La falta de recursos limita el acceso a una adecuada nutrición para las familias, y es que en un país dependiente de las importaciones de alimentos, estos se comercializan a costos más elevados y por ende es más difícil que la población de bajos ingresos o en condición de pobreza puedan acceder a estos.
Este escenario coloca a miles de hogares en una situación de vulnerabilidad alimentaria, señalan expertos.
«Cuando los ingresos son bajos, la calidad de los alimentos que se pueden adquirir también es baja. Eso impacta en la niñez, afectando su desarrollo físico y cognitivo, y más tarde en la edad adulta su capacidad productiva», opina Mcs Gustavo Ruiz, docente de la carrera de Nutrición de la Universidad de El Salvador (UES).
Los niños con mala nutrición pueden presentar bajo rendimiento académico producto de la falta de concentración, poca capacidad de memoria y lentitud para procesar información, producidos por la ausencia de nutrientes esenciales, dice por su parte Francisco Zelada, secretario general del Sindicato de Maestras y Maestros de la Educación Pública de El Salvador (SIMEDUCO).
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«Estos niños generalmente presentan desmotivación, fatiga, entre otros elementos que se convierten en caldo de cultivo para el rezago académico», apunta el educador.
En las escuelas públicas, agrega, se atiende a población estudiantil con condición social diversa; en algunos centros escolares ubicadas en las zonas rurales o urbano-marginales, la franja de pobreza es más notoria y la cantidad de alumnos con problemas de nutrición, es mayor.
«En muchos de estos centros escolares se atienden jóvenes hasta con desnutrición severa o crónica. Por otra parte, en algunos centros escolares de la zona urbana, se atienden a niños con algún grado de obesidad, debido al consumo de alimentos procesados; esto, pese a las políticas de manejo de productos saludables en los cafetines escolares», añade.
Rostros de la malnutrición
A juicio de Ruiz, en el país conviven hoy dos rostros de la malnutrición: la desnutrición y, en paralelo, el sobrepeso y la obesidad, incluso en sectores de bajos ingresos.
Esto responde a que los productos con alto contenido calórico y bajo valor nutritivo resultan más accesibles que frutas, verduras o proteínas de calidad.
El salario mínimo muchas veces no permite cubrir la canasta básica de alimentos, que supera los 200 dólares, lo que obliga a muchas familias a priorizar cantidad sobre calidad, apuntan los expertos.
“La gente se enfoca en quitarse el hambre, en llenarse, no en nutrirse. Se cree que alimentarse bien significa comer carne o lácteos todos los días, pero se subestima el valor nutritivo de alimentos más accesibles como frijoles, arroz o vegetales cultivados en casa”, indicó el especialista.
Para el académico, la malnutrición también está ligada a la cultura alimentaria y la falta de educación nutricional, factores que agravan el problema.
Pese a esfuerzos como programas de alimentación escolar o iniciativas de huertos comunitarios, el acceso a una dieta saludable sigue siendo limitado, especialmente en los sectores más pobres, apunta.
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¿Qué hacer?
Ruiz insistió en que la solución debe comenzar por la educación desde la niñez, incorporando contenidos de nutrición en las escuelas y promoviendo cambios en los hábitos de consumo.
“Mientras no se priorice la nutrición como base de la salud, las familias seguirán atrapadas en un círculo de pobreza y malnutrición”, expresa.
Zelada agrega que los niños más afectados por la malnutrición son, sobre todo, los de primera infancia y primer ciclo, quienes se encuentran en la mejor etapa de desarrollo físico y cerebral.
«En su mayoría estos niños son miembros de familias muy pobres y, en muchos casos, hijos de padres y madres que se desempeñan en actividades de economía informal», agrega.
«La alimentación es un factor silencioso pero determinante en el rendimiento académico. Niños que llegan a clases con hambre o con dietas pobres en nutrientes muestran menor capacidad de atención, mayor irritabilidad y dificultad para aprender», explica por su parte la doctora Mirella Schoenenberg Wollants, médica y nutrióloga.
La doctora Wollants sostiene que la mala nutrición golpea con más fuerza en la primera infancia (0-5 años) y en la edad escolar (6-12 años).
«Estas etapas son críticas porque el cerebro está en pleno proceso de conexiones neuronales y adquisición de habilidades básicas como lectura, escritura y razonamiento matemático», acota.
Una buena nutrición, clave para el desarrollo y la salud del cerebro
Para la especialista en medicina y nutrición, la relación entre lo que comemos y el funcionamiento del nuestro cerebro es más estrecha de lo que muchos imaginan, puesto que una alimentación adecuada es determinante para el desarrollo cognitivo desde el embarazo hasta la vejez.
“El cerebro consume alrededor del 20% de la energía diaria del cuerpo, por lo que depende directamente de los nutrientes que ingerimos para mantener la memoria, la concentración y la creatividad”, explica la especialista.
Durante el embarazo y los primeros mil días de vida, nutrientes como hierro, yodo, omega-3 y ácido fólico son esenciales para la formación del sistema nervioso. Una deficiencia en esta etapa puede dejar secuelas irreversibles, añade.
En la niñez y adolescencia, la calidad de la dieta influye en la capacidad de aprender y en el desarrollo socioemocional, mientras que en la adultez y la vejez una alimentación equilibrada protege contra el estrés, la depresión y enfermedades neurodegenerativas.
De acuerdo a la especialista, entre los nutrientes más importantes para el cerebro destacan los ácidos grasos omega-3, las vitaminas del complejo B, el hierro, el zinc y los antioxidantes. Estos favorecen la comunicación entre neuronas, la memoria y la protección frente al deterioro celular.
Wallants advierte además sobre los riesgos del consumo excesivo de azúcares y grasas saturadas, presentes en refrescos, helados, pasteles, quesos, pizza y embutidos, entre otros, pueden afectar la oxigenación cerebral, incrementar la inflamación y elevar el riesgo de depresión y ansiedad.
En contraste, las grasas saludables como las presentes en el aceite de oliva, aguacate y pescado contribuyen a la plasticidad neuronal.
Los expertos recomiendan incluir en la dieta infantil proteínas de calidad, frutas, verduras, cereales integrales y grasas saludables.
“La alimentación es un combustible invisible para el pensamiento y el aprendizaje. Invertir en una buena nutrición es también invertir en el futuro educativo y económico del país”, concluyó la especialista.