Estas elecciones tienen también un importante ángulo geopolítico que debe ser debidamente analizado y que, en buena medida, explica la injerencia de Trump.
Estas elecciones tienen también un importante ángulo geopolítico que debe ser debidamente analizado y que, en buena medida, explica la injerencia de Trump.

Honduras llega a las urnas convertida en una pieza estratégica del tablero geopolítico entre el trumpismo y el chavismo, en un contexto de fuerte desgaste del gobierno de Xiomara Castro y graves dudas sobre la voluntad del oficialismo de aceptar una derrota.
Tras años de estrecha relación entre la familia Zelaya y el chavismo —desde el fallido intento de Hugo Chávez de reinstalar a Mel Zelaya en 2009 después del golpe de Estado de ese año, hasta el apoyo financiero, mediático y político a LIBRE—, el país vuelve a ser escenario de una fuerte disputa geopolítica regional.
La elección de 2021 que llevó a Xiomara Castro (la esposa del ex presidente Zelaya) al poder, inicialmente cargada de esperanza, derivó en un gobierno marcado por la ineficacia y la corrupción, según las encuestas, que dan como favorito al liberal Salvador Nasralla y/o a Nasry Asfura, del Partido Nacional, dejando al proyecto “revolucionario de izquierda” en riesgo de sufrir una nueva derrota en su “patio trasero”.
En este contexto irrumpe con fuerza el presidente Trump, decidido a frenar la influencia de Maduro y a reactivar una versión actualizada de la Doctrina Monroe: la “doctrina Donroe”.
Desde su red Truth Social, advierte que la democracia en Honduras está “en tela de juicio”, acusa al chavismo de intentar replicar en el país el modelo de Cuba, Nicaragua y Venezuela y toma partido abiertamente por “Tito” Asfura, al que presenta como el único candidato confiable para Estados Unidos. Trump condiciona apoyo económico, beneficios migratorios (como la ampliación del TPS), reducción de aranceles y mayor asistencia financiera a un triunfo de Asfura, mientras descalifica a Nasralla como “casi comunista”, pese a que este ha marcado clara distancia con Caracas y ha prometido romper relaciones con el régimen de Maduro.
La jugada se vuelve aún más explosiva con el anuncio del indulto al ex presidente Juan Orlando Hernández, condenado por narcotráfico, apuesta que podría ser “jaque mate” a favor de Asfura… o un boomerang, dado el profundo rechazo que genera el ex narco presidente JO Hernández—-condenado en EEUU a 45 años de cárcel por “narcotráfico”—- en la sociedad hondureña.
Al mismo tiempo, Maduro y el chavismo juegan su propia partida para no perder otro aliado en la región, en un momento en que su mapa de apoyos se ha ido erosionando en Sudamérica y el Caribe. La última pérdida fue la derrota del MAS y el nuevo gobierno de centro derecha de Rodrigo Paz en Bolivia.
La historia reciente muestra el peso simbólico de Honduras para el proyecto bolivariano: del intento de aterrizaje forzado de un avión de PDVSA en Tegucigalpa en 2009 al financiamiento de Libre, pasando por el rol de Mel Zelaya en PetroCaribe y la presencia de la familia en la “coronación” fraudulenta de Maduro en Caracas.
Hoy, la preocupación se centra en las denuncias sobre un plan del oficialismo para “ganar como sea”, con colectivos movilizados al estilo chavista, un comandante en jefe que habría ordenado a las tropas no intervenir ante eventuales actos de violencia y alertas de organizaciones como Human Rights Watch sobre el rol de la Fiscalía, las Fuerzas Armadas y la parálisis del Consejo Nacional Electoral. Todo ello convierte a las elecciones hondureñas en mucho más que una cita nacional: son un campo de prueba donde el trumpismo y el chavismo miden fuerzas en pleno proceso de reconfiguración del poder en América Latina y el Caribe.
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