María Isabel escogió una carrera muy demandante, e incursionó en ella cuando todavía era un campo dominado por los hombres.
María Isabel escogió una carrera muy demandante, e incursionó en ella cuando todavía era un campo dominado por los hombres.
¿Qué se puede decir sobre una persona que cumplirá 103 años? Obviamente lo primero que viene a la mente es el deseo de felicitarla, con mucha sinceridad, sobre todo si se tiene con ella una relación de amistad y aprecio. Y yo la tengo con María Isabel Rodríguez desde hace años. En tal sentido, es para mí una gran satisfacción haberla conocido y tratado y a través de esa relación aprender sobre la vida. Porque la vida no es solo una cuestión de cantidad de años vividos, sino de calidad. Y la calidad deviene de los objetivos que uno haya perseguido, a condición de que buscándolos también se disfrute y se beneficie a otros. Porque una de las mejores cosas que nos pueden pasar es estudiar y trabajar en aquello que realmente se quiere. Así, el trabajo no es una carga, sino una satisfacción diaria. María Isabel tuvo la dicha de estudiar y trabajar en lo que disfrutaba.
Lo anterior me lleva a un segundo punto. En ocasiones, el trato con María Isabel provoca un poco de envidia — de la buena —, de esa que empuja a querer a tener algo de lo suyo. Ha vivido mucho, pero disfruta de una calidad de vida envidiable, conservando una lucidez mental pasmosa. Con ella se puede conversar de diferentes temas sin perder los hilos de la conversación. En cierto momento pareciera que el cansancio se impone y hace una pausa, y uno dice, bueno, es natural. Lo sorprendente es que unos minutos después retoma la discusión exactamente dónde se dejó y vuelve con nuevas ideas. Pocas personas tienen esa capacidad.
Su hoja de vida es larga, llena de logros y en muchos casos tuvo un carácter pionero. Se dice fácil. Sin embargo, no debiéramos obviar que ello fue posible con muchos sacrificios, constancia y disciplina. María Isabel escogió una carrera muy demandante, e incursionó en ella cuando todavía era un campo dominado por los hombres. Por lo tanto, debió bregar a contra corriente y demostró que tenía las capacidades suficientes para sobresalir. En El Salvador tuvo la fortuna de ser alumna del Dr. Ricardo Quezada, quien había estudiado cardiología en Inglaterra, y estableció el servicio de cardiología en el Hospital Rosales a finales de la década de 1940. Fue Quezada quien la puso en contacto con el Dr. Ignacio Chávez, afamado cardiólogo mexicano que visitó El Salvador en 1948. Quezada la designó para que presentará la historia clínica de unos pacientes en el Rosales. Estudió mucho e hizo una excelente presentación, al final Chávez le preguntó: Doctora, ¿Dónde estudió cardiología? Ella respondió que era estudiante de medicina y aún no se había graduado. Chávez le ofreció una beca en el Instituto Nacional de Cardiología de México, a donde llegó años después.
Graduarse en medicina, ejercer tempranamente la docencia y la investigación ya eran logros notables. Pero siempre tuvo la necesidad de seguir formándose. Es así como en enero de 1950 se va a México a hacer un posgrado con una beca otorgada por el gobierno salvadoreño. En esa época, México se proyectaba con fuerza y cosechaba los frutos del crecimiento económico y la estabilidad posrevolucionaria. Además, su política de asilo había atraído a muchos científicos e intelectuales que aportaron mucho a la ciencia y la cultura. María Isabel trabajó con investigadores de alta escuela, como Ignacio Chávez y el Dr. Arturo Rosenblueth Stearns, un eminente fisiólogo y teórico de la ciencia. Esa experiencia le abrió horizontes y elevó sus niveles de exigencia. Lograr éxitos en ciertos espacios es posible, pero no debiéramos acomodarnos a ellos. Siempre es bueno tener otras experiencias que nos obliguen a exigirnos más, probando que aún tenemos un potencial por desarrollar.
