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Adiós de pañuelos en el viento

Yo también le vi a los ojos, reencontrándonos desde eternas vueltas del viaje circular de la vida.

Belle, la misteriosa viajera, dice a sí misma: “He descubierto -oculta en el armario- mucho de este hombre de paso, al oírle llorar o leyendo a solas sus versos. Su misma antigua nostalgia, comprando con ella la felicidad. Extranjero versador que se enamoró de mí al verme una noche, llevando alas de papel en mis espaldas y en mis manos la lumbre del farol de celofán alumbrando mis pasos. Yo también le vi a los ojos, reencontrándonos desde eternas vueltas del viaje circular de la vida. Tal suele ocurrir con aquellos que emprendemos el infinito rumbo de nuestro sino. Todo para volver a vernos en un pueblo frío y florido como éste, donde el esplendor del monte dio paso a los viajeros ángeles-papilio. Esos cuyas alas simulan pañuelos que la ventisca agita al decir adiós. No pregunté su nombre pero sé que me ama; que es el mismo amor que alguna vez quedó en una vuelta in numeral del devenir. Unas pocas miradas e instantes bastaron para saberlo. Él quizá, cruzando la última primavera de su vida. Yo, la joven y frágil mariposa-ángel arrastrada por el vendaval marino. El mar y la flor, distantes y fugaces en la corriente». Luego Belle (besando los ilusorios versos del viajero) dice a sí misma: “Talvez yo sea otro verso escrito entre sus páginas. Yo -que había olvidado la dulzura de una lágrima en los labios- esa vez la tuve. Ello al contemplar la luz de su alma y el verso herido de su andariega nostalgia». (XVIII) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.

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