En junio del 2024, empecé un curso intensivo sobre cómo aprenden los seres humanos. Era parte de mi preparación antes de iniciar una maestría en políticas de educación. Yo nunca había trabajado en una escuela, así que el módulo dedicado al aprendizaje socioemocional era completamente nuevo para mí. Entendí que hablaba de algo que todos vivimos cada día, aunque no siempre lo notamos: aprender a manejar nuestras emociones y a convivir con otros.
Al principio, pensé que habilidades como la empatía, la resiliencia o la creatividad eran simplemente cualidades personales, casi rasgos de carácter que algunas personas tienen y otras no. Pero nunca me había detenido a pensar si esos rasgos nacen con nosotros o se aprenden. Descubrí que empiezan a desarrollarse en la niñez y continúan creciendo todos los días.
Durante el curso conocí el trabajo de la profesora Stephanie Jones, de la Universidad de Harvard. Su investigación insiste en algo simple: para que el aprendizaje socioemocional sea efectivo, toda la escuela debe estar involucrada. No basta con que un director hable de empatía en una reunión. El aprendizaje socioemocional funciona de verdad cuando forma parte de la rutina cotidiana: desde la puerta de entrada hasta el aula, desde la hora del almuerzo hasta el autobús escolar. Cada adulto de la escuela enseña con su propio ejemplo.
Jones y su equipo han estudiado durante años la manera en que habilidades como la atención, la autorregulación, la empatía y la resolución de conflictos influyen en la vida de los estudiantes. Han visto que estas habilidades no aparecen de un día para otro, sino que se construyen lentamente. Un niño de primer grado aprende a compartir, a esperar su turno y a respirar cuando se frustra. Un estudiante de secundaria, en cambio, necesita pensar antes de reaccionar y ser flexible cuando las cosas cambian. Son etapas distintas de una misma construcción.
En las escuelas que estudiamos, los maestros incorporaban pequeñas prácticas durante el día para fortalecer estas habilidades. A veces usaban juegos breves que ayudaban a entrenar la memoria, la atención o el autocontrol: actividades simples, casi como recreos de un minuto, pero que ejercitan el cerebro. En otras ocasiones, los adultos aprovechaban los conflictos entre estudiantes para guiarlos a expresar cómo se sienten, escuchar al otro y buscar juntos una solución. Lo importante es que toda la comunidad escolar reconozca que enseñar estas habilidades no ocurre solo en el aula; ocurre también en la manera en que los adultos resuelvan problemas y se relacionen entre sí.
Una idea del curso se me quedó grabada: para cuidar el desarrollo emocional de los estudiantes, primero hay que cuidar el de los adultos. Maestros, directores y personal escolar viven situaciones de estrés constante. Necesitan espacios para hablar, para resolver problemas en conjunto y para sentirse acompañados. Solo así pueden responder con calma, paciencia y empatía cuando un estudiante lo necesita.
También comprendí algo fundamental: las habilidades socioemocionales no compiten con las académicas; las fortalecen. Antes de una clase de matemáticas, por ejemplo, algunos maestros hablaban de la “valentía matemática”: atreverse a preguntar, a equivocarse, a explicar el propio razonamiento y a escuchar el de los demás. Este tipo de prácticas no restaba tiempo al contenido. Al contrario, creaba un ambiente en el que los estudiantes se sentían más seguros para aprender. En varias ocasiones, observé cómo un aula donde un estudiante sabe que el maestro confía en él, cuando puede tomar decisiones y demostrar liderazgo, cambia su manera de participar y de verse a sí mismo.
Hoy veo el aprendizaje socioemocional como una especie de músculo que todos podemos fortalecer. No es algo que solo ocurre en la infancia ni algo que se enseña una vez. Es una práctica diaria que involucra a toda la comunidad. Y aunque a veces no le ponemos nombre, está ahí en cada conversación difícil, en cada gesto de apoyo, en cada pequeño momento en que un niño aprende a manejar lo que siente.
Entender esto me cambió la mirada sobre lo que significa aprender. No solo se trata de resolver ecuaciones o leer bien. También se trata de formar personas que sepan escuchar y trabajar con otros. Al final, las habilidades que buscan las empresas, los gobiernos y las comunidades nacen justamente aquí: en los espacios donde aprendemos no solo contenidos, sino también a ser humanos.