Estambul tiene lugares maravillosos y de una riqueza inconcebible. Es una ciudad milenaria, conocida por diferentes nombres: Bizancio (desde 667 a.C.), Constantinopla (desde 330 d.C.) y finalmente Estambul, desde 1930.
Estambul tiene lugares maravillosos y de una riqueza inconcebible. Es una ciudad milenaria, conocida por diferentes nombres: Bizancio (desde 667 a.C.), Constantinopla (desde 330 d.C.) y finalmente Estambul, desde 1930.
Por gracia de Dios, pasamos unos días en familia visitando Estambul, una ciudad única en el mundo, que yo no calificaría como bonita; a ratos hasta parecía fea, lo que no le quita la personalidad y el encanto que hicieron de ella una meca del turismo mundial. Posiblemente los millones de turistas que la recorren, le restan belleza.
Nosotros éramos un grupo de 6 personas, siempre contracorriente: nos encontrábamos oleadas de 50+ personas, siguiendo a alguien blandiendo una banderita y sin tener el mínimo cuidado en relación al resto de la humanidad: atropellaban sin miramientos a quien encontraban en su camino, fueran ancianos o gente con dificultad de movimiento. Definitivamente, no es lo esperado de personas supuestamente interesadas en adquirir cultura y conocimientos.
Estambul tiene lugares maravillosos y de una riqueza inconcebible. Es una ciudad milenaria, conocida por diferentes nombres: Bizancio (desde 667 a.C.), Constantinopla (desde 330 d.C.) y finalmente Estambul, desde 1930. El estrecho del Bósforo hace que la ciudad se sitúe en dos continentes, Asia y Europa. Por tener más de tres mil mezquitas, el eco de las 5 llamadas diarias a la oración se escucha como una melodía de fondo que emerge entre los infinitos ruidos de la ciudad.
Se necesitan semanas para conocer todos los lugares de interés que Estambul ofrece, pero en pocos días pueden apreciarse varios de ellos, escogiéndolos cuidadosamente. En mi caso, tenía que visitar la Basílica de Santa Sofía, cuya historia me ha emocionado desde mi juventud.
Fue construida como catedral ortodoxa bizantina de rito oriental, (532 a 1453). Durante un corto período (1204 a 1261) fue reconvertida en catedral católica de rito latino, impulsada por los Cruzados. Tras la conquista de Constantinopla por el Imperio Otomano, fue hecha mezquita (1453 a 1930), cuando fue convertida en museo. A partir de 2020, Santa Sofía es, nuevamente, una mezquita. Y cabe mencionar que, por más de mil años, ésta fue la edificación religiosa más grande del mundo.
Su azarosa historia la ha convertido en la madre de todas las otras mezquitas, que son construidas siguiendo el mismo diseño de Santa Sofía. Aunque ahora está siendo restaurada, puede visitarse siempre y cuando se cumpla el riguroso respeto exigido, lo que me parece muy justo y digno de imitación por la iglesia católica, que debería imponer que las personas entren en ellas decorosamente vestidas y comportándose con la santidad que el lugar merece.
Debajo de la cúpula, sobre el sitio principal, unas cortinas enormes, cruzadas de un lado al otro, esconden una bellísima imagen de la Virgen María y el Niño Dios, hechas con mosaicos diminutos. Los musulmanes no pueden exhibir figuras humanas, tampoco de animales ni de flores. Pero su veneración por la Virgen es tan grande, que les impide destruir esa maravilla, conservada intacta a través de los siglos. También se conservan otros murales: uno de Jesús, acompañado por la Virgen y San Juan Bautista, y otro, mejor conservado, que tiene al centro la imagen de la Virgen que los católicos veneramos bajo el nombre del Perpetuo Socorro.
No puedo terminar sin mencionar la belleza de los árboles que contemplamos en Estambul: centenarios magnolios, pinabetos azules, pinos rusos que parecieran nevados, etc., todos de una belleza como solamente puede producirla el Creador.
Dejamos Estambul, pero los recuerdos de esos poquísimos días se quedarán con nosotros.
Empresaria.
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