Dos comerciantes con escenarios distintos pero un común denominador, el trabajo por cuenta propia, forman parte de la última etapa de la factura electrónica. Acá el lado humano de un documento cuyo reto va más allá del aspecto tecnológico.
Dos comerciantes con escenarios distintos pero un común denominador, el trabajo por cuenta propia, forman parte de la última etapa de la factura electrónica. Acá el lado humano de un documento cuyo reto va más allá del aspecto tecnológico.

Beatriz y Bárbara no se conocen. Una vende antojitos típicos en el mercado San Miguelito en San Salvador y tiene más de 40 años sobreviviendo en el colorido y complicado mundo del comercio informal.
Bárbara, en cambio, es abogada de profesión y llegó al mundo de los emprendimientos hace ocho años, tras la pérdida de su madre asumió el negocio de cosméticos artesanales de su progenitora.
Convencida de que debía seguir el legado, Bárbara no solo ha hecho crecer el emprendimiento sino que a innovado con productos y hace muy poco consiguió un espacio en un reconocido y lujoso centro comercial capitalino.
Si bien ambas conviven en mundos distintos, las unen varias cosas: el deseo de mantener y hacer crecer sus negocios, y el de levantarse mil veces aun cuando en un día no lograron vender ni un centavo.
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Hoy, ambas enfrentan un nuevo reto. Son las últimas -dentro del grupo de pequeños contribuyentes- que también han sido llamadas por el Ministerio de Hacienda para declarar el Impuesto al Valor Agregado, IVA y deben usar, la factura electrónica.
Esta medida se comenzó a implementar en julio de 2023 de forma escalonada, y se espera que para mediados de 2026 ya sea obligatoria para todos los contribuyentes, incluyendo micro, pequeñas y medianas empresas, así como personas naturales con actividad económica.
Bárbara ya fue notificada y Beatriz, que obtuvo un puesto en el mercado San Miguelito recientemente, se comprometió a iniciar el proceso para, por primera vez, declarar a Hacienda.
Cada una, desde su propia perspectiva, nos cuenta cómo han enfrentado el proceso y los retos que han enfrentado.
«Yo vendo acá desde que era una niña y mi única preocupación siempre ha sido sacar las cuentas y tener para comer. Ahora, toca pensar en eso del IVA y me aflijo», cuenta Beatriz.
A sus 49 años, lleva más de cuarenta vendiendo en el mercado y no conoce otra forma de ganar ingresos.
Ella asegura que desde el momento que les entregaron el puesto en el mercado debieron comprometerse en usar la factura electrónica y a declarar el IVA.
«Nos dijeron que el 10 de diciembre tenemos ya que presentar factura y estamos afligidas pero tratando de ayudarnos una a otras» , contó.
Ella, como muchas de sus compañeras de oficio, unas 40 en total, se han unido y han conseguido un «amigo» que es contador y que «le ha hecho precio» para llevar las cuentas.
«El muchacho primero dijo que nos iba a cobrar 25 por mes, luego bajó a 20 y como estamos haciendo un buen grupo, nos lo va a dejar a 15», explicó.
Beatriz lamentó que muchas de las comerciantes del mercado no saben leer y escribir, otras no completaron la primaria y otras más, ya con edades avanzadas, entre 70-80 años- se angustian con la idea de preparar un documento electrónico del que no tienen ni la menor idea.

«Es que muchas compañeras son viejitas, nunca han usado computadora ni saben nada de tecnología, imagínese lo que puede significar esto de la factura electrónica», se lamentó.
La comerciante explicó que varias vendedoras se han organizado, no solo para conseguir mejor precio con el contador, sino para alentar a las que quieren renunciar.
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«Aquí hay gente que ya se está rindiendo, y estamos dándoles ánimos, diciéndoles que les vamos a ayudar, hay unas que ni siquiera querían agarrar puesto y ahora se arrepienten porque se hacen bola anotando todo», explicó la comerciante.
Por consejo del contador, cada una se ha ideado para llevar las cuentas de la mejor manera posible y tratando de evitar pérdidas.
«Nos hemos comprado cuadernos y estamos anotando al final del día toda la venta, pero a nuestro modo, si abrimos un paquete de 25 vasos y cada café vale $0.40 centavos, hacemos el cálculo del total del paquete, al final del día. Tenemos que ser más cuidadosos porque no podemos desperdiciar nada», explicó.
Beatriz, reconoció que hay compañeras que han tenido más pérdidas que otras, por eso el ánimo varía entre todas.
«Acá la abuelita de una compañera ni duerme y hasta llora porque no vende ni entiende eso de la factura. Otras están más animadas, pero la mayoría tenemos un plan, queremos intentarlo», expresó convencida.
El plan de la mayoría es darse un tiempo estimado que les permita evaluar si deben o no seguir en el puesto del mercado y si los costos, merecen el sacrificio.

