Light
Dark

De las tablillas de barro a las plataformas digitales

Las bibliotecas son mucho más que edificios con estanterías. Son puentes: unen el pasado con el futuro.

Por: Mario Vega

Hace miles de años, en las llanuras de Mesopotamia, los hombres comenzaron a guardar sus memorias en tablillas de barro. Eran signos cuneiformes que registraban compras y ventas, plegarias a los dioses, poemas épicos que narraban hazañas de héroes y ciudades perdidas. Nadie lo sospechaba entonces, pero en esas habitaciones polvorientas de Nippur y Uruk nacía algo que cambiaría para siempre la historia de la humanidad: las bibliotecas.

Unos siglos más tarde, el poderoso rey Asurbanipal ordenó reunir todo el saber posible en Nínive. Mandó a sus escribas a copiar y recopilar cuanto texto se hallara en su imperio. El resultado fue una vasta colección de más de 30,000 tablillas. Esa biblioteca fue, en su tiempo, el más grande cofre que guardaba los tesoros de la mente humana. Y si en Nínive estuvo la raíz, en Alejandría floreció el ideal. Fundada en el siglo III a. C., la famosa Biblioteca de Alejandría quiso contener todos los libros del mundo. Los barcos que llegaban a su puerto debían entregar los rollos que transportaban; los escribas los copiaban y el original se quedaba en la biblioteca. En sus estantes resonaban los ecos de filósofos griegos, de sabidurías egipcias e hindúes. Todo un universo hecho de papiros.

Mientras Nínive y Alejandría se esforzaban por atesorar el saber de los pueblos, en un rincón del Cercano Oriente, un pequeño pueblo escribía su propia memoria. Primero fueron los relatos transmitidos de boca en boca, historias de patriarcas, canciones de victoria, leyes entregadas en el desierto. Con el tiempo, esas palabras se pusieron por escrito en rollos de cuero y papiro. Alrededor de los siglos VI y V a. C., se agregaron las historias del inicio de los cielos y la tierra, el origen del hombre, el primer pecado y la redención. La Biblia Hebrea estaba naciendo y los escribas judíos se encargaban de copiarla, agregando de siglo en siglo profetas y salmos.

Entre el año 1500 y 300 a. C., existieron 55 bibliotecas en algunas ciudades del Próximo Oriente. En Europa aún no había ninguna. Esas decenas de bibliotecas estaban, casi todas, en manos de reyes, nobles o sacerdotes. Cada colección era como un santuario secreto, reservado para unos pocos privilegiados. Los ciudadanos analfabetos no podían entrar, pero aun así, esos espacios mantuvieron viva la llama del conocimiento para tiempos futuros.

El contraste con la actualidad es asombroso, ahora existe un estimado de 2.6 millones de bibliotecas en el mundo. Europa sola alberga decenas de miles desde catedrales del saber, como la Biblioteca Nacional de Francia o la Británica, hasta las acogedoras bibliotecas de barrio donde los niños descubren por primera vez la magia de leer. En España, el 97 por ciento de la población dispone de al menos una biblioteca pública en el lugar donde vive. Hay un total de 4,649 bibliotecas en todo el país.

Las bibliotecas son mucho más que edificios con estanterías. Son puentes: unen el pasado con el futuro, a los sabios con los curiosos, a los que no pueden pagar un libro con la riqueza de las ideas. Son lugares donde cualquiera, sin importar su origen, puede aprender, investigar, soñar. Allí está Homero, ciego y eterno, cantando la cólera de Aquiles y el regreso de Odiseo. Un poco más allá, Sócrates discute con Platón, y sus preguntas atraviesan los siglos como relámpagos que no cesan. Dante Alighieri nos conduce por los círculos del infierno y nos elevaba después hacia la luz del paraíso. Cervantes sonríe y hace cabalgar a un caballero que confunde molinos con gigantes. Shakespeare se pregunta «ser o no ser». Tolstói deja caer sobre Moscú los pasos de ejércitos y el destino de familias enteras. Los pasillos se llenan de murmullos, son las voces de Petrarca, García Lorca, León Felipe, Hegel y Carlos Marx. Pablo Neruda pronuncia los versos más tristes de la noche. Gabriel García Márquez deja que Macondo florezca en medio de los estantes, mientras los Buendía caminan otra vez, condenados a cien años de soledad.

Desde aquellas tablillas de barro hasta las modernas bibliotecas digitales, lo que permanece es el mismo latido: el deseo humano de preservar la memoria y compartirla. No impidan ese anhelo, dejen que las casas del alma continúen siendo el refugio del conocimiento.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim

Patrocinado por Taboola