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Cuando las «Sociales» eran la vida misma

De «Sociales» hemos pasado a «Stories». Hoy, las «historias» de Instagram cumplen la función inmediata que antes cumplían las «Sociales».

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que la vida social de las ciudades cabía en unas cuantas páginas de periódico. Antes de Facebook, Instagram o WhatsApp, cuando alguien quería contar al mundo que su hija había hecho la primera comunión o había sido electa reina de las fiestas patronales, que el hijo mayor se casaba por la iglesia o que había nacido un nieto esperado, la manera más elegante y visible era aparecer en las páginas de «Sociedad» o «Sociales».

Esas páginas eran esperadas con la misma ansiedad con la que se espera la salida del pan del horno: la familia compraba el diario temprano, recorría sus hojas con emoción, buscaba la foto prometida y guardaba el ejemplar como un tesoro. Hoy, esa costumbre se ha perdido. Pero recordarla ayuda a comprender no solo la historia de la prensa, sino también la forma en que las comunidades construyen su memoria colectiva.

Revisando las fuentes, encontré que la idea de dedicar un espacio fijo en los periódicos para reseñar eventos sociales nació en el siglo XIX. En Nueva York, James Gordon Bennett creó en 1840 una de las primeras society pages en el New York Herald. Allí se relataban las bodas de la alta sociedad, los bailes de beneficencia, las recepciones políticas y culturales, y las fiestas de los clubes más exclusivos. Lejos de ser un escándalo, aquella visibilidad se volvió un signo de prestigio: estar en el diario significaba «existir» socialmente.

El modelo viajó pronto a América Latina. Periódicos como La Nación en Argentina, El Mercurio en Chile u O Globo en Brasil abrieron espacios similares. En El Salvador, La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy consolidaron en el siglo XX sus secciones de Sociales. Allí aparecían desde las fotos de graduaciones hasta los cumpleaños de niños destacados, pasando por compromisos, aniversarios de boda y recepciones diplomáticas.

El mecanismo era sencillo: la familia interesada avisaba al periódico, contrataba al fotógrafo, o recibía la visita de un corresponsal, y, a los dos o tres días siguientes, podía verse reflejada en tinta y papel. Era, además, una fuente de ingresos: los eventos retratados se rodeaban de anuncios de joyerías, florerías, modistas y banquetes. Muchos aún recordamos con aprecio a doña Margarita Hernández que recibía los avisos por teléfono en El Diario de Hoy, con mucha amabilidad y que su labor fue reconocida por el Club Rotario San Salvador Sur alrededor del año 2004.

Quienes crecieron en esas décadas recuerdan la emoción. Una boda se celebraba dos veces: en la iglesia y al día siguiente en el diario. Los niños de primera comunión no solo recibían regalos de la familia, también recibían la bendición de la visibilidad pública. Y un natalicio no quedaba completo hasta que aparecía, con foto del bebé en brazos de la madre orgullosa, en la página de Sociales.

Ese ritual imprimía un sello de permanencia: mientras las palabras volaban, la página del diario quedaba guardada en cajones, álbumes y cajas de recuerdos. Décadas después, esos recortes aún se hojean con nostalgia. Eran pequeñas cápsulas de tiempo, donde la familia se veía reconocida y el grupo social podía compartir la alegría.

No era un lujo reservado solo a las élites. Aunque en gran medida las «Sociales» reflejaban a la clase media y alta, también retrataban actos comunitarios: fiestas patronales, ferias escolares, aniversarios de cooperativas, reuniones gremiales. Así, la sección se convertía en un espejo comunitario, una forma de confirmar que los eventos privados también tenían una dimensión pública.

Detrás de su aparente ligereza, las Sociales cumplían funciones fundamentales: a) Prestigio: dar visibilidad y estatus a quienes aparecían, reforzando jerarquías locales; b) Memoria: registrar nacimientos, bodas y aniversarios que hoy sirven como fuentes para genealogistas e historiadores; c) Cohesión: mantener unida a la comunidad mediante la circulación de información personal; d) Comercio: atraer a anunciantes vinculados al consumo aspiracional: vestidos, flores, joyas, banquetes.

