El Día de los Difuntos es, por lo tanto, una celebración rica en simbolismo y significado, que refleja la conexión entre los vivos y los muertos y la importancia de recordar y honrar a aquellos que han partido.
El Día de los Difuntos es, por lo tanto, una celebración rica en simbolismo y significado, que refleja la conexión entre los vivos y los muertos y la importancia de recordar y honrar a aquellos que han partido.
Estamos ante una de las fechas más esperadas por la población. Quizá suena algo contradictorio celebrar una fecha para recordar a los que seguimos amando, seguimos recordando, pues compartimos parte de nuestra vida con estos seres. El tiempo no perdona; podemos ver cómo la fecha ha conllevado tantísimos cambios, cuando lo que debe ser más importante es el sentido de ese día. Los camposantos se engalanan, siquiera por un día se vuelven de colores, y nuestros deudos reciben nuestro amor un día al año, pero lo considero en forma evidente, pues siempre están presentes en nuestra memoria, recuerdos y nuestro corazón.
Venimos de que dedicar ese día era un encuentro familiar donde grandes y chicos visitaban las tumbas, las que eran adornadas con todo el cariño del mundo; era más que un deber familiar, una auténtica forma de reconocer y recordar. Poco a poco los que un día fuimos los «chicos» dejamos de asistir a visitar a nuestros abuelos, de a poco se fue perdiendo ese espíritu tan hermoso; hoy en día muchos nietos no tienen ni idea de dónde se encuentran enterrados sus antepasados. Parece mentira, pero ya la cuarta generación de una familia no tiene la menor idea de dónde están enterrados sus bisabuelos, y éstos quedaron en un abandono eterno. Aquí es donde fervientemente creo que mis seres queridos no mueren, pues siguen en mi recuerdo, en mi mente; en cualquier instante se viene alguna memoria, algún dicho o alguna vivencia. Lo mismo les pasará a ellos.
Debemos ver desde el área antropológica qué representa «el Día de los Difuntos», también conocido como el Día de los Fieles Difuntos, es un día festivo religioso en el que se recuerda a aquellos que han fallecido. Según la doctrina católica, esta celebración tiene raíces en las tradiciones prehispánicas de las culturas mesoamericanas, donde la muerte era vista como una parte del ciclo de la vida y se rendía culto a los muertos. En México, el Día de Muertos es una de las festividades más emblemáticas, cuando las familias se reúnen para honrar a sus seres queridos que han partido. Las celebraciones incluyen la creación de ofrendas en los altares, que suelen estar decoradas con flores de cempasúchil, velas, comida y otros elementos que simbolizan la bienvenida a las almas de los difuntos.
La celebración del Día de los Muertos es un ejemplo de sincretismo cultural, donde las tradiciones indígenas se fusionaron con las festividades católicas traídas por los conquistadores españoles. Esta mezcla ha dado lugar a una celebración única que honra a los muertos de una manera colorida y festiva, en lugar de un luto sombrío. En 2008, la UNESCO reconoció el Día de Muertos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, destacando su valor cultural y su significado profundo.
El Día de los Difuntos es, por lo tanto, una celebración rica en simbolismo y significado, que refleja la conexión entre los vivos y los muertos y la importancia de recordar y honrar a aquellos que han partido. No importa la raza ni la cultura: el tema de la muerte es un tema eternamente presente, respetado y conmemorado. Egipcios, mayas, incas, griegos, romanos, hindúes, musulmanes y, según la religión que se profese, también tienen su forma de conmemorar.
Lamentablemente, las cosas son diferentes: todo lo actual es «ligero, light», más que ofende ni que moleste, pues tan importante fecha va quedando en el olvido. Definitivamente todo cambia y, claro, la pandemia del #COVID_19 aceleró estos cambios. Después de que era un deber visitar a nuestros seres queridos, ya ir a visitar la tumba de los antepasados va quedando atrás. Llegará un día en que, si no inculcamos esta tradición como muestra de respeto, nuestras siguientes generaciones ni sabrán dónde estuvo enterrada su familia. Así las cosas.
La hermosa arquitectura de antaño, cuando los mausoleos eran obras de arte, ahora cede paso a la cremación, una de las nuevas formas de «enterrar» a los nuestros. Así de sencillo: todo se resume en una pequeña caja con las cenizas; todo queda encerrado en esa caja. Ya no salen de sus casas. Y la otra es que, a pesar de visitar cementerios, todos tienen una modernidad que superó los sentidos. Todo se ha convertido en una perversa comodidad para nosotros, donde no necesitamos llevar grandes y bellos arreglos florales. Recordemos que estamos en la época «light», donde el objetivo es lo fácil.
Hablamos de la parte antropológica, de la arquitectura de los bellísimos monumentos donde descansan nuestros seres queridos; sin embargo, lo más importante que debe predominar es ese mausoleo que llevamos dentro, con todos nuestros recuerdos, las oraciones que hacemos por su memoria, por su descanso eterno, eso que nos acerca a nuestros seres queridos. Podrá la tecnología servir tantísimo, pero ese calor que guardamos por los nuestros no hay inteligencia artificial que pueda derrumbar ese nexo amoroso e infinito.
Queda en nosotros inculcar en nuestros hijos el amor por nuestros antepasados y no permitir que el joven pierda esa noción, ese lazo con sus orígenes. La muerte, el duelo, es parte de la vida misma, cuando el dolor y el amor van de la mano, y esta fecha nos sirve para recordar y conmemorar la vida de quienes en vida fueron. Finalizo: para muchos que somos católicos, lo importante de este 2 de noviembre es que ganamos indulgencias con la confesión, comunión, la oración de aborrecimiento del pecado y la visita al camposanto o cementerio.
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