La Selecta como símbolo de la salvadoreñidad provoca sentimientos profundos en el pueblo salvadoreño, que pueden llegar hasta el llanto por el Himno Nacional.
La Selecta como símbolo de la salvadoreñidad provoca sentimientos profundos en el pueblo salvadoreño, que pueden llegar hasta el llanto por el Himno Nacional.
Manuel Gutiérrez salió apurado de su trabajo. Eran las 4:00 de la tarde y sabía que tenía cuatro horas para encontrarse con sus amigos en el estadio, para el juego de los 8:00 de la noche. No iba a ser fácil, lo presumió, atravesarse toda la ciudad para estar en punto en el lugar de reunión. Para ahorrar tiempo, en el camino aprovecharía para cambiarse. Una camisa azul, indispensable y obligatoria, esperaba en la mochila que dejaría depositada en algún lugar; y algunos centavos para la respectiva pintada de cara y alguna Pílsener para «agarrar ánimos y gritarle a mi Selecta».
Era un día especial, la Selecta había despertado las mejores de las sensaciones y ahora sí se veía cerca el Mundial, ese al que no vamos ya desde hace más de 40 años. Manuel ni había nacido cuando Hungría nos metió 10 goles en España, pero de eso ni quiere hablar. «Hoy sí», dijo, «hoy el estadio estará a reventar. Hoy El Salvador se va a parar», confió.
Y es que pocas cosas unen más al salvadoreño que la selección nacional de fútbol. Gane, pierda, empate, nada le es indiferente. Le guste o no el fútbol, siempre está pendiente, ya sea para bien o para mal. Ya sea para criticarla, burlarse, alabarla o sufrir. «Es nuestra», dice el antropólogo Marvin Aguilar, «nos hace pertenecer a algo grande, a algo que nos mueve, nos da identidad», remata.
«Si hay algo que une a la masa con la selección nacional de fútbol es la identidad de pertenecer a algo grande, a algo sagrado», expresa Aguilar.
Y entre todos los desacuerdos, entre guerras, violencia, corrupciones, etc. el salvadoreño siempre se sentirá orgulloso de ser él y siempre esgrimirá símbolos que representen su salvadoreñidad como la pupusa, el bolado, el queso duro blando, la Pílsener, Monseñor Romero, el «Mágico» González… La Selecta, dirá María Tenorio, académica salvadoreña.
«Trayendo a cuenta la Selección Nacional de fútbol, ahí está todo, está lo lenca, lo afro, lo nahua pipil y está lo español… Lo que nos identifica»
Marvin Aguilar, Antropólogo salvadoreño
Parafraseando a Horacio Castellanos Moya, la Selecta tiene el «ADN del gen guanaco». Por eso las expresiones en la grada, por eso el llanto con el azul impregnado en el cuerpo, ahí están, como diría Roque Dalton en su Poema de Amor: «los que lloran borrachos por el Himno Nacional bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte». O bajo el cielo de California, Texas, Washington, Guatemala, Panamá, en el Estadio Cuscatlán o en el «Mágico González, el sentimiento, siempre, será el mismo, aunque el lugar sea diferente.
Manuel llegó a tiempo al estadio. Antes, tuvo que sortear mares de compatriotas, parroquianos de la misma religión llamada fútbol, para llegar y comer cualquier cosa antes del partido, total, es un «comelotodo». Ahí, no se admitía otro color que no fuera el azul, y ahí estaban los cheros, esos mismos con quienes, más tarde, se abrazaría, cubiertos en lágrimas de emoción, de orgullo patrio, y gritando a todo pulmón, así, a capela, «las sagradas notas del Himno Nacional».
«Es que no te puedo explicar man. Es algo que sale de aquí, del pecho. Se siente como que una pedrada le han zampado a uno, como que te ha caído un quintal de maíz en el pecho. Un dolor que lo tenés que sacar, y la única manera es llorando. Es puro amor a la Azul», me contó días después de ese lunes que jugó la Selecta, la «Azul».
Y es que «el Azul (la Selecta) tiene un vínculo patrio, matrio, si se quiere, ambos», agrega Aguilar. «Cuando se dice azul, es la bandera», resume. Por eso el llanto, porque se le está cantando a la Patria, con sus imperfecciones, a lo nuestro.
«Es una sensación única de orgullo y respeto, así como el recuerdo de historias de mi niñez, junto a todos los valores que uno ha aprendido en los años», resumió Melvin Muñoz. Es la salvadoreñidad.
«Es una sensación única de orgullo y respeto, así como el recuerdo de historias de mi niñez, junto a todos los valores que uno ha aprendido en su vida»
Michelle González, aficionada de la Selecta
¿Y qué es la salvadoreñidad? Dice David Escobar Galindo, escritor y académico salvadoreño, «es referirnos en primer lugar al sentido de pertenencia, que es un sentimiento arraigado en lo más profundo del ser tanto personal como social».
«La salvadoreñidad aparece y se refleja en diversos espejos: el tráfico, las redes sociales, los partidos políticos, los migrantes, lo religioso, el fútbol. Al final, definiría lo mejor de la salvadoreñidad como una especie de sufrimiento, negación y, a pesar de ello, ser y ser más», agrega el educador e investigador Óscar Picardo.
Y como el fútbol es el nuevo opio de los pueblos, como asume Eduardo Galeano en su «Fútbol, a sol y sombra», o como agrega «El fútbol es la única religión que no tiene ateos», la Selecta también es devoción, amor y dolor, y, sobre todo, símbolo de la salvadoreñidad.
Es locura, o como dirá también Álvaro Mendén Desleal, en el cuento «El fútbol de los locos», que «al fin y al cabo, en una cancha de fútbol todos somos locos» de amor, de nostalgia, de euforia.
Y quizás Dalton no quiso admitirlo en su poema, pero ser salvadoreño es una condición un tanto ingrata, y si interfecto tiene el agravante de ser aficionado al fútbol, a la Selecta, el problema es mayor porque nunca dejará de amar, de llorar, aunque, al final, la susodicha los deje como «los tristes más tristes de mundo», como Manuel, tras esa derrota que aleja el Mundial, el sueño de «mis compatriotas, de mis hermanos».
«Al escuchar el Himno en el partido me invadió una emoción única, sentí la piel eriza y lo canté con toda la fuerza. Es un orgullo enorme que me llena de energía y de amor por mi país»
Melvin Muñoz, aficionado de la Selecta
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