Al día siguiente de la vida la desconocida joven regresa a la cabaña vacía. “Hola -dice por la ventana- ¿Hay alguien aquí?” Nadie contesta. Entonces rodea la cabaña para ingresar por la puerta trasera que luce abierta. Ya en su interior constata que no hay nadie en la estancia. Contempla intrigada cada rincón de la habitación, mientras se abraza a sí misma, sintiendo frío y una extraña sensación de éxtasis. Entonces dice en sus adentros: “Este perfume a selva que se quema… Como si en esos leños ardientes y aromosos se quemara la selva entera. ¿Y dónde iría esa mariposa que entrara por la ventana, atravesando las paredes para seguir su imparable y mágico destino? -pregunta. Luego toma las páginas escritas en la mesa y empieza a leer. Después de un momento murmura “Estos versos hablan de un ángel.” Después contempla la guitarra colgada en la pared, que luce brillante de sus cuerdas rasgadas por las manos del tiempo. Sigue hurgando con gesto de asombro el resto de la habitación y es cuando encuentra sobre la mesa de perfumado cedro el frasco del fármaco en cuya viñeta se lee: “Pastillas para el dolor.” “¿Cuál dolor? -pregunta. ¿Acaso el dolor de un viajero sin país ante una mariposa que erró su ruta en medio del vendaval? ¿Acaso el mismo dolor de cardos y dulzura, que vendría siendo el precio de su felicidad?” Belle -nombre de la joven intrusa- se sienta en el sofá de tela escarlata y empieza a leer extasiada los versos escritos del destino o por el incierto poeta. (VI) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.