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EE. UU.- Rusia: la preparación de la Cumbre de Budapest

El presidente estadounidense busca reafirmar su influencia y presencia en la escena geopolítica internacional.

Trump y Zelenski

Pocos días después de la cumbre internacional de Sharm el-Sheij, en Egipto —dedicada a la resolución de la crisis israelo-palestina en Gaza—, Donald Trump, tras una visita a Israel, anunció el jueves pasado que se reunirá “probablemente en las próximas dos semanas” con su homólogo ruso, Vladimir Putin, en Budapest, Hungría.

Aunque aún no se ha revelado la fecha exacta del encuentro, el principio de la reunión está confirmado. Con ello, el presidente estadounidense busca reafirmar su influencia y presencia en la escena geopolítica internacional.

Gaza, la liberación de los últimos rehenes israelíes en manos de Hamás, la guerra comercial global, los conflictos armados contra el narcotráfico en América Latina, las tensiones en África Central, Rusia y Ucrania: todos los frentes de crisis parecen estar sobre la mesa. Incluso la reciente Premio Nobel de la Paz, la venezolana María Corina Machado, dedicó su distinción a los esfuerzos por la libertad y la estabilidad democrática, en un contexto internacional especialmente convulso.

Por otro lado, el despliegue de una flota estadounidense en el Caribe, iniciado el pasado mes de agosto, mantiene bajo presión al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, señalado por sus vínculos con el narcotráfico y por sanciones dictadas por la justicia estadounidense. Sea cual sea el desenlace político en Caracas, esta situación afectará el equilibrio de seguridad en el Caribe y en toda América Latina.

Sin embargo, esta compleja coyuntura no impide a Donald Trump retomar el tema de la guerra entre Moscú y Kiev, un conflicto que parece prolongarse sin perspectivas claras de negociación.

Un conflicto sin horizonte de paz

Dos meses después de la Cumbre de Anchorage, en Alaska —que no produjo los resultados esperados—, Trump busca recuperar la iniciativa sobre el conflicto ruso-ucraniano, que sigue siendo extremadamente violento.

Desde el ataque de Moscú el 24 de febrero de 2022, no ha surgido ningún espacio real de negociación, y mucho menos de paz. Cada parte mantiene posiciones firmes: Ucrania exige la recuperación de los territorios anexados u ocupados por Rusia, mientras que Moscú condiciona cualquier diálogo a la renuncia ucraniana a integrarse en la OTAN y en la Unión Europea, proceso de adhesión iniciado en 2022 pero que se anuncia largo.

Hoy, la guerra se encuentra en un estado de estancamiento prolongado. En este contexto, la Cumbre de Budapest, anunciada por Trump, adquiere un significado estratégico. En preparación, una reunión de alto nivel entre asesores estadounidenses y rusos está prevista para la próxima semana.

Zelensky en Washington

El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, estuvo en Washington el pasado viernes 17 de octubre para reunirse con el mandatario estadounidense. Queda ya lejana la tensa reunión del 28 de febrero, cuando Trump lo reprendió públicamente. Desde entonces, el presidente estadounidense ha podido medir la complejidad del conflicto y sus implicaciones para la OTAN, los aliados europeos —considerados competidores en el ámbito económico— e incluso para la propia seguridad de Estados Unidos.

Zelensky buscó obtener la aprobación para recibir misiles Tomahawk, con un alcance de 2.500 kilómetros y una velocidad de 1.500 km/h. Este armamento otorgaría a Ucrania una capacidad inédita de penetración en territorio ruso, una solicitud que hasta ahora ha sido denegada.

Trump, sin embargo, parece utilizar este tema como herramienta de presión sobre ambas partes. Rusia sabe que, si Ucrania obtiene los misiles, podría atacar en mayor profundidad estructuras estratégicas; Kiev, por su parte, cree que esta capacidad podría forzar a Moscú a negociar.

Trump, entre la presión y la diplomacia

Antes de la llegada de Zelensky a Washington, Trump declaró que “no podía empobrecer las reservas estadounidenses”, dejando entrever que no accedería a la petición ucraniana. Argumentó la necesidad de mantener concentradas las fuerzas en el Caribe y en el Pacífico. Los Tomahawk se han convertido, así, en un símbolo de presión política: una forma de advertencia hacia Rusia y, al mismo tiempo, un gesto de “buena voluntad” diplomática.

Para Trump, la posibilidad de una nueva ronda de conversaciones representa la oportunidad de fortalecer la imagen que promueve constantemente: la de un presidente que trabaja por la paz. La figura del “pacificador internacional” podría consolidarse si se logra un avance, aunque sea modesto, hacia un alto el fuego o un eventual tratado de paz entre Kiev y Moscú —todavía lejano, pero esperado—.

Una estrategia global

La dinámica impulsada por Trump también revela una capacidad de acción simultánea en varios escenarios internacionales, algo que no se veía desde la década de 1960: Gaza, África Central (con la crisis entre Congo y Ruanda), Europa (a través de la guerra ruso-ucraniana), América Latina y los frentes comercial y financiero.

Esta estrategia busca proyectar a Estados Unidos como potencia estabilizadora y líder global, capaz de influir de manera decisiva en los principales conflictos mundiales. Washington pretende reafirmar su hegemonía frente a un posible nuevo duopolio internacional con China, país que, aunque avanza en poder económico y tecnológico, aún no dispone del peso militar estadounidense.

De este modo, la Cumbre de Budapest podría marcar un punto de inflexión en el intento de Trump por consolidar su papel de mediador global, en medio de un auténtico “torbellino geopolítico”

Politólogo francés y especialista en temas internacionales

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