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Costa Rica: la solidez de las instituciones frente al embate populista

A un año de la visita del presidente a Costa Rica, cabe preguntarnos ¿Qué queda de ella?, ¿Qué cambios provocó en la relación entre los dos países?

A mediados de noviembre de 2024 el presidente Bukele visitó Costa Rica. Los medios oficiales, los opinadores acólitos del bukelismo, influencers y todos los medios al servicio del régimen dieron amplia cobertura al hecho y pretendieron presentarlo como un evento histórico que marcaría un hito en las relaciones entre los dos países. Ignoraron tozudamente que la visita generó reacciones contrapuestas en Costa Rica, al punto que el órgano judicial y la asamblea legislativa se negaron a recibir al visitante. Por el contrario, destacaron que el presidente Rodrigo Chaves condecoró a su colega con la con la Orden Nacional Juan Mora Fernández en grado Gran Cruz Placa de Oro, la máxima distinción del país a extranjeros. Esta acción provocó fuertes críticas, pues la ley establece que se otorga “exclusivamente a los extranjeros a quienes Costa Rica desea honrar por motivos de conveniencia pública o por sus servicios distinguidos al país, particularmente en la actividad diplomática o en materia de relaciones exteriores”. Es obvio que el homenajeado no ha prestado servicios distinguidos a Costa Rica, ni tiene méritos diplomáticos.

La visita no dio para mucho, a menos que se magnifique la ocurrencia de los presidentes de crear una “liga de naciones” (de dos naciones) y la suscripción de algunos acuerdos bilaterales. Un sociólogo fan del presidente no dudó en afirmar que la conducción de la liga recaería en el presidente Bukele, pues es “el líder mejor evaluado y el que está más presente en el imaginario de los pueblos”. Otro se atrevió a decir que “se producirá un acrecentamiento del poder adquisitivo de las poblaciones y una ampliación de la demanda de bienes y servicios”. Todo esto sin saber qué es lo que los presidentes habían conversado. 

En el marco de la visita se suscribieron: un acuerdo sobre transporte aéreo y cinco memorándums para acciones puntuales en diferentes ámbitos. El único tema que podría tener impacto inmediato es un memorándum sobre temas económicos que implicaría realizar “actividades de cooperación encaminadas al fortalecimiento del desarrollo e implementación de herramientas de políticas en sus ramas de economía”. Nada extraordinario, mucho menos algo que anuncie un “acrecentamiento del poder adquisitivo de las poblaciones” como decía el sociólogo de marras.

A un año de la visita del presidente a Costa Rica, cabe preguntarnos ¿Qué queda de ella?, ¿Qué cambios provocó en la relación entre los dos países?, o más específicamente ¿Qué beneficios han obtenido los salvadoreños o los ticos de ese viaje? Le ahorro el esfuerzo al lector. No queda nada. En realidad, el viaje en cuestión fue una iniciativa personal de dos presidentes populistas con miras a fortalecer su imagen pública. En este caso, el más interesado era Rodrigo Chaves, cuya deriva autoritaria ha sido bloqueada por la sólida institucionalidad del Estado costarricense y la tradición democrática y civilista de los costarricenses. 

La visita también dejó las pretensiones del clan Bukele de incidir en la política costarricense. En 2022 se intentó inscribir el partido Alianza Democrática Nacional (ADN), iniciativa en la cual participan miembros de la familia Bukele residentes en Costa Rica. Pero Tribunal Supremo Electoral rechazó la inscripción por irregularidades. En los medios políticos se habla de la posibilidad de que estos grupos usen un partido taxi para darle continuidad a sus proyectos, tal como hizo Bukele en El Salvador con el partido GANA. Bukele he seguido inmiscuyéndose en la política tica. Mucho ruido hizo un video suyo divulgado por la presidencia costarricense en el cual dijo: «Si la próxima administración le da continuidad a los proyectos de este Gobierno, no dudo que los mejores días de Costa Rica están por venir, una Costa Rica más segura y más próspera». La candidata del continuismo respondió «Puede estar seguro de que en el Gobierno de la continuidad, que con el apoyo de la mayoría de la mayoría de los costarricenses lideraré, la seguridad seguirá siendo una de las más altas prioridades». 

