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Deshojar de calendarios a manos del tiempo

La risa de mamá, su mirar y sus cantares, se los llevó la vida. Las palomas se dispersaron hacia el distante mar de sal y de ilusión. Mientras volaban -rumbo a la costa- las torcazas se encendieron en llamas y -como antorchas en fuga- fueron a caer a los montes.

Las manos del tiempo siguieron deshojando el follaje de los calendarios. En aquel viaje a la cordillera de las balsameras seguí contemplando en mi añoranza a la niña de nostálgico mirar que fuera mi madre, allá en el patio imaginario de la casa ancestral. Los lunarios perdieron sus hojas como los árboles del otoño. Yo imaginaba cuentos de la felicidad, como cuando niño, al otro lado del aire. La risa de mamá, su mirar y sus cantares, se los llevó la vida. Las palomas se dispersaron hacia el distante mar de sal y de ilusión. Mientras volaban -rumbo a la costa- las torcazas se encendieron en llamas y -como antorchas en fuga- fueron a caer a los montes. Entre tanto, los ojos de la niña del gato blanco se nublaban por el agua marina de sus lágrimas, mirando desde allá mi estrella en la lejanía. Yo seguí al otro lado del invisible muro de la ausencia, quedando de ella en mi interior el dulce cantar de su voz y de su lira de cedro y de campanas. Comprendí que sólo en la memoria del corazón existen caminos de regreso en el viento y la vida. Los campos siguieron cargados de cerezas silvestres y las llanuras de Guaymumuz a San Julián, cubiertas de perfumada hierba e historias lejanas. Como aquella de «donde beben los lobos.” Algún día tendré que ir a buscar ese lugar y esos lobos. Aunque sólo encuentre algunos lirios silvestres a un lado del riachuelo oloroso de musgo y amor. (y IV) de “Leyenda del Otro Lado de la Piel” © C.B.

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