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La burbuja de Trump

En medio de una parálisis del Gobierno que se ha prolongado más de cuarenta días, la más larga que se recuerda, la Administración Trump maniobró para frenar este tipo de asistencia, cuando millones de familias se veían afectadas por un cierre gubernamental que dejó sin sueldo a una legión de empleados federales.

El presidente Donald Trump es alérgico a la pobreza. Para ser más precisos, les da la espalda a las personas con escasos recursos económicos y, con la coartada de adelgazar el Estado, su modo de manifestarlo es recortando al máximo los programas de ayuda social que asisten a quienes, por muy diversas circunstancias, no han tenido acceso a vidas privilegiadas o a insertarse en la clase media.

El republicano llegó al poder las dos veces –con el intermedio del gobierno del demócrata Joe Biden cuando perdió la reelección– bajo la promesa de que le devolvería a Estados Unidos la grandeza que supuestamente perdió. Su lema, “Make America Great Again”, guiado por una doctrina fundamentada en un populismo de ultraderecha nacionalista, prendió entre la clase trabajadora que aspira a una vida mejor. De ellos se sirvió, asegurando que su irrupción en Washington era para hacer volar los estamentos tradicionales de la política, como si fuera un hombre del pueblo hablándole al pueblo. Nada más lejos de la verdad, porque desde la cuna perteneció a una familia pudiente cuya fortuna se amasó gracias, en gran parte, a la especulación inmobiliaria en barrios humildes de Nueva York donde minorías como los inmigrantes y afroamericanos acabaron por ser desplazados.

En su segundo periodo presidencial, Trump arrecia con políticas draconianas que dejan a la intemperie a millones de ciudadanos que, por el alto coste de la vida y de la vivienda en una época que no es precisamente de bonanza económica, se apoyan en ayudas como los llamados “food stamps”, que dependen del Programa de Asistencia de Nutrición Suplementaria (SNAP, por sus siglas en inglés). Este programa, vigente desde hace 60 años, provee fondos para adquirir una canasta básica en hogares que no llegan a fin de mes. En concreto, de esta asistencia se benefician 42 millones de personas. O sea, 1 de cada 8 personas en el país reúne los requisitos por vivir en el umbral de la pobreza.

En medio de una parálisis del Gobierno que se ha prolongado más de cuarenta días, la más larga que se recuerda, la Administración Trump maniobró para frenar este tipo de asistencia, cuando millones de familias se veían afectadas por un cierre gubernamental que dejó sin sueldo a una legión de empleados federales. Se ha tratado de un recorte drástico fundamentado en las falsedades de que se emplea un exceso de fondos para ello e inmigrantes indocumentados hacen uso del programa; son falacias que los datos desmienten: para ser beneficiario de los cupones de alimentos hay que probar que se tienen ingresos bajos y los inmigrantes sin estatus legal no pueden solicitarlos. De hecho, el 90% de las personas que los reciben son nacidos en el país.

Han sido, y lo siguen siendo por las trabas del Gobierno, días angustiosos para individuos y familias que han tenido que apoyarse en comedores comunales organizados por voluntarios con sentido cívico, y personas dispuestas a dar donativos que alivian las penurias de los más necesitados. Mientras la gente hacía colas para recibir estas ayudas generosas, Trump celebraba una opulenta fiesta de Halloween en su mansión de Mar-a-Lago, en Florida. Sus invitados acudieron disfrazados al modo de El Gran Gatsby, la célebre novela de F. Scott Fitzgerald que transcurre durante los decadentes años veinte y antes del crash económico de 1939. Fitzgerald retrataba los excesos de una clase social concentrada en el dinero fácil e indiferente a lo que acontecía fuera de su lujosa burbuja. En las cenas y eventos en Mar-a-Lago el republicano recibe a inversores de criptomoneda; a CEO de compañías dispuestas a darle millonarios donativos para su salón de baile en la sala este de la Casa Blanca; o a hasta dictadorzuelos (para él hay tiranos y tiranos) con los que amarrar acuerdos comerciales. En su cambalache particular y opaco, el mandatario se ha asegurado un avión de lujo, regalo de la monarquía absolutista de Catar.

En una columna reciente, Robert Reich, ex secretario del Trabajo y hoy en día profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, se lamentaba de la deriva trumpista y citaba un fragmento del discurso inaugural que hace 88 años pronunció el presidente Franklin D. Roosevelt: “La prueba de nuestro progreso no radica en que añadamos más abundancia a quienes tienen mucha; sino en que proveamos lo suficiente para aquellos que tienen poco”. En la burbuja de Donald Trump no hay sitio para lo que no brille y tintinee en los bolsillos. [©FIRMAS PRESS]

*Twitter: ginamontaner

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