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Cómo ser una sociedad más tolerante

No es fácil volvernos tolerantes. Sin embargo, diciembre es una época en la que la alegría de la Navidad se debe vivir como agrada a Jesús, siendo intolerantes con nosotros mismos cuando se trate de gastar desenfrenadamente en comilonas, licores o viajes al exterior.

Pareciera que el corazón humano palpita según las épocas que marca el calendario. En enero hay mucha ilusión y propósitos de año nuevo; en febrero se respira amor con San Valentín; luego, en Cuaresma y Semana Santa, predomina la piedad. Después vienen las celebraciones del Día de la Madre y del Padre; más tarde, un patriotismo casi forzado en septiembre; hoy nos invade Halloween en octubre; y, con un arreglo floral, conmemoramos a los fieles difuntos, donde muchos solo revisan en qué día cae para hacer planes, viendo la fecha como un simple feriado. Y, como si nada, llegamos a Navidad y fin de año. Entre prisas, como de costumbre, la mayoría de personas se apresura más y nos volvemos menos tolerantes, pensando en reuniones corporativas, familiares, con amigos de infancia o vecinos de la cuadra. ¡Y qué importa! La mente se vuelve primitiva: pareciera que complacer los instintos básicos es lo único relevante, preparándonos para una noche de excesos y días de celebraciones.

Y es aquí donde viene el título: ser más tolerantes. Poder disfrutar un momento en familia sin excesos, vivir una Navidad sencilla y llena de recuerdos. Para muchos será difícil; sin embargo, no debemos apartarnos del único propósito que importa: celebrar el nacimiento del Niño Jesús.

En periódicos y redes sociales se lee: “La Policía arrestó en Ilopango a una persona de 70 años luego de lesionar a una vecina durante una discusión que inició porque le habría tirado basura en la cuneta.” Tristemente, la tolerancia es una virtud cada día más escasa. Por una nimiedad podemos llegar a graves consecuencias.

Debe prevalecer una tolerancia orientada al bien. Ejemplos sobran; mencionaré apenas algunos actos de tolerancia y de intolerancia necesarios a la vez: ser más tolerantes al manejar, pero intolerantes con quienes creen que las calles les pertenecen; ser tolerantes con quienes asisten a una misa o evento religioso —pues no somos monedita de oro—, pero intolerantes con el charlatán, sea líder religioso, pastor o alguien que dice poseer “un don”. Ser tolerantes con los vecinos y evitar discutir por cosas sin sentido; mejor el silencio bajo control que perder los estribos ante un acto mínimo. Ser tolerantes con las autoridades cuando una ambulancia pide paso, pero intolerantes con quienes aprovechan ese margen de libertad para cometer faltas gravísimas a las leyes de tránsito.

Podría seguir con infinidad de ejemplos, pero el objetivo es recordar que solo siendo una sociedad tolerante quizá —quizá— saldremos adelante. No hay más.

Lamentablemente, el verbo “yo tolero” parece cosa del pasado. Tal vez el país aún sangra y es la intolerancia lo que sigue a flor de piel. Nadie se escapa: ni ricos ni pobres. En un país como el nuestro, nada es fácil. La intolerancia se da tanto en la zona urbana como en la rural. En esta última, un vecino puede discutir airadamente con otro por razones simples —como un gato perdido—, con el riesgo de que el conflicto escale a violencia.

No es fácil volvernos tolerantes. Sin embargo, diciembre es una época en la que la alegría de la Navidad se debe vivir como agrada a Jesús, siendo intolerantes con nosotros mismos cuando se trate de gastar desenfrenadamente en comilonas, licores o viajes al exterior. En lugar de ir a Yugoslavia o Portugal, hagamos un recorrido lleno de introspección hacia el lejano pueblo donde fuimos bautizados. Así, quizá, avanzamos hacia una tolerancia interior: una vida más sencilla en tiempos de abundancia, una lectura de la Biblia antes de cenar y el deber inequívoco de asistir a misa en nuestra parroquia. Ahí notamos que somos intolerantes con lo que no agrada a Dios y tolerantes con el modelo de vida de Jesús.

Estamos a pocos días de celebrar el nacimiento de Jesús, y qué manera más bonita de pedirle que, en el centro de la mesa, tengamos una actitud de amor hacia los demás, como Él la ha tenido con nosotros. Si miramos atrás, ya van cinco Navidades pospandemia, y la tolerancia se olvidó; la empatía se perdió. La pandemia debió marcar un antes y un después, pero lastimosamente no fue así.

Por tanto, que en cada reunión familiar, social, de amigos o compañeros de trabajo dediquemos un momento a dar gracias a Dios por el simple hecho de vivir y a pedir por los desprotegidos: los enfermos olvidados, los indigentes, los sin techo, los sin familia, los enfermos en los hospitales, los migrantes, los deportados, las familias en duelo. Y dediquemos también una oración por los privados de libertad, sean culpables o inocentes, y por quienes están sin trabajo y piden a Dios encontrar uno. Creo que esto puede ayudarnos a encarrilar el camino. ¿Cuesta? Claro que sí, y posiblemente más a quien escribe esta columna. Pero creo que puede ayudar; puede ayudarme y transmitir el deseo de ayudar.

Médico.

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