El cuarto Domingo de Adviento es, hoy más que nunca, motivo suficiente para que reine el amor en todos los corazones. Representa el amor y nos prepara para recibir al Niño Dios en Navidad.
Esta semana me dediqué a poner especial atención a cuáles son los planes de las personas a mi alrededor. En su mayoría, todo se enfoca en cenas, fiestas, encuentros, intercambio de regalos y arreglos navideños. De cada diez personas, ocho no colocan el nacimiento para recordar el momento cumbre del mayor amor para la humanidad. Esto no es exclusivo de nuestra realidad: incluso un video de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, circula invitando a los italianos a retomar el nacimiento como centro de atención de esta época tan especial.
Realmente creo que el mercado ha tomado esta temporada y la ha romantizado con luces, árboles navideños, decoraciones, regalos, etcétera.
El cuarto Domingo de Adviento es un momento de reflexión y preparación espiritual. Este día se centra en el amor, recordándonos que el amor de Dios se hace carne en su Hijo, Jesucristo. Es un tiempo para abrir nuestros corazones y prepararnos para la llegada del Salvador.
El primer Domingo de Adviento nos trae la Esperanza que debe vivir todo hijo de Dios; no la esperanza en la fiesta navideña o en que no falte tal o cual cosa, sino la esperanza de una vida mejor, de saber que vivimos por y para Dios, y que es Él quien nos envía a su Hijo único para que nazca también en nosotros.
Siempre tendremos momentos difíciles en estos días, producto de la nostalgia, los recuerdos de navidades anteriores y de seres queridos que ya no están físicamente, pero que viven en nuestra mente y en nuestro corazón. Sin duda, cada Navidad podemos verla y vivirla de manera diferente.
El Segundo Domingo de Adviento representa la Paz, tan esquiva en nuestros días, cuando el mundo parece prepararse para la guerra. Tristemente, la historia amenaza con repetirse, y esto no es más que la manifestación del mal sobre la Tierra. Aquí es donde debemos luchar, porque aun cuando vivamos en aparente paz, cada quien libra su propia batalla: problemas familiares, económicos, quebrantos de salud, personas privadas de libertad, desaparecidos, enfermos, diagnósticos catastróficos como cáncer o insuficiencia renal, familias que han perdido seres queridos en accidentes de tránsito, en un país donde cada día mueren salvadoreños y ocurren decenas de accidentes.
Nadie se escapa de esa melancolía que nos roba la paz, pero Dios, en su magnificencia, nos da la oportunidad de buscar una paz personal que solo se puede obtener de su mano. No son los distractores de esta época los que nos la dan; esa paz la encontramos cuando oramos y entregamos todo a Dios. Difícil de decir, escribir y recomendar; aún más difícil de vivir y contagiar, y sin duda soy el menos indicado. Pero con la confianza puesta en Dios, creo sin temor a equivocarme que Él cuidará de nosotros y de todo lo que nos ha dado para disfrutar en esta vida: la vida misma, la salud, la esperanza de un mañana mejor. Nada nos llevaremos.
Por eso es tan importante bucear en las profundidades de la fe, buscando esperanza y paz, para comprender que, en el mayor recogimiento posible, el nacimiento de Jesús debe ser motivo de inmensa alegría. Vivir esa fiesta es entregarnos a una vida que busque imitar a Jesús: una vida sencilla, sin pompas, porque todo pasa y solo el amor de Dios nos rebasa.
Que sea la Alegría, regalo del Tercer Domingo de Adviento, la que habite en nuestros corazones. Un corazón rebosante de esperanza, paz y alegría dice mucho de un buen hijo de Dios. Ese somos nosotros, llamados a vivir no solo la fecha del nacimiento de Jesús, sino cada día de nuestra vida. Jesús nace y vive en nosotros a cada instante.
Seamos humildes y que la noche sea testigo de nuestra gratitud infinita a Dios por lo que tenemos y por lo que no tenemos.
Durante el Cuarto Domingo de Adviento se leen pasajes que enfatizan la llegada de Cristo y el amor de Dios. Las oraciones y lecturas nos invitan a reflexionar sobre la importancia de estar preparados para recibir al Niño Jesús. En este día se enciende la cuarta vela de la Corona de Adviento, símbolo del amor. Las familias suelen reunirse para orar y reflexionar sobre el significado de la Navidad, creando un ambiente de recogimiento y esperanza.
Este domingo es una invitación a vivir el amor de Dios en nuestras vidas y a compartirlo con los demás, preparándonos así para la celebración de la Navidad. Tenemos esperanza, paz, alegría y amor: un cuarteto de finas cuerdas que Dios, en su infinita misericordia, nos regala para que, llenos del Espíritu Santo, vivamos de acuerdo con lo que le agrada.
Quizá con el pasar de los años nos damos cuenta de que hemos vivido una fe cargada de ritos externos y celebraciones desmedidas, llegando hoy a situaciones como dejar de decir “Feliz Navidad” para decir “Happy Holidays”, o cambiar el nacimiento por el árbol, bajo la idea de que “merecemos lo mejor”.
Cuando, en familia, tengamos una cena sencilla y demos gracias a Dios por todo lo bueno que nos ha regalado este 2025, solo por el hecho de tener vida, recordemos las palabras de mi madre, días antes de morir un 15 de diciembre:
“Siempre, siempre, donde hay un niño debes celebrar la Navidad, pues ninguna Navidad puede pasar inadvertida para un niño”.
Feliz y bendecida celebración de Navidad.
Médico.