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Dorado amanecer de la otra mitad de la vida

“¿Es sólo mi feliz desvarío que me hace verte o es hechizo de la selva virgen, amada mía? Ánima que surges del aire, allende todo lo pasado y que hoy en mi vida y soledad, es promesa al fin del imposible.

Tan cierta es la ilusión de la realidad, como la ilusión hecha realidad. Sin salir de su asombro, el peregrino rapsoda de nuestra historia se acerca a Belle con cautela y toca suavemente su rostro. Incrédulo en medio de su éxtasis de amor pregunta: “¿Es sólo mi feliz desvarío que me hace verte o es hechizo de la selva virgen, amada mía? Ánima que surges del aire, allende todo lo pasado y que hoy en mi vida y soledad, es promesa al fin del imposible. Porque -aún sin ser dueños del mañana- será nuestro este breve instante, como el de las fugaces alevillas al volar.” La hermosa trata de hacerle ver que entonces todo es verdad para él y ella. Acariciando su rostro dice a Marco Polo: “¡Tócame; abrázame! ¡Hazme daño o tuya si quieres y verás que soy real como tus versos de amor! Aunque sólo tengamos el mismo tiempo de las mariposas, la edad de un beso, de una despedida y que luego el vendaval nos robe en un instante el paraíso como a los nubarrones de la cumbre. Eternamente nuestra y del adiós. Porque -viendo como tú hacia el tiempo pasado- también comprendí que había perdido la mitad de la vida. Pero que hoy -al encontrarnos- había encontrado la otra parte. Esta aurora esplendorosa que no podremos detener como al raudo vuelo de los blancos papilios en el vendaval.” Fue así cómo las dos amantes apariciones del romance se fundieron en un infinito abrazo. Allá en el umbral de la ventana del dorado amanecer del espejismo. (XXII) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.

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