“El Reino de los Cielos, tal como aseguran el salmista y el profeta Isaías, conlleva un periodo de justicia y paz, donde todos tendrán una oportunidad de felicidad. El Mesías, investido con el Espíritu de Dios, hará lo que no han sido capaces de llevar a cabo los reyes, los gobernantes y los mandatarios. Y Pablo nos exhorta a fiarnos de la Palabra de Dios y mantenernos firmes en la esperanza”.
Entramos al segundo Domingo de Adviento. Vale la pena ver cómo nos estamos preparando para recibirle; si nuestra vida y nuestra religiosidad se enmarcan en el consumismo, la tradición, la nostalgia, los recuerdos, las reuniones y las fiestas. Si es así, definitivamente estamos lejos de Jesús. Triste situación, pues el buen católico es aquel que pone sus sueños, su fe, sus preocupaciones y su felicidad en la venida del Señor. Es una oportunidad de oro y no debemos dejarla pasar, pues no sabemos en qué momento nuestra vida acabará.
Es aquí donde debemos preguntarnos si tenemos un corazón humilde, o cómo podemos llegar a tenerlo, para recibir verdaderamente el nacimiento de Jesús. Así como el nacimiento que engalana nuestras casas, donde intentamos hacer un lugar digno y bonito, ¡así debe estar nuestro corazón! Un pesebre de humildad y amor para esperar la “Venida” del Señor.
Y yo, quien escribe esto, posiblemente sea el menos indicado; pero ¡qué gran oportunidad tenemos de estar a la altura!, de entender que los únicos que ganamos somos nosotros como personas, como seres humanos. Dios nos vuelve a dar otra oportunidad para recibirlo y vivir con gozo su “Venida”.
¿Cómo sería el mundo si los seres humanos viviéramos la Navidad con humildad? Que nuestra cena de Nochebuena sea una oportunidad para recibir el Cuerpo de Cristo; que ese vino que nos invita a participar de su Sangre en la Misa de Navidad nos prepare el corazón. No parece nada difícil, pero por los vientos que soplan ya se ven en las calles rostros ansiosos, un tráfico más pesado que el de costumbre, y me pregunto:
¿Para qué tanta prisa en llenar de árboles de Navidad y personajes que nada tienen de religiosidad y que más bien nos distraen del verdadero propósito de la fecha?
Nada tiene sentido si olvidamos que el Señor, en su infinito amor, nos regala la oportunidad de una nueva vida, de abrir nuestra puerta y nuestro corazón para que sea Él el invitado de honor. Debemos entender que la vida es un ir y venir, que todo lo que hoy tenemos mañana puede no estar: desde nuestros seres amados hasta la cosa material más insignificante.
Y nuevamente, Dios toca a nuestra puerta… pero la casa está vacía, no hay nadie que le abra. Así parece ser la vida vacía que llevamos. Tristemente, perdemos el gozo de recibir a nuestro Señor; nos dejamos llevar por el mundo. Debemos entrar a nuestro interior y recordar que es Cristo quien rige nuestra vida, que nuestra conciencia —errática y nada perfecta— debe preferir la sencillez de Jesús antes que la opulencia de las fiestas navideñas.
Lo que más escucho es: “¿Visitarás la vía navideña?” “¿Irás a la gran pista de hielo a patinar?” Yo me conformaría con escuchar que todas las películas y obras de teatro están dirigidas a mensajes de buena voluntad, de buscar ser mejores, de dejar a un lado la fiesta desenfrenada. Para que, llegado el gran momento —la Navidad, el nacimiento del Niño Jesús— estemos bien preparados y bien dispuestos.
Que nos anticipemos a leer el Evangelio dedicado para este año, que lo meditemos y lo reflexionemos. Que demos gracias a Dios por todo lo recibido durante el año: por la salud, por la comida, por el amor; también por los recuerdos de quienes ya no están, pero nos dejaron marcado el significado de estas fiestas.
¡Qué bonito sería que las familias tuvieran como propósito la empatía, el compartir, el vernos en el prójimo! Tristemente, solo en esta fecha parece surgir ese espíritu. ¿Cómo lograr dejar los placeres a un lado y regocijarnos en el mayor de todos: amar a Dios por sobre todas las cosas?
Estamos a días de “La Venida” del Señor. Que en esta fecha reine el amor a Dios y que sea Él el invitado principal de nuestra casa. Entendamos que nunca es tarde para iniciar el camino de preparación para amar y servir a Dios a través del prójimo.
Médico.