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Mirada del adiós desde el tranvía en fuga

El follaje otoñal de la alameda cae con el ventarrón de pasiones. El tranvía se pierde a lo lejos bajo un nuevo y dorado sol.

Los diarios anunciaban la demolición de aquel edificio del barrio latino. Endson, el misógino jurista, se rehusaba a abandonar el lugar donde había vivido gran parte de su vida. De pronto, sin embargo, escuchó unos secos golpes en la parte trasera del apartamento. Eran las máquinas de terracería que empezaban a destruir el lugar. El anciano administrador llega presuroso a su despacho y le dice –alarmado— que abandone el lugar pues ha dado inicio su demolición. Endson siente que se le oprime el pecho, pues el lugar es como la estructura de su mundo perdido. Queda absorto mientras los demás habitantes huyen, llevando consigo sus pertenencias y lo que les queda del ayer. El rugir de los motores y el caer de los muros es cada vez más cercano. Apenas queda tiempo de escapar. Pero el retraído letrado se resiste a dejar tras de sí la amada aparición del pasado. Un obrero llega presuroso, exigiéndole que huya del lugar. Pero es demasiado tarde; el ayer cae en pedazos. La joven fantasma le dice adiós con la mirada desde la ventana de un vagón que parte. Pero Endson creyó que era el invierno de un tiempo ya perdido. Entonces desaparece junto a ella. El follaje otoñal de la alameda cae con el ventarrón de pasiones. El tranvía se pierde a lo lejos bajo un nuevo y dorado sol. El anciano conserje del edificio sonríe al verle partir. «Ellos habrán de ser felices en algún lugar del mundo y la memoria» susurra con nostalgia. (y V) de «Leyenda del Otro Lado de la Piel» © C.B.

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