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Una flor y un beso al partir

Cuando el viajero versador despierta encuentra la flor entre sus manos, sin comprender quién la puso allí.

Cuando cae la tarde el viajero de nuestra historia descansa en un sofá de flores escarlata, quedando dormido. Como solía hacerlo: cerrando sus ojos, a fin de volver a encontrar el reino maravilloso de los sueños que suelen perecer en el mundo de los ojos abiertos. Aquel donde alguna vez erró su rumbo el emigrante papilio de la felicidad, surcando las nubes viajeras que llegan desde el distante mar. El mismo mar de la ilusión donde las blancas mariposas surgen como espuma en busca de las altas cumbres y dormidos volcanes del paisaje. Belle sale de su escondite al oír que el romántico viajero duerme. Pasa junto a él, con sigiloso andar, y antes de abandonar la habitación se detiene a mirar su rostro dormido. Acaricia sus cabellos suavemente y seca con su pañuelo las lágrimas del viajante. Quita una flor de su cabellera, la lleva a sus labios y la besa antes de ponerla en las manos del desconocido poeta de la vida. Después se va, llevándose consigo la llave del ropero. “Es la llave de tu corazón” le dice al irse. Cuando el viajero versador despierta encuentra la flor entre sus manos, sin comprender quién la puso allí. Después mira intrigado hacia la ventana. Los vapores del mar y la neblina hacen que la selva oscura casi desaparezca en el umbral. La misma fronda de la celeste arboleda que un día elevó sus alas hacia cielos lejanos. Perfumada jungla de la cumbre fría de esta historia. Eterna espesura del beso y la flor entre las manos. (XV) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.

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