Después de beber licor de ciruelas, Marco -el idílico juglar de nuestra leyenda- empezó a rasgar la cabellera de cobre de su guitarra de cedro. Luego -recordando su nuevo romance- dijo: “Ella apareció de pronto aquel día en la fiesta mariana de los faroles. En su cabellera faltaba una flor. Recordé la rosa de mi sueño que al despertar desapareciera entre mis manos.” El viajero empezó a interpretar uno de sus versos en la lira. Entonces Belle comenzó a cantar al unísono desde algún lugar. “¿Quién canta? –preguntó sorprendido a la soledad. ¿Es el ángel del viento que me engaña o alguna voz perdida entre la selva virgen de los cafetales?” Miró a su alrededor y hacia los montes de su lejana añoranza sin ver a nadie. Después volvió su mirada hacia el ropero de pino, esperando inútilmente ver surgir de él a la bella de florecida cabellera y luminoso mirar. Ella, su ángel de alas de papel celofán; mágico espectro de su lírico delirio. De pronto una blanca mariposa ángel aleteó en la ventana de la cabaña. Era Belle, buscando al iluso y enamorado rapsoda. “Vengo a confesarte la verdad -dijo la bella desde el umbral. Soy el alma oculta en el armario que un día empezó a llorar junto a ti para luego desaparecer. La misma joven del santo carnaval. Que escuchó tus confesiones y supo de tu amor, de tu poesía y viejo dolor. Todo, mientras volaban selvas y montañas en tus versos y tu mirada y la mía se encontraron como dos estrellas de la misma noche del deseo.” (XXI) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.