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El Arte: De lo concreto a lo impreciso

«La desilusión marca la pauta de un arte que ha rechazado la belleza como método y se ha ligado más a la destrucción de la misma».

El Centro Español exhibe la muestra "Lo Feo", con obra de seis artistas visuales

Zygmunt Bauman muestra la fragilidad del ser humano frente a la contemporaneidad a través de una aguda metáfora: los postulados más sólidos de la sociedad se han vuelto líquidos. Esto significa que nos hemos visto inmersos en una modernidad que ha transformado lo concreto en provisional y, en términos prácticos, en algo impreciso y difuminado. Si las instituciones han pasado por este proceso, es lógico pensar que la creación artística también se ha vuelto líquida y se ha desplazado hacia la individualidad.

Podemos relacionar esta tesis con una característica de la expresión artística actual, que es la multiplicidad de temas derivados de la experiencia individual. Esto crea una ilusión de originalidad, pues una vida es única. Pero la realidad nos indica que son refritos de los mismos temas de siempre.

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Para entenderlo mejor, podemos asociarlo a los clichés en las películas, pero con la salvedad de que en el arte contemporáneo aparecen escondidos detrás de la máscara de lo personal. De ahí surge un arte ansioso y agotado, con furia tendenciosa hacia lo abominable y con un trazado que pretende revelar la sustancialidad más brusca del interior humano. La desilusión marca la pauta de un arte que ha rechazado la belleza como método y se ha ligado más a la destrucción de la misma.

Muchos artistas buscan en este método la independencia y a través de sus vivencias, la individualidad. Consideran que sus vidas poseen matices de originalidad, pero recaen en el refrito de los mismos clichés de siempre o, en terminología historiográfica, en la construcción involuntaria nuevo manierismo (repetición vacía de la estética pasada).

El uso de obscenidades, el supuesto «feísmo», la incesante necesidad de destruir los parámetros de lo bello —asociado a la estética académica y a lo concreto en el arte—, el uso indiscriminado de la política como base para legitimar posturas y una filosofía anómala que sugiere que se requiere primero la creación y luego la instrucción, nos muestra que no hemos superado los años setenta.

El arte motivado por el individualismo sistémico y el rechazo de lo concreto ya no es innovador, ni revolucionario, ni disruptivo. En todo caso, se ha vuelto algo impreciso. Y aquí nos vamos a meter en el mismo terreno pantanoso del que no pienso dejar de hablar: la contemporaneidad, en su afán de distinción, se ha olvidado de que el Arte es materia social y, por consiguiente, una forma de relación social.

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Pero la actualidad nos muestra una noción singular: el solipsismo primigenio a la hora de crear nos ha llevado a desconectarnos del otro. El espectador se siente sutilmente desplazado por la incomprensión de lo que ve. No obstante, esta sensación no surge de su ignorancia, sino de la falta de conexión y de la ausencia de material social en la obra que mira. Lo que resulta irónico porque el arte contemporáneo se ha enfocado en visibilizar problemáticas sociales.

El arte parece haberse convertido en satisfacción intelectual y en el engalanamiento de los mediocres, una práctica que desdibuja la esencia artística. Si algo está mal hecho no debe haber condescendencia por principios éticos y morales.

En definitiva, antes el arte abordaba las necesidades sociales mediante la tekné (técnica) y ahora aborda necesidades individuales mediante el solipsismo y el pathos (ideales). Pero derrotar la tekné en favor del pathos es una contradicción, porque no hay pathos en el arte sin una tekné precisa que los transfiera y los ilustre.

La liquidez y lo impreciso en el arte tienen que ver con esa ausencia técnica y con la degradante postura del espectador que se limita a lanzar comentarios insulsos. Es cierto que las posturas críticas pueden ser erradas, pero al menos permiten que nos interesemos en arte, que nos alejemos de esos comentarios vacíos y que promovamos un mínimo de pensamiento crítico. Por ello es imperativo reconciliar el pathos con la tekné y devolverle al espectador su lugar como interlocutor, no como invitado incómodo.

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