Con el correr de los años se acostumbran a ser la sombra y la risa enmascarada.
Con el correr de los años se acostumbran a ser la sombra y la risa enmascarada.
Muchos se perdieron en el carnaval de la vida, buscando la felicidad y no volvieron. O a lo mejor fue la vida quien se perdió en el carnaval. En el circo errante de esta leyenda ¡Dichosos los que perdonaron al destino y -finalmente- a sí mismos! La perversa careta de la suerte suele suplantar nuestra risa al salir a escena. Entonces dejamos de soñar porque las máscaras -conque nos cubre el hado inmemorial- hace mucho tiempo que dejaron de soñar la vida. Despertaron de pronto a la eterna vigilia, sin llegar a ver el dulce amanecer de una ilusión. Es la suerte de los actores circenses que fingen la felicidad, vistiendo la máscara que ríe. Con el correr de los años se acostumbran a ser la sombra y la risa enmascarada. Sus facciones se borran junto al difuso recuerdo de sí mismos… Es el drama del actor que pierde su máscara y la máscara que pierde al actor. Así “Mascarada” -el encantador de damas y de lunas- vivió eternamente dentro de su propio espejismo. Como les tocaría a todos los que un día fueron al carnaval y no volvieron. Y si volvieron, ya no eran los mismos de ayer. El lejano y farsante carnevale les habría robado lo que les quedaba del pasado. Entonces volvían a salir a escena, venciendo el miedo al amanecer desde la noche de la historia. (XLII) de: “La Máscara que Reía.” ©
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