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Distraídos

Es como si de pronto todas las personas hubieran adquirido el famoso TDAH, el trastorno de déficit de atención acompañado de hiperactividad. O como si hubiera una escasez aguda de paciencia, de posibilidad de concentración… todo aunado con una capacidad de percepción voraz e insaciable: unamezcla verdaderamente explosiva.

Se podría decir que, desde hace un tiempo, padecemos lo que alguien ha llamado una crisis de la atención. En el sentido de un cambio profundo y de consecuencias importantes en la capacidad generalizada de prestar atención con continuidad y profundidad, a lo que nos rodea y a quienes convivimos.

Es como si de pronto todas las personas hubieran adquirido el famoso TDAH, el trastorno de déficit de atención acompañado de hiperactividad. O como si hubiera una escasez aguda de paciencia, de posibilidad de concentración… todo aunado con una capacidad de percepción voraz e insaciable: unamezcla verdaderamente explosiva.

Para hacer una alegoría, se podría decir que nuestra capacidad de captar información se satisface demasiado fácil, demasiado rápido. Como si una persona se alimentara exclusivamente de la llamada comida chatarra sin importarle el desbalance nutricional que una dieta así introduciría en su organismo. Somos curiosos, queremos saber, nos atraen las cosas bellas, pero nos conformamos con sucedáneos, espejitos que con su brillo nos hacen entregar nuestra valiosa capacidad de atención al postor que más nos atraiga. Estamos cambiando el brillo de la novedad por el fulgor de la verdad, y eso, más temprano que tarde, tiene consecuencias.

Una de ellas es la adicción, otra la equiparación de todo -todo vale, todo es lo mismo- como si no hubiera una jerarquía en los bienes a los que podemos acceder. Otra, y quizá no la menos importante, es el afán de novedades. Queremos conocerlo todo, consumirlo todo, experimentarlo todo. En lugar de mirar sólo vemos, y ya no escuchamos, oímos.

La percepción voraz no requiere atención, solo acción. Y así es imposible la reflexión. Una puerta abierta de par en par para la manipulación, pues quien entra en esa condición somete todo al yo, al deseo de lo nuevo, de lo estridente, de lo que mueve lo sensible en lugar de atraer lo inteligible.

Quizá está aquí una de las claves por las que uno puede comprender cómo personajes insulsos, vacíos,se convierten en referentes de las personas; como, por ejemplo, cantantes de calidad cuestionable, o políticos que ganan elecciones con agendas vacías de ideas y propuestas, pero apelando a su personalidad «cool», a su imagen, a su capacidad para estar «in» y generar hashtags y tendencias.

Distraídos, estamos distraídos.

Hemos sustituido la fuerza de la gravedad (por hablar de algo objetivo, independiente de nuestros deseos e impresiones) por la fuerza de la imaginación. Las cosas ya no son lo que son, sino que son lo que llena nuestros deseos de entretenimiento, de sensaciones, de novedades. Así estamos… y los políticos lo saben, y los algoritmos lo saben, y los mercadólogos lo saben.

Distraídos, nos mantienen distraídos.

La realidad real (no los fuegos artificiales que nos muestra el mercado, cortos videos sin sustancia, o políticos «cool»: a quienes les importamos solo en tanto los votamos), requiere prestar atención a las cosas que escapan a nuestra disposición, al consumo, a lo que halaga nuestra sensibilidad.

Las redes «antisociales» (así les estoy diciendoúltimamente a las llamadas redes sociales, y tengo mis razones para ello) fomentan la que se ha llamado «atención del cazador»: una concentración centrada en objetivos y resultados, guiada por intereses. Una actitud dañina, perjudicial, para la experiencia serena y contemplativa por la que llegamos a la verdad de las cosas y que hace que nadie -citando el dicho popular- nos pueda dar «atol con el dedo», que es lo mismo que dirigirnos, manipularnos, mangonearnos.

El poder de la virtualidad, de la digitalización, nos presenta un mundo mediado, medido, tasado por los que tienen la sartén por el mango, lo que en último término confirma aquello de que el éxito de someter a las personas pasa, necesariamente, por la inconciencia de los sometidos de que su situación es, precisamente, de sometimiento.

Distraídos estamos, nos mantienen distraídos.


Ingeniero/@carlosmayorare

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