Y María Isabel siempre estuvo dispuesta a emprender nuevos retos, por ejemplo, ser decana de la Facultad de Medicina entre 1967 y 72. Esta facultad fue pionera en impulsar cambios que más tarde se proyectarían a toda la Universidad en el rectorado de Fabio Castillo. Ser decana de Medicina era un desafío, en tanto que significaba capitalizar y potenciar un trabajo ya adelantado. No fue un periodo fácil. Los éxitos de la reforma ya eran bien conocidos. Sin embargo, ya comenzaban a manifestarse muchos problemas. Paradójicamente, algunos provenían de los logros alcanzados, por ejemplo, el aumento de la matrícula estudiantil que imponía exigencias cada vez más fuertes. Otros tenían que ver con los cambios políticos al interior de la Universidad, pero también a nivel de país. En ambos casos, la impaciencia era cada vez más notoria. Es decir, los logros eran desbordados por las expectativas.
Lo que vino después es bien sabido.
Entre 1970 y 72, la Universidad vivió un periodo convulso, intensificado por el empoderamiento estudiantil como consecuencia de la huelga de áreas comunes. Rafael Menjívar fue electo rector en 1971 y su agenda coincidió plenamente con la de los estudiantes organizados en AGEUS, llegando al punto de cuestionar radicalmente los logros de la reforma, de la cual él había sido parte. Las prioridades del rectorado de Menjívar eran más políticas que académicas. La intervención militar de julio de 1972 cortó ese proceso, y se llevó de encuentro a la reforma universitaria.
Como muchos otros universitarios, María Isabel salió de la Universidad y del país. Inició otra faceta, esta vez más vinculada a la gestión institucional en el campo de la salud pública. Trabajó en diferentes países, diseñando políticas públicas que apostaban a una medicina más social. La experiencia en el posgrado de la UAM Xochimilco al lado de Juan César García fue determinante. García estudió medicina y más tarde sociología. Su interés era vincular la práctica de la medicina con los entornos socioeconómicos, una línea de trabajo que impulsó desde la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Esta tendencia enlaza bien otra que explora la relación entre el desarrollo de la salud pública y el poder político, tal y como lo hace Marcos Cueto.
María Isabel volvió al país en la posguerra, supuestamente ya retirada. Sin embargo, emprendió dos grandes proyectos. Ser rectora de la Universidad de El Salvador en dos periodos (1999-2007) y más tarde ministra de salud (2009-14). En ambos casos impulsó ambiciosos procesos de reforma con logros importantes y gran potencial de desarrollo, si se les hubiera dado continuidad; cosa muy difícil en este país, donde cada cambio de administración supone reinventar el agua tibia. Basta ver el desmantelamiento del sistema de salud pública actualmente en curso. ¿En qué país del mundo la red nacional de hospitales depende directamente de Casa Presidencial?
María Isabel ha tenido la fortuna y quizá la desdicha de ver muchos cambios, a nivel global y de país. En el primer caso, siempre menciona los cambios en la tecnología médica y las comunicaciones. En El país, conoció la dureza del martinato, la bonanza y el optimismo de mediados de siglo XX, la crisis sociopolítica de las décadas de 1970 y 80, la ilusión de la paz y la democratización de los primeros decenios de este siglo. En los últimos años ha visto como el país involuciona al autoritarismo, la intolerancia y el desmantelamiento del estado de derecho. Algo hicimos mal como sociedad para haber llegado a este punto, reflexiona. No son tiempos afortunados para alguien que ha vivido tanto, que apostó tanto al cambio.
Sin embargo, ese acumulado de experiencias en lugar de quebrar su optimismo, lo fortalecen. El tiempo le ha confirmado que no hay crisis que no acabe, ni dictadura que no caiga. En tal sentido, el pasado puede ser fuente de inspiración y corrección. No debiéramos volver la vista al pasado para autocomplacernos o para justificar una situación presente; debemos conocerlo, estudiarlo para aprender, y se aprende de los aciertos, pero también de los errores, siempre y cuando seamos suficientemente humildes para no vanagloriarnos excesivamente de lo bien hecho, pero también honestos para corregir cuando nos equivocamos. Esa es la clave. Eso es algo que he aprendido por mi oficio de historiador y que las pláticas con María Isabel me confirman. Que tenga un feliz cumpleaños.
Historiador
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