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Ansiedad: manual de uso no autorizado

Lo que no es ansiedad: aquí es donde empieza la confusión. No es estar un poco nervioso porque hoy no hay leche en el súper. No es tener mariposas en el estómago antes de una cita (eso se llama emoción, y hasta puede ser bonito). Tampoco es un accesorio de moda para conseguir likes en redes sociales. Y, lo más importante, no es una excusa barata para evadir responsabilidades.

La ansiedad tiene tan mala fama que a veces parece la villana oficial de nuestra época. Todo el mundo habla de ella, la usa como excusa, la confunde con nerviosismo y, para colmo, la pobre nunca tiene derecho a réplica. Si la ansiedad pudiera dar entrevistas, probablemente empezaría diciendo: “Hola, no soy tan cool como creen, ni tan ridícula como dicen”.
Pero vayamos por partes. ¿Qué sí es la ansiedad? Básicamente, el sistema de alarma interno de nuestro cuerpo. Se activa cuando percibe un peligro, aunque sea tan cotidiano como enviar un correo con copia equivocada. El corazón late más rápido, las manos sudan como si hubieras corrido una maratón y tu cerebro empieza a redactar guiones de películas de terror donde todo sale mal. Es como tener a un guionista dramático en tu cabeza que nunca descansa.
La ansiedad es real, biológica, universal. La sentimos porque nuestros antepasados necesitaban reaccionar rápido ante un tigre diente de sable. El detalle es que, en el siglo XXI, no nos persiguen tigres: nos persigue la fecha de entrega, la reunión por Zoom, el “¿podemos hablar?” de tu pareja… y, aun así, nuestro cuerpo reacciona como si de verdad estuviera en peligro de extinción.
Lo que no es ansiedad: aquí es donde empieza la confusión. No es estar un poco nervioso porque hoy no hay leche en el súper. No es tener mariposas en el estómago antes de una cita (eso se llama emoción, y hasta puede ser bonito). Tampoco es un accesorio de moda para conseguir likes en redes sociales. Y, lo más importante, no es una excusa barata para evadir responsabilidades.
La sociedad, sin embargo, adora minimizarlo. Siempre hay alguien dispuesto a recetar soluciones mágicas: “respira”, “tómate un té de manzanilla”, “sal a correr”.
Lo irónico es que la ansiedad, en pequeñas dosis, es útil. ¡Sí, útil! Ese cosquilleo que te hace estudiar para un examen, preparar tu presentación o mirar a ambos lados antes de cruzar la calle. Sin ella, probablemente estaríamos todos relajados… y muertos. El problema surge cuando la ansiedad decide que merece un contrato de tiempo completo y no entiende el concepto de vacaciones. Ahí es cuando se instala en la sala de tu cerebro, cambia la contraseña del wifi y pone sus cosas en el estante.
¿Y por qué se queda? Porque la ansiedad es como un algoritmo: entre más la alimentas con preocupaciones, más contenido produce. Piensas “¿y si fracaso?”, y de inmediato tu mente te regala una secuela: “¿y si fracaso públicamente?”. Es como ver series en streaming sin fin, pero con guiones fatídicos.
Aquí viene otra aclaración necesaria: la ansiedad no es debilidad. No convierte a nadie en frágil ni incapaz. De hecho, la mayoría de las personas que la padecen siguen trabajando, estudiando, cuidando de otros… mientras cargan con un cerebro que parece hamster en rueda eléctrica. Así que, por favor, guardemos los discursos motivacionales de “todo está en tu mente”. Sí, está en la mente, pero eso no lo hace más fácil de manejar.
Ahora bien, la parte divertida es que todos creemos tener la solución para la ansiedad ajena, pero casi nadie sabe manejar la propia. Es como esos amigos que dan consejos amorosos brillantes, pero no logran salir de una relación tóxica.
Entonces, ¿qué hacemos con ella? Primero, dejar de demonizarla. La ansiedad no es el enemigo, es una señal. Nos dice que algo nos preocupa, que sentimos falta de control, que el cerebro necesita atención. Ignorarla no sirve; escucharla demasiado, tampoco. El truco está en negociar.
En resumen, la ansiedad sí es una reacción humana normal que, en exceso, necesita manejo y cuidado. No es un adorno, un capricho ni una debilidad. Y aunque no podemos desinstalarla como si fuera una app molesta, sí podemos aprender a convivir con ella sin que nos robe la vida.
Así que la próxima vez que alguien diga “tengo ansiedad”, en vez de responder “ay, relájate”, prueba con algo más útil: “te entiendo, ¿qué necesitas ahora?”. Porque al final, la ansiedad es ruidosa, inoportuna y agotadora… pero también nos recuerda que somos humanos, no robots. Y los humanos, por si alguien lo había olvidado, tenemos derecho a sentirnos un poco desbordados en este circo llamado vida.

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