El tema de la seguridad preocupa mucho a los costarricenses, pero está muy lejos de alcanzar los niveles que había en El Salvador. Estudié ahí por varios años. Mi formación como historiador me permite conocer algo de su historia y captar detalles de la idiosincrasia costarricense. Volví hace poco; caminar por las calles de San José y Heredia, viajar en los buses o comer un casado o una “olla de carne” en el mercado son experiencias que permiten aquilatar el modo de ser tico. Siempre me llama la atención la limpieza de las calles, la tranquilidad, el orden y la parsimonia propia de esa gente. Uno puede caminar a cualquier hora, pero a diferencia del centro de San Salvador, no choca a cada rato con policías y soldados. 

No hay manera de ver a un soldado en ese país (abolió el ejército en 1948), y la policía tiene una presencia discreta. El civilismo y la institucionalidad siguen siendo rasgos característicos. Cierto que al hablar con la gente se perciben descontentos, quejas; esa actitud es una especie de deporte nacional. Pero todo mundo reconoce que disfrutan de una calidad de vida mejor que sus vecinos. Y esto se debe en buena medida a la fortaleza del Estado costarricense. En tal sentido, muchos analistas piensan que en Costa Rica no hay condiciones para la implantación de un gobierno autoritario tipo Bukele. Hay una tradición democrática muy arraigada. Lo cual no excluye que haya individuos y grupos con tendencias populistas de derecha. Esa peste se ha expandido en el mundo, y ninguna democracia es inmune a ella. Pero una cosa es que amenace y otra que logre implantarse.

Por décadas, Costa Rica vivió el bipartidismo que se instauró desde la guerra civil de 1948. Este hizo crisis en 2002, pero no ha surgido un partido alternativo que se haya consolidado; más bien han primado proyectos políticos personalistas. Rodrigo Chaves intentó emular a Bukele, pero no tiene sus habilidades políticas. Tampoco el país estaba en las condiciones de El Salvador en 2019. Chaves gastó su periodo en estériles pugnas con los partidos tradicionales y los otros órganos de Estado. Su heredera en las elecciones de febrero de 2026 es Laura Fernández, que fue ministra de planificación en el actual gobierno. Compite amparada por un partido nuevo “Pueblo Soberano”, el nombre rima con las tendencias populistas en boga hoy día. 

No tengo información suficiente para analizar las tendencias en el proceso electoral. Pero sí conozco bastante bien al país. Por mucho que hubiera una crisis de seguridad, no imagino a Costa Rica viviendo en un régimen de excepción permanente como sucede en El Salvador, mucho menos aceptando las violaciones a los derechos humanos que acompañan a esta medida. Tampoco es plausible que se aceptara la rampante opacidad bukeliana sobre la gestión pública. Derechos civiles y auditoría ciudadana son temas muy sensibles en ese país. Por no mencionar el caso de la educación. Eliminación del ejército e inversión en educación pública están muy arraigados en Costa Rica, el régimen de Bukele transita por sendas opuestas.

A diferencia de lo que acontece en El Salvador, en Costa Rica, la academia, las universidades públicas no rehúyen el debate; más bien lo fomentan. Es por eso que el presidente Chaves ha tenido tantas confrontaciones con la Universidad de Costa Rica, que ha sabido cuestionar sus pretensiones de violentar el estado de derecho y el debido proceso y poner en evidencia la vacuidad de sus posicionamientos populistas. Laura Fernández no oculta su identificación con el proyecto político de Chaves, su propuesta de gobierno se titula “Plan de la Continuidad: más oportunidades, un mismo rumbo”. Esta identificación es a la vez fortaleza y debilidad; refuerza el voto antisistema, pero repele a quienes saben los riesgos a que el país se expone de seguir esa línea. 

Historiador, Universidad de El Salvador

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