Ya a solas dentro de la cabaña del desconocido viajero, Belle quiere de una vez indagar el nombre de aquel. Entonces busca su libro diario de viaje. Su mirada se ilumina cuando lo ve escrito en sus páginas: “Marco Polo”. El mismo que llevara el legendario viajero y mercader italiano de la antigüedad. “¡Su nombre marca su destino emigrante!” exclama conmovida, abrazando contra su pecho el poemario de viaje. Dos lágrimas resbalan por sus mejillas. “Su nombre signa el adiós de su destino. Porque los viajeros siempre dicen adiós. Y -tal dice el refrán- partir es morir un poco. Allá en los largos caminos de su eterna ilusión.” Luego observa la mariposa papilio pintada en el lienzo de la pared, como detenida en el alma del trashumante poeta. “Lo que nunca dijeron los largos años de nuestras vidas, lo dijeron nuestras miradas de viajeros del turismo ecológico.” Luego Belle lee el título de un verso que dice: “Analgésico del dolor de amar”. “Pero ¿cuál dolor? -pregunta. ¿Acaso puede un antiguo pesar seguir viviendo en su poesía? Talvez la íntima herida que nos deja el romper o dejar atrás lo más amado… No sé quién sea este viajero que tiene el mismo mirar de bruma y nostalgia del bosque cafetal. Tampoco conozco su ayer y su jamás, pero por sus versos he llegado a saber tanto de su vida. Marco Polo. Nombre y autor de su propio destino. Ese que llevan los amantes que mueren al partir como las mariposas del verso de la vida. (XVII) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.