La Catrina, nació de una crítica social mexicana hasta convertirse en un ícono universal de arte, identidad y memoria colectiva.
La Catrina, nació de una crítica social mexicana hasta convertirse en un ícono universal de arte, identidad y memoria colectiva.

Entre la ironía y el arte nació una de las figuras más emblemáticas de la cultura mexicana: La Catrina. Su origen se remonta a 1912, cuando el grabador José Guadalupe Posada creó la estampa “La Calavera Garbancera”, una calavera vestida con un sombrero adornado con plumas, símbolo de quienes, en tiempos del Porfiriato, renegaban de sus raíces indígenas para aparentar una identidad europea. Posada acompañó su obra con una frase que resumía su sátira social: “La muerte es democrática, pues a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”.
Décadas después, el muralista Diego Rivera la transformó en un personaje completo en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” (1947), dándole cuerpo, elegancia y el nombre con el que se conoce en todo el mundo: La Catrina. Desde entonces, su figura ha trascendido el papel para convertirse en un símbolo de igualdad y orgullo cultural.
Elegancia ante la muerte
Más que un esqueleto vestido de gala, La Catrina representa una manera profundamente mexicana de mirar la muerte: con humor, respeto y color. Cada 1 y 2 de noviembre, durante el Día de los Muertos, su imagen se revive en altares, desfiles y celebraciones llenas de flores de cempasúchil, velas, pan de muerto y maquillaje de calavera. Según la socióloga Jonathan Juárez de la UNAM, “el Día de los Muertos refleja el multiculturalismo mexicano, donde la vida y la muerte coexisten en una misma celebración”.
Así, la figura que nació como una crítica a la vanidad se transformó en un símbolo de igualdad: ante la muerte, todos somos iguales.

La Catrina cruza fronteras
En los últimos años, su presencia ha crecido más allá de México. Festivales de Catrinas se realizan en países como El Salvador, donde cientos de personas desfilan caracterizadas con trajes y maquillajes inspirados en ella. Su imagen ha generado rutas turísticas, talleres y experiencias culturales que atraen visitantes de todo el mundo.
La investigadora Bertha Rodríguez, del Museo Mexicano de San Francisco, recuerda que Posada se burlaba de quienes imitaban las modas francesas sin pertenecer a esa clase social: “No tienes nada, pero llevas sombrero francés”. Esa ironía, sin embargo, se transformó con el tiempo en una celebración de la diversidad cultural y la identidad mexicana.
Hoy, La Catrina se reconoce en murales, pasarelas, exposiciones y desfiles en lugares tan distantes como Japón, Francia, Estados Unidos o Australia. Su esencia permanece: elegancia y orgullo ante la muerte.

Musa del arte y la cultura
El cine, la moda y la música han adoptado su figura. En la película “Coco” (2017), la estética de los personajes del mundo de los muertos evoca claramente su influencia. En “Spectre” (2015), de la saga James Bond, un desfile de catrinas en Ciudad de México inspiró a las autoridades a institucionalizar el evento en la vida real. Y en “El libro de la vida”, su espíritu se convierte en personaje central de una historia animada dedicada al Día de Muertos.
En el mundo de la moda, diseñadores y concursos celebran su figura con desfiles y certámenes como “La Catrina más bella”, donde los vestidos, tocados florales y maquillajes la transforman en símbolo de glamour. Su influencia también se extiende a la música y al arte urbano, donde representa resistencia, memoria y orgullo latinoamericano.
Identidad viva
Lo fascinante de La Catrina es su capacidad de reinventarse sin perder su esencia. De burla social pasó a ser ícono patrimonial y, finalmente, emblema global. Como apunta la revista Mexicanísimo, “en ella todos somos uno, mientras tocamos tierra y compartimos el pan de muerto”.
Para la socióloga Ana Bertha Vidal Fócil, su atractivo radica en su dualidad: “La Catrina y la Santa Muerte son figuras tradicionales que cautivan tanto por curiosidad externa como por fe interior”.
Esa dualidad explica su permanencia. Quien se disfraza de Catrina se coloca, aunque sea por un instante, en ese espacio donde la muerte deja de ser tragedia para convertirse en arte, recuerdo y celebración.

Un mensaje universal
Hoy, millones en todo el mundo pintan su rostro como La Catrina y participan en desfiles, exposiciones o sesiones fotográficas. Sin embargo, detrás del maquillaje hay un mensaje profundo: a muerte no es el fin, sino parte natural de la vida.
La Catrina no es solo un personaje del folclor mexicano; es un puente entre lo terrenal y lo eterno, entre el dolor y la belleza. Cada pétalo de cempasúchil, cada vela encendida y cada rostro maquillado reafirman su poder simbólico: la muerte puede ser también una forma de celebrar la vida.
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