Incluso ayudaban a vender periódicos. Una edición con fotos de un baile de graduación podía agotarse entre familiares, vecinos y amigos de los retratados. De alguna forma, la sección era una estrategia de marketing tan efectiva como cualquier titular de portada.

A partir de los años 1990, tres fuerzas comenzaron a debilitar a las páginas de «Sociales» en todo el mundo: (1) Cambio cultural: los periódicos renovaron su diseño y sustituyeron «Sociedad» por secciones de «Estilo» o «Vida», más amplias y menos centradas en fotos de familias. (2) Crisis económica de la prensa: la caída de los ingresos publicitarios y de la circulación obligó a recortar lo que no se consideraba «noticia dura». (3) Disrupción digital: con la llegada de Facebook en 2007 y el auge de Instagram, la gente ya no necesitaba esperar al periódico: podía publicar sus propias fotos en línea, con inmediatez y sin costo.

En El Salvador, tanto La Prensa Gráfica como El Diario de Hoy redujeron progresivamente estas secciones durante la primera década de los 2000. Para 2009, ya casi habían desaparecido de sus ediciones impresas. El espacio de lo personal, lo íntimo y lo festivo migró de las páginas de papel a los muros digitales.

La desaparición de las Sociales dejó un vacío difícil de llenar. Sí, ahora tenemos redes sociales que permiten a cualquiera compartir sus fotos al instante. Pero se perdió la solemnidad del ritual: aparecer en el diario era distinto a publicar en Facebook. El papel confería permanencia, oficialidad y un sabor comunitario que lo digital todavía no logra reproducir.

También se perdió una fuente histórica. Los investigadores de hoy pueden rastrear generaciones enteras en las secciones de Sociales de los años 50, 60 o 70. Dentro de unas décadas, será mucho más difícil reconstruir genealogías a partir de redes sociales, que no siempre conservan archivos y dependen de plataformas privadas.

Y se perdió, además, un vínculo emocional con el periódico. Muchas personas compraban el diario por la expectativa de verse en él. Cuando esa motivación desapareció, se debilitó también el lazo con la prensa escrita. Es probable que algunos lectores dejaran de comprar ediciones impresas cuando vieron que su vida social ya no tenía espacio en ellas.

Recordar las «Sociales» es evocar mañanas de domingo con el café y el pan dulce, cuando el periódico se abría por las páginas centrales y allí estaba la sonrisa de la prima recién casada, el niño con su vela de comunión, el abuelo recibiendo homenaje. Eran momentos que hoy parecen ingenuos, pero que formaban parte de la trama de la vida cotidiana.

El periódico era, al mismo tiempo, espejo y escaparate. Daba visibilidad, pero también fijaba memoria. Era un álbum colectivo que pasaba de mano en mano, que se guardaba y se volvía a mirar con nostalgia. Al desaparecer, no solo se cerró una sección: se clausuró una manera de vivir lo comunitario.

De «Sociales» hemos pasado a «Stories». Hoy, las «historias» de Instagram cumplen la función inmediata que antes cumplían las «Sociales». Pero hay una diferencia: lo digital es efímero, se borra, se diluye en un mar infinito de imágenes. El periódico, en cambio, quedaba guardado en una gaveta, envejecía con dignidad, y podía ser encontrado por los nietos medio siglo después.

Quizás por eso, hablar de las «Sociales» es hablar de un tiempo en que los periódicos eran parte íntima de la vida, no solo cronistas de guerras y política, sino también guardianes de lo doméstico y lo festivo. Su desaparición recuerda que los medios cambian, pero también que hay pérdidas que merecen ser lloradas.

Porque con las «Sociales» se fue un pedazo de nuestra memoria compartida. Y aunque el pan del horno sigue saliendo cada mañana, ya no trae consigo aquella dulce expectativa de ver reflejada, en blanco y negro, la alegría de nuestra propia vida. ¡Hasta la próxima!

Médica, Nutrióloga y Abogada

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