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Duelos en el vientre

La gente no entiende el dolor de perder un hijo no nacido. Siempre me dicen que tengo otra para consolarme, que está en el cielo y que Dios sabe por qué no nació.

Octubre es el mes de la concientización sobre el duelo gestacional, perinatal y neonatal. Durante los últimos años he escrito sobre mi propio duelo por mi pérdida gestacional. Pero hoy quiero contar la historia de dos mujeres y sus duelos. Sus nombres han sido cambiados y sus historias modificadas, pero sirva para que entendamos los duelos silenciosos de aquellos que perdieron a sus bebés.

MARIA (38, pérdida perinatal, 2019)

Llevaba mis controles en el Seguro Social, pero como los tiempos de espera eran tan largos, decidimos con mi esposo llevar también control con un ginecólogo privado. Yo soy asistente administrativa, mi esposo es contador. Era un sacrificio para nosotros, pero mi primer embarazo (2015) fue de alto riesgo, y el parto, una pesadilla. Queríamos evitar eso otra vez.

No fue un embarazo difícil. En dado momento hasta mi esposo sugirió que sólo fuéramos al Seguro, pero yo no quise. Por allí por el final del séptimo mes sentí que la bebé se dejó de mover. Al segundo día, fuimos donde el médico privado y él confirmó que la bebé estaba muerta. No podía inducir el parto, así que tendría que esperar el parto natural.

No sabía que iba a hacer mes y medio con panza y con bebé muerto. Estaba tan asustada que no podía ni llorar. Hablé con mi jefa y me dio lo que hubiera sido mi maternidad por parte de la empresa. Se portaron de lujo. No sabía qué decirle a mi hija, entonces de seis años. La arreglaba para que se fuera al colegio y me volvía a acostar de la depresión. Pero a las dos semanas de muerta mi bebé, tuve contracciones. Habíamos decidido tenerlo en una clínica privada, así que la doctora me preguntó si la quería tener en mis brazos y verla. Fue extraño ver esa criatura tan perfecta y al mismo tiempo pensar que estaba muerta. Allí mismo mi esposo y yo le pusimos Génesis. En la funeraria pedimos que le pusieran la ropita que le habíamos comprado y le tomamos fotos de tal forma que no se viera como que estaba en el ataúd. La enterramos en la tumba de mi familia, en otro departamento. No hubo vela.

Decidimos no mentirle a mi otra hija, tratamos de explicarle lo que había pasado y le dimos una foto de su hermanita. Unos días después, vino llorando a la casa. Una vecina le dijo que le habían dicho que su mamá había abortado. Yo era el chambre en la colonia.

Volví a trabajar. Mi jefa le había comentado, con mi permiso, el caso a mis compañeros, que fueron un gran apoyo. Pero con mi hija, el mundo era cruel. Un grupo de vecinos la agredía verbalmente. Ella iba a una CEC y una vecina hasta se molestó en ir a ponerme el dedo con el Padre. El Padre la calló, e incluso parejas de la parroquia fueron a hablar con los vecinos, pero se encargaron de hacernos la vida imposible.

Mi mami es viuda y nos invitó a irnos a vivir con ella, a otro departamento. La casa es grande y podíamos comenzar de nuevo. Mi jefa le consiguió trabajo a mi esposo y me ayudó con un trabajo en línea. Fue lo mejor, porque vino la pandemia y pudimos estar todos juntos. A mí la pandemia me ayudó, pudimos sanar y mi hija regresó al colegio dos años después.

Yo no hablo mucho de la hija que perdí. La gente no entiende el dolor de perder un hijo no nacido. Siempre me dicen que tengo otra para consolarme, que está en el cielo y que Dios sabe por qué no nació. Pero todos los días pienso cómo se vería y qué estaría haciendo. Este año hubiera cumplido seis años y hubiera comenzado el kínder.

Paola (35, pérdida neonatal 2023)

Angelina y Andrea eran gemelas. Cuando nos enteramos con mi esposo, que es gemelo, no cabíamos. Compramos dos cunas, coche doble, todo de dos en dos. Me diagnosticaron STFF (Síndrome de Transfusión Feto-Fetal). Nos pusimos en tratamiento y confiamos que todo saldría bien.

Las niñas nacieron prematuras y de entrada supe que Angelina no iba a sobrevivir. No le voy a contar todo, porque serían horas, pero el tiempo que estuvieron en la UCIN se sintió como que eran años. Andrea estaba estable a los seis días. Angelina murió a los ocho. Pudimos sostenerla por última vez, besarla y despedirnos de ella. En ese momento creo que ambos sentimos alivio que nuestra bebé ya no sufría más.

La familia se portó increíble. Se turnaron para que no estuviera sola durante el día, por si me tocaba recibir la noticia sin mi esposo. Mis amigas vinieron a llorar conmigo. Me aseguré de que me tomaron fotos con ambas niñas. En el funeral de Angelina, lanzamos globos blancos al aire. Viví una montaña rusa emocional tan grande que no fue hasta después del entierro cuando me quebré, cuando estaba acostando a Andrea y vi las dos cunas. Allí me di cuenta de que la otra cuna iba a estar vacía para siempre. No sabía que hacer con dos de todo. Dolió, pero decidí mantener las dos cunas y el coche doble. Decidí no negar que había dado a luz a dos niñas. Lo que si hice fue donar la ropita.

Andrea va a cumplir dos años. Trato de que crezca de tal manera que sepa que tuvo una hermana gemela. Puede que suene loco, pero para su primer cumpleaños tuvimos dos pasteles, para su primera Navidad, hubo regalos para Angelina debajo del árbol (los cuales donamos). Cuando me ven sólo una bebé en el coche, algunos me preguntan por mis gemelos y yo cuento mi historia. Recibo bastantes comentarios de cajón y miradas raras, pero tengo un grupo de chat con mujeres que han perdido hijos, que he conocido a raíz de ese coche. Nos reunimos a desayunar una vez cada tanto. Somos de diferentes trasfondos, pero nos une el mismo dolor que nunca, nunca se va.

Perder a Angelina es un dolor indescriptible. Cuando Andrea alcanza una meta de desarrollo, hay gratitud inmensa, pero también tristeza y enojo. Trato de que Andrea no viva a la sombra de su hermana, pero es difícil. La pérdida de un hijo te marca de por vida.

Educadora.

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