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Escuchando a los Nobel

El crecimiento moderno se basa en la innovación en ciencia y tecnología, junto con libertades civiles y económicas. Pero si las instituciones no son lo suficientemente fuertes para sostener esas libertades, comienzan la censura y los impuestos punitivos, y se desincentiva la innovación.

El Nobel de Economía de 2025 fue otorgado a los economistas Philippe Aghion y Peter Howitt, junto con el historiador económico Joel Mokyr, quienes demostraron que el crecimiento sostenido de un país no surge por decreto ni por casualidad, sino cuando las libertades democráticas alinean los incentivos correctos para crear, competir y difundir ideas. El crecimiento real no nace de subsidios, becas o propuestas oportunistas, sino de instituciones fuertes y autónomas, libertad económica e innovación.

La innovación es el motor del crecimiento; la política decide si ese motor arranca. El crecimiento sostenido no aparece solo: surge cuando las instituciones y las políticas alinean los incentivos para que las personas y las empresas inventen, adopten y mejoren las tecnologías de manera continua. El progreso surge cuando se asegura y estimula la libertad de expresión, se garantiza el estado de derecho, se elaboran políticas que protegen a las personas y no a los puestos. Mokyr recuerda que el progreso ocurre en democracias con prensa libre y universidades autónomas, donde las propuestas compiten y los errores no se esconden, sino se corrigen. Esa cultura de crítica reduce el costo de aprender y acelera la difusión del conocimiento útil.

El papel del Estado debe ser el de árbitro, no el de jugador único. Las trayectorias exitosas de los países nunca vienen determinadas por un «dirigismo desde arriba». Lo que funciona, según estos Nobel, es un Estado que invierte en ciencia básica y educación, garantiza las reglas generales, calibra la propiedad intelectual y cuida el tejido social. Ese Estado es más probable en regímenes donde los gobiernos rinden cuentas y las políticas pueden corregirse a la luz de la evidencia.

Estos postulados concuerdan con otro ganador del Nobel de Economía, en 1986, el doctor James Buchanan, quien enseñó que la relación entre economía y democracia debe comprenderse desde los incentivos que mueven a los actores políticos. Para él, el Estado no es una entidad benevolente que busca naturalmente el bien común, sino un conjunto de individuos —políticos, burócratas, votantes y grupos de interés— que toman decisiones buscando beneficios personales. Por eso, aplicar el análisis económico a la política permite entender por qué se produce el crecimiento excesivo del gasto público, el clientelismo o la tendencia a endeudarse para obtener solo beneficios electorales inmediatos.

Su propuesta central es la que él llama «economía constitucional»: antes de preguntarnos qué políticas deben implementarse, debemos preguntarnos qué reglas gobernarán el proceso político. Una democracia funciona bien cuando las reglas están diseñadas para limitar el poder de los gobernantes, alinear sus incentivos con los de los ciudadanos y evitar abusos derivados de decisiones mayoritarias no controladas. La estabilidad fiscal, la transparencia y la responsabilidad política dependen más de las instituciones que de la buena voluntad de los líderes.

Con esto, volvemos a los Nobel del presente año, quienes lo explican de manera simple con una pirámide imaginaria en cuya cima se ubica el crecimiento económico. Pero para que este se produzca se necesita innovación; para que haya innovación se requieren altos grados de libertad; para que exista la libertad hacen falta instituciones independientes que amparen el desarrollo de la población, y para que existan esas instituciones el gobierno y la sociedad deben tener altos valores de honradez, trabajo bien hecho y estímulos al esfuerzo, no regalos populistas.

El crecimiento moderno se basa en la innovación en ciencia y tecnología, junto con libertades civiles y económicas. Pero si las instituciones no son lo suficientemente fuertes para sostener esas libertades, comienzan la censura y los impuestos punitivos, y se desincentiva la innovación. Cuando se destruyen o anulan las instituciones que sustentan las libertades civiles y establecen límites al poder, siempre habrá quien llegue al gobierno para aferrarse al poder y quedarse con el dinero de los contribuyentes.

Los premios Nobel fueron constituidos para galardonar a aquellas personas cuyas investigaciones han sido rigurosamente evaluadas, y se ha constatado que aportan evidencia sólida para abrir caminos nuevos en las ciencias y en la sociedad. Sus ideas ayudan a diseñar mejores políticas públicas, evitar errores y comprender cómo funciona el mundo. Por esas razones, sus opiniones deberían ser tomadas en cuenta con honestidad. Son ganadores del Nobel, merecen ser escuchados.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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