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El asesinato de Charlie Kirk, la epidemia de las armas y la libertad de expresión

Utilizar un crimen como excusa para eliminar la disensión es uno de los recursos típicos del autoritarismo.

El asesinato del activista y comentarista de derecha Charlie Kirk refleja un conjunto inquietante de contradicciones en Estados Unidos: la proliferación de armas letales, la polarización política, y una posible erosión de la libertad de expresión que es preciso atajar a tiempo. El uso del asesinato de Kirk como instrumento político debe alarmarnos.

La proliferación de las armas de fuego –de cuya posesión individual Kirk era un firme defensor– ha facilitado que se cometan masacres, tiroteos, crímenes que afectan a comunidades enteras y a la sociedad en general. Un país que tiene más armas en manos de ciudadanos privados que habitantes vive bajo la amenaza de que muchos conflictos –tanto personales como políticos o ideológicos– degeneren en tragedias.

El asesinato de Kirk confirma lo que numerosos estudios señalan desde hace tiempo: la violencia armada se ha convertido en una epidemia, en un problema de salud pública, como observó en 2021 el doctor Anthony Fauci, ex director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas.

En este penoso episodio no debe pasarse por alto una peligrosa narrativa política. A raíz del asesinato, el discurso oficial y mediático se orientó a culpar a una “izquierda terrorista”, sin presentar evidencias. El vicepresidente J. D. Vance exhortó a los ciudadanos a denunciar a los que celebraran la muerte de Kirk. Se intentó poner las críticas al segmento conservador y la discrepancia política con el gobierno y sus partidarios en la misma categoría de las amenazas de violencia.

Utilizar un crimen como excusa para eliminar la disensión es uno de los recursos típicos del autoritarismo. La “defensa de la democracia” nunca es una justificación automática para recortar derechos fundamentales. Los ataques o las represalias contra críticos y disidentes no fortalecen al sistema democrático sino todo lo contrario: lo debilitan.

La hipocresía salta a la vista: un tiempo atrás, ese mismo discurso, pero en el bando contrario, habría sido criticado ferozmente con frases como “izquierda censora” y “cultura de la cancelación”. Evidentemente, el apoyo a sancionar expresiones críticas revela que para algunos la libertad de expresión es válida solo cuando favorece al discurso oficial.

Pero la libertad de expresión no es un privilegio selectivo. En la democracia, la libertad de expresión tiene que aplicarse no solo a lo que nos agrada, sino también a lo que no nos agrada, incluyendo las voces disidentes, las críticas. Si imponemos filtros ideológicos, abrimos la puerta al uso arbitrario del poder.

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El asesinato de Kirk merece que se lleven a cabo investigaciones rigurosas y que la justicia prevalezca. Pero el lamentable crimen no debe transformarse en una excusa para demonizar a la oposición política y, sin ofrecer ninguna evidencia concreta, para apuntar con el dedo a los que disienten. Esa actitud equivale a socavar las bases del pluralismo democrático.

Como sociedad, debemos condenar y evitar la violencia política, y al mismo tiempo exigir controles efectivos a la absurda proliferación de las armas. Y también advertir que el uso político de una tragedia para intentar silenciar a las voces discrepantes es un paso antidemocrático que conspira contra nuestras libertades.

Andrés Hernández Alende es un escritor y periodista radicado en Miami

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