No le quedaba más risa que la de su última careta. Aquella que nos deja la fortuna cuando se va sin prometernos volver.
No le quedaba más risa que la de su última careta. Aquella que nos deja la fortuna cuando se va sin prometernos volver.
Con el correr de los años un incendio voraz consumió al legendario “Circo Orión”. Mascarada decidió marcharse y no volver a las carpas. Allá donde -en la dorada penumbra del ayer- quedaban risas, aplausos y amores perdidos. Tristemente, Calipso -su humana y amada marioneta- había fallecido en el siniestro. Como dejan de vivir las sirenas en cuentos y leyendas de ultramar. “El títere muere cuando su autor se marcha” -habría dicho el Hado inmortal. Fue así como en un dorado atardecer el cómico de los disfraces se fue de largo hasta perderse de vista en la distancia de la leyenda. Tal vez buscando el lejano carne-vale o la invisible senda de sus pasos perdidos. En el incendio había perdido todas sus máscaras. Entre ellas el dorado antifaz de oro del amor. No le quedaba más risa que la de su última careta. Aquella que nos deja la fortuna cuando se va sin prometernos volver. Pero aquel actor de su propio destino encontraría finalmente la respuesta del enigma de su drama. Al fin y al cabo todo mago -o aprendiz del asombro- puede crear nuevamente la felicidad en la pista del circo de la vida. Aunque éste quede vacío como un sueño. (XLV) de: “La Máscara que Reía.” ©
La realidad en tus manos
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