudarme a acercarme a la ciudad y trabajar en bachillerato. Yo tenía la experiencia, pero lo rechacé porque sentía que estaba haciendo algo importante en mi escuela. 

Tuve experiencias gratificantes con muchos estudiantes, tanto cuando eran mis alumnos como cuando llegaban de otros lados a continuar sus estudios. 

Cuando terminaban noveno grado, el cantón no tenía bachillerato. Para mis alumnos desde ahí comenzaba una dura aventura para llegar a un instituto, la parte económica jugaba un papel importante. 

No creo poder contar todas las experiencias, pero recuerdo con cariño a Ernesto: cursaba tercer ciclo en mis primeros años cuando aún estaba conociendo el lugar. Yo le llamaba la atención todos los días por llegar tarde a clases, él no contaba el porqué.

Después supe que Ernesto trabajaba en la mañana en una construcción y de ahí salía sin almorzar directo para la escuela. 

Sentí pena de mí mismo por no intentar entenderlo, y a partir de ahí lo traté diferente. 

Al terminar su noveno grado, el joven ingresó a un instituto nacional como conserje, le dieron la oportunidad de estudiar bachillerato. Luego, por ratos trabajando y otros estudiando, terminó la universidad. Un día, al encontrarnos, me contó que había terminado la carrera, era arquitecto.

Finalmente, puedo contar que al terminar mi vida activa en el ministerio ya trabajaba con exalumnos como compañeros en la escuela, hoy complejo educativo.

Patrocinado por Taboola