La tecnología puede ser un gran aliado para que los docentes recuperen tiempo y energía, pero la esencia de la personalización está en el vínculo humano.
La tecnología puede ser un gran aliado para que los docentes recuperen tiempo y energía, pero la esencia de la personalización está en el vínculo humano.
Este año tuve la suerte de ser becada para estudiar la maestría en Políticas de Educación en la Universidad de Harvard. Una de las actividades, aparte de las clases, son tres cenas con un profesor para discutir, en un pequeño grupo, sobre una temática. Escogí el tema del aprendizaje personalizado, porque está en la boca de todos en el sector de la educación, y yo seguía sin entender qué significaba realmente.
En la primera cena, el profesor me preguntó qué significaba para mí ese término. Para mí, era tener una aplicación, de matemáticas, por ejemplo, tipo Khanmigo (del gigante de material tecnológico de educación Khan Academy), que, en función del nivel del alumno, propone ejercicios y se va adaptando después de cada respuesta. Me imaginaba algo con tecnología, un sitio de Internet que se ajusta a los intereses de cada estudiante.
La siguiente semana, el profesor nos preguntó: «¿Qué experiencia los ha marcado más en el colegio?». Sin dudarlo, respondí: “Mis profesores”. Recuerdo mis clases de historia y cómo, al regresar a mi casa por la noche, les contaba a mis papás todo lo que había aprendido, como si fuera un cuento. Cada comentario escrito por mis profesores, en un trabajo al que le había puesto mucho esfuerzo, me daba una gran satisfacción. Mis compañeros respondieron lo mismo: fueron momentos en los que nuestros maestros nos hicieron sentir inteligentes, importantes, diciéndonos que nuestras ideas eran buenas, y eso nos marcó.
En la última cena, el profesor nos volvió a hacer la misma pregunta de la primera sesión: «¿Qué es el aprendizaje personalizado?». Llegamos todos a la conclusión de que se trata, sobre todo, de tener una interacción cercana con un ser humano: un maestro que pone atención al estudiante. Aprendí que existe una diferencia entre lo individualizado, lo personalizado y lo personal. Lo individualizado es ajustar el ritmo o nivel de los contenidos al estudiante, lo personalizado suele entenderse hoy como el uso de tecnología adaptativa, pero lo personal es la relación humana, el vínculo que hace sentir a un alumno que alguien lo ve, lo escucha y cree en él. Por ejemplo, un tutor trabaja con un grupo reducido de cuatro estudiantes, dentro de la escuela, durante todo el año. Lo importante no es solo el contenido que se enseña, sino la relación constante, el hecho de que los alumnos digan con orgullo en el pasillo: “Ese es mi tutor, gracias a esa persona no reprobé”. Esa continuidad y confianza generan una conexión que, muchas veces, vale más que cualquier tecnología costosa.
Tengo que admitir que al empezar la maestría era bastante escéptica en cuanto a la tecnología. No pensaba que bastaba con apps inteligentes para resolver los problemas del aula. La tecnología es importante, pero no porque sustituya a los docentes, sino porque puede ayudarlos. Los profesores cargan con tantas tareas administrativas, además de enseñar el currículo que, a veces, no tienen el tiempo que quisieran para acompañar a cada alumno. Bien utilizada, y con la formación adecuada, la tecnología puede ahorrarles tiempo: podría encargarse de pasar lista, de corregir exámenes básicos o de generar reportes automáticos. Ese tiempo liberado se transformaría en algo mucho más valioso: conversaciones con los estudiantes, apoyo a quienes todavía tienen dificultades para leer y escribir o simplemente escuchar a un niño contar cómo le fue en su día.
Sin embargo, en estas conversaciones también surgieron advertencias. La primera es la de la equidad: los niños de familias con más recursos, probablemente, tendrán acceso a excelentes maestros apoyados por la IA y a tutores privados, mientras que los demás corren el riesgo de quedarse sin profesores y sin tecnologías apropiadas. La segunda advertencia es la de la escala, aunque la tecnología se venda como la solución para llegar a todos, a gran escala puede volverse superficial y nunca reemplazará la atención genuina de un adulto. El mercado está lleno de promesas sobre plataformas que, supuestamente, transforman la educación, pero muchas veces subvaloran lo humano.
Al final, entendí que hablar de aprendizaje personalizado es hablar de relaciones, de interacciones significativas, de esa chispa que enciende un profesor cuando te hace sentir capaz. La tecnología puede ser un gran aliado para que los docentes recuperen tiempo y energía, pero la esencia de la personalización está en el vínculo humano.
Queremos escuelas donde cada niño sienta que alguien lo ve y lo acompaña. Y si la tecnología puede ayudar a que eso ocurra más a menudo, bienvenida sea. Pero nunca olvidemos que lo verdaderamente personal, no se programa: se vive en la relación entre las personas.
María Renée Palomo
Graduada de la maestría en Políticas de Educación de Harvard
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