Light
Dark

Antonia, la lideresa que documenta más de 200 casos de enfermedad renal en Cara Sucia

Antonia Rodríguez lleva 11 años documentando muertes por enfermedad renal en Cara Sucia, Ahuachapán Sur. Su registro supera las 100 víctimas y revela un drama que aún no tiene explicación. El padecimiento también ha tocado a su familia

Antonia Rodríguez lleva 11 años documentando muertes por enfermedad renal en Cara Sucia, Ahuachapán Sur. Su registro supera las 100 víctimas y revela un drama que aún no tiene explicación. El padecimiento también ha tocado a su familia. Foto Cristian Díaz

Durante los últimos once años, Antonia Rodríguez, lideresa del cantón Cara Sucia, en el distrito de San Francisco Menéndez, Ahuachapán Sur, ha documentado la muerte de más de cien personas a causa de complicaciones por enfermedad renal crónica (ERC). Además, lleva un registro de más de doscientas que actualmente viven con el padecimiento.

Antonia conoce a muchos de ellos por nombre, dirección, documento único o incluso por fotografías que muestran el deterioro físico que causa la enfermedad. Está convencida de que las cifras que anota en su cuaderno son solo una parte de una realidad mucho más grande.

El pasado 5 de noviembre, por ejemplo, supo de otras siete muertes recientes que no estaban en sus registros. Entre las víctimas que ella ha documentado también se encuentran cinco personas que fallecieron en un mismo día: 29 de mayo.

Lea además: Realizan colecta para llevar ayuda a gente de ex bolsones previo a la Navidad

“Nadie viene a averiguar por qué hay tantas personas enfermas. Si se pusieran en el lugar de uno, tal vez vendrían a investigar”, lamenta.

Antonia se mostró preocupada por el aumento de casos en su comunidad; pero, sobre todo, porque a la fecha no saben las causas que provocan el desarrollo de la enfermedad en esta comunidad, ubicada en la zona costera de El Salvador y donde algunas personas trabajan en la agricultura, bajo un sofocante sol.

Antonia vive en una zona costera donde muchas personas trabajan bajo un sol que quema desde temprano. A las ocho de la mañana, el calor ya deshidrata solo con caminar un par de cuadras.

 Allí, la enfermedad no distingue edad: incluso ha documentado el caso de un niño de apenas dos meses diagnosticado con daño renal, pese a que sus padres no padecen el mal.

“Eso hace falta, que alguien venga a investigar. Si tenemos anemia, si tenemos azúcar (diabetes), sabemos que eso lleva a algo; el azúcar lo lleva a una terminación a uno”, reflexionó la ahuachapaneca con preocupación.

Antonia ya perdió a su esposo debido a la Enfermedad Renal Crónica. Dos hijos y un nieto desarrollaron la misma. Foto EDH/Cristian Díaz

Una labor nacida del dolor

Antonia, de 64 años, comenzó a registrar casos en 2014, movida por la angustia de ver cómo amigos y vecinos sufrían sin recursos ni apoyo.

“Los veía ahogándose”, recuerda.

En pocos meses reunió datos de 50 personas con enfermedad renal. Lo hizo por compasión, sin imaginar que un año después el mal tocaría a su propia familia.

Su esposo fue diagnosticado y falleció en 2019, tras cuatro años de tratamiento. Desde entonces, la enfermedad se ha extendido en su entorno más cercano: dos de sus once hijos y un nieto, hoy de 16 años, también viven con ERC.

Uno de sus hijos, de 46 años, lleva una década en tratamiento y recibe diálisis en las manos porque ya no tiene venas disponibles en otras partes del cuerpo. Otro, de 38 años, migró a Estados Unidos para mejorar su situación, pero hace un año también fue diagnosticado y ahora debe pagar por su tratamiento semanal.

“Aquí no se entiende. Solo Diosito sabe cómo es que se desarrolla esta enfermedad. Si vinieran al municipio a ver qué pueden hacer, toda la gente estaría de acuerdo”, dice con resignación y esperanza.

El nieto, que padece la enfermedad desde los doce años, viaja cada semana a la capital para recibir hemodiálisis. 

Antonia no cree que los químicos agrícolas sean la única causa, como muchos piensan. “El niño nunca ha jugado veneno”, argumenta.

Antonia recorre los alrededores del cantón Cara Sucia para visitar a las personas enfermas. Foto EDH/Cristian Díaz

Caminar enfermo, sobrevivir con esperanza

En el mismo cantón vive Miguel Suriano Cabrera, quien fue diagnosticado con enfermedad renal crónica hace 16 años. Cada semana es la misma rutina: debe viajar dos veces desde Cara Sucia hasta un hospital público en Santa Ana para recibir tratamiento.

Sale de su casa a las 5:00 de la mañana y, tras varios trasbordos de bus, llega a su cita a las 10:00 a.m.. 

Después de tres horas conectado a la máquina, emprende el regreso y llega a casa alrededor de las 5:30 de la tarde.

“Uno sale bien mareado de las hemodiálisis, pero no hay de otra. No alcanza para llevar acompañante, así que voy solo”, relata.

Cada viaje le cuesta al menos $20 entre pasajes y comida, una suma difícil de cubrir para quien ya no puede trabajar. Vive de la ayuda ocasional de familiares.

“No es fácil vivir con esta enfermedad. En el caminar se va aprendiendo bastante porque cuando uno cae enfermo, no sabe ni de lo de la dieta, uno come las cosas dañinas; pero uno va aprendiendo lo que le hace más daño y lo va evitando. Y eso lo va estabilizando un poquito”

Miguel Suriano Cabrera
Paciente con ERC

Miguel cuenta que su enfermedad fue diagnosticada mientras trabajaba en Estados Unidos, pero tuvo que regresar al país al no poder costear el tratamiento.

Le puede interesar: “Nunca escuchó una explosión, solo vio a su hermana caer»: Despiden a mujer que murió en el Centro Histórico

“Nunca me dijeron clínicamente por qué me enfermé, pero supongo que fue por regar veneno en los cañales. Pero no hay un diagnóstico que diga que ‘por esto se le arruinaron los riñones’. Trabajé diez años allí”, explica Cabrera.

 Miguel Suriano Cabrera tuvo que regresar al país, de Estados Unidos, debido a que no pudo cubrir los gastos que implicaba el tratamiento de hemodiálisis en dicha nación. Foto EDH/Cristian Díaz

Una comunidad que pide respuestas

Las historias de Antonia y Miguel son apenas una muestra de lo que viven muchas familias en Cara Sucia, donde la enfermedad renal crónica se ha convertido en un enemigo silencioso.

A pesar de los años de registros, las muertes y las voces que claman por atención, aún no se conocen las causas precisas del aumento de casos en esta región costera.

“Si se pusieran en el zapato de uno… tal vez vendrían a ver qué pasa”, insiste Antonia, mirando hacia los campos donde cada mañana el sol vuelve a levantarse, tan implacable como la enfermedad que desde hace años azota a su comunidad.

Suscríbete a El Diario de Hoy
Patrocinado por Taboola