Antes de marcharse la enamorada viajera deja una nota al solitario poeta: “Talvez yo sea otro verso escrito entre tus páginas que encienda nuevamente el alba de tu inspiración. Al fin todos llevamos un viejo dolor hecho dulce ilusión. Aquel que compre la dicha alguna vez perdida en el interrumpido tiempo sin vivir del espejismo. Un día tuve flores en el pelo que deshojara la inocencia. Poco importa si al final de todo nuestra victoria de amar siga siendo victoria. Cada nuevo día es un verso a la vida. No importa si es el último. Somos breves como errantes nubecillas que emigran a otros cielos ¡tan del aire y del adiós! Al detener mi andar en este pueblo de barro en las alturas, para ver desde aquí el sueño del ayer, comprendí que sólo éramos humanas alevillas en el viento. Que más allá de las selvas tenebrosas habría otras selvas que echaríanse a volar: El cerro de La Laguna Verde, el altozano de Apaneca y la cumbre florida de Las Ninfas. Si alguien te espera en un lugar es porque tienes dónde ir, dice el destino viajero. Quien suele callar el nombre del amor y hacer promesas, pues cree ser un amante sin mañana. Esperaré a que vuelvas y saber más de tu vida, de lo escrito en tu ser. Entrar al armario de pino fue entrar a tu alma.” Luego Belle queda dormida en la cabaña. “¿Quién duerme, que oigo su suave respirar?” -pregunta al volver el bardo, creyendo que es el viento o un ángel de la imaginación. Mas no había nadie allá. Sólo un suspiro en aquella nota escrita para él. (XIX) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.