«Es que no es lo mismo alguien que venden adornos a otro que vende comida o flores, allí se ve más la pérdida y uno se desespera más», resumió Beatriz.
En un breve recorrido por el nuevo mercado San Miguelito, pudimos confimar sus palabras. Ana, una vendedora de adornos y artículos para fiesta, dijo que ya está lista para declarar IVA y dispuesta a aprender todo lo relacionado.
En otro piso del mismo recinto, Rosa una vendedora de flores, nos mostró decepcionada la cantidad de ramos de rosas y claveles que debe tirar cada viernes, porque no le dan las cuentas.
Bárbara es una emprendedora de cosméticos naturales que asumió el negocio de su madre hace ocho años y que hoy cuenta cómo la nueva obligación de facturar electrónicamente le cambió el ritmo, la rutina y los costos del negocio que heredó.
Cuando la contadora le avisó que debía dejar atrás los talonarios en papel —esos de 50 facturas que imprimía al por mayor para todo el año—, Bárbara sintió que el mundo se le movía un poquito. No por rechazo al cambio, dice, sino porque sabía que lo que venía no era sencillo.
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Bárbara refiere que fue hasta hace unos tres años que comenzó a declarar IVA, justo cuando su emprendimiento empezó a despegar. Pero nada la preparó para el nivel de orden, tiempo y tecnología que exige la factura electrónica.
Sin recursos para pagar un software privado —»es elevado», dice—, la contadora la inscribió en la plataforma del Ministerio de Hacienda.
Ahí descubrió que cada factura debe ingresarse «a pie», el nombre del cliente, DUI, correo, teléfono, distrito y departamento. Aunque el cliente sea recurrente, la plataforma no guarda nada, es un proceso que debe repetir cada vez que un mismo cliente le compre, aunque este lo haga diez veces.
El cambio la obligó a adquirir equipo que no tenía presupuestado, una computadora, una impresora y una tableta.
Y a volverse casi archivista profesional. En su laptop ahora vive una estructura de carpetas que parece sacada de un curso de administración en la que almacena por año, mes, tipo de comprobante, PDF y plataforma JSON (la de Hacienda).
Bárbara se ríe con cierta resignación cuando describe su rutina diaria. Ahora pasa buena parte del tiempo entre Excel y claves de acceso.
Porque la plataforma de Hacienda incluso le pide dos contraseñas, una para entrar y otra para confirmar cada factura.
«Al principio casi lloraba, me equivocaba, anulaba una factura y tenía que avisarle a la contadora para que llevara ese control también», admite.

Para sobrevivir, creó su propio sistema, un Excel por cada mes con los datos de clientes frecuentes, porque «nadie quiere repetir el DUI cada vez». Y revisar que todo cuadre, inventario, ventas en efectivo, pago con tarjeta, transferencias.
«¿Ventajas? Pocas. ¿Obligación? Total», resume Bárbara sobre el proceso, cuando se le pregunta si ve un beneficio real para los emprendedores.
Su consejo para quienes están asustados a enfrentarse a algo desconocido, sin formación contable o tecnológica, es ser ordenados. » Llevar inventario, guardar todo, no atrasarse. Y aprender. Los retos se hicieron para aprender».
Lo dice con la firmeza de alguien que sostiene sola un pequeño negocio en un sistema que se digitaliza más rápido que la capacidad de los emprendedores para seguirle el paso.
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