Mi amiga Mariana tenía una pequeña tienda de ropa, una “boutique”. Traía piezas hermosas, pues las escogía personalmente en sus viajes al extranjero. Era generosa con sus amigas: nos daba consejos de estilo y también crédito. “Mirá esta blusa morada”, me decía. Yo no era de morado, pero de pronto esa blusa morada era justo lo que necesitaba para la fiesta.
Apuntaba lo que le debíamos en un cuaderno rayado común. Además de vender sus propias prendas, Mariana daba espacio a amigas que querían —o necesitaban— vender cualquier cosa para subsistir. En su boutique había carteras, collares, llaveros y billeteras que no eran de ella, pero que impulsaba con el mismo esmero, mucho antes de que existiera el término “mercadito” o “emprendedor”. Nunca cobró comisión por tenerlos allí; no creo que se le hubiera ocurrido. Simplemente apuntaba lo vendido en otro cuadernito.
Frente a su escritorio había una banca de esas “chapinas” y, sobre todos los cuadernos, un tercer cuaderno: siempre sencillo, de tapa dura, ordenado, pero remendado con tirro. Mientras una pagaba o se probaba ropa, le contaba a Mariana su vida, muchas veces sentada en la famosa banca “chapina”. Ella, después de esas charlas y cuando la clienta se iba, escribía la necesidad que había oído en el cuaderno remendado.
Pocas lo sabían, pero como yo siempre he sido meque, un día le pregunté. Mariana pasaba mucho tiempo sola en su tienda. Como todos, tenía sus penas y comenzó a escribirlas en su cuaderno. Luego le surgió la idea de escribir también las de sus clientas. El que yo tenía enfrente era la tercera edición de aquel cuaderno lleno de peticiones, dolor y esperanza.
Una mañana de diciembre de 2012, Mariana me llamó. ¿Qué había pasado con mi estreno de Navidad? “Mariana”, le dije, “estoy sin trabajo. No creo que haya estreno este año”. Me pidió que llegara a platicar, y llegué, tratando de no ver las blusas y pantalones que no podía comprar. Me senté en la banca chapina y le conté mis miserias.
Mariana me escogió mi estreno: un pantalón negro y una blusa roja con dos hileras de piedras negras que brillaban al acompañar. “Pero no puedo pagar…”, le dije. “Ya me vas a pagar”, me replicó. Hasta el día de hoy tengo sobre mi escritorio una foto con mis padres, más jóvenes, en la que uso esa blusa.
Quisiera decir que me dieron trabajo en enero, pero no fue así. Conseguí empleo hasta abril de 2013 y, en mayo, fui a pagar mi estreno de Navidad. Un año después conseguí el trabajo de mis sueños. Corrí a contárselo a Mariana. Me dio un gran abrazo y, sonriendo, sacó su cuadernito. No había dejado de pedir por mi trabajo hasta que tuve el que realmente quería. Frente a mí, tachó la petición.
Cuando a uno le va bien, empieza a darse lujos. Comencé a comprar ropa en tiendas “buenas”. Sin embargo, para Navidad, siempre procuraba buscar mi estreno en la boutique de Mariana. Mi último estreno lo compré en 2019, antes de la pandemia: una blusa floreada y un pantalón rojo. Estaba gordísima, pues mi tiroides aún estaba descontrolada. Y, por cierto, durante todos esos años en los que me fue imposible controlar mi peso, de alguna manera Mariana siempre lograba vestirme a pesar de todo.
Fue la última vez que hablamos. En esa cuarta o quinta edición del cuaderno pedimos por mi tiroides.
Mariana cerró su boutique después de la pandemia y se mudó fuera del país. Nunca pude despedirme de ella y le perdí el rastro. Hace unos días, saliendo de misa, me encontré con una amiga en común. Los recuerdos de la boutique, la banca “chapina” y el cuadernito me golpearon con nostalgia. Le pregunté si sabía dónde estaba Mariana, pero ella también había perdido su rastro.
Mariana, si lees este artículo, quiero que sepas que bajé de peso; que, aunque no estoy sana, estoy controlada; que ese último “outfit” lo usé por casi cinco años porque no podía dejarlo ir. Quiero que sepas que descubrí que nunca pude llevar un libro de oraciones porque no era sencilla de corazón como tú. Pero la vida, y ver envejecer a mis padres siendo hija única, me cambió. Hace unos días encontré un cuaderno de tapa dura muy parecido al que tú tenías y escribí mi primera oración.
Allí estarás tú y muchas otras personas más.
“Que el Señor les bendiga y les guarde.
Que el Señor ilumine su rostro sobre ustedes
y les conceda la paz”.
En 2026
26 de diciembre
Año Santo de la Esperanza
MMXXV