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La falsa elección de la humanidad

Cuando la política se convierte en objeto de idolatría, desplaza a Dios y se transforma en un engañoso “mesías terrenal”.

La historia humana está marcada por decisiones que, vistas a la luz del tiempo, se revelan como trágicas equivocaciones. Entre ellas, ninguna tan significativa como la que ocurrió en Jerusalén hace más de dos mil años, cuando el pueblo tuvo que decidir: ¿Jesús o Barrabás? La Escritura relata que la multitud, incitada por líderes religiosos y cegada por sus pasiones, clamó a una sola voz: “¡Suelta a Barrabás!” (Mateo 27:21). Eligieron al homicida en lugar del Santo, al corrupto en vez del Justo, a la violencia en lugar de la paz, a la oscuridad en lugar de la luz. 

 Esa elección, lejos de ser un simple episodio histórico, se ha convertido en un espejo que revela la condición espiritual del hombre. El drama de escoger lo malo sobre lo bueno, lo pasajero sobre lo eterno, lo humano sobre lo divino, no ha cesado. La humanidad, generación tras generación, sigue repitiendo la tragedia de aquel día. Y lo más doloroso: aún quienes dicen seguir al Señor Jesucristo, muchas veces terminan confiando más en líderes políticos que en el Rey de reyes. El panorama actual refleja una contradicción alarmante. 

 Multitudes afirman ser cristianas, levantan la Biblia en campañas, citan versículos en discursos o incluso aseguran que “aman a Jesús”. Pero cuando llega el momento de decidir, su confianza se dirige a líderes políticos que promueven abiertamente el aborto, la ideología de género, la disolución de la familia y leyes que restringen la libertad de predicar el Evangelio. Esos mismos líderes que se presentan como “salvadores sociales” son, en realidad, modernos “Barrabases” que legislan en contra de la vida, desprecian la santidad y buscan acallar la voz de la Iglesia. 

 Y lo contradictorio es que muchos creyentes los aplauden, los siguen y hasta los defienden con mayor fervor que al mismo Evangelio. ¿Cómo se puede proclamar fidelidad al Señor Jesucristo y al mismo tiempo entregar el voto y la esperanza a quienes se oponen frontalmente a sus enseñanzas? El Señor Jesucristo lo advirtió con claridad: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro” (Mateo 6:24). No se puede confesar el nombre del Señor Jesucristo con los labios y al mismo tiempo legitimar con acciones a quienes buscan silenciar su palabra.

 La política en sí no es un mal; es un medio para organizar la sociedad y procurar el bien común. Sin embargo, cuando se convierte en objeto de idolatría, desplaza a Dios y se transforma en un engañoso “mesías terrenal”. El profeta Jeremías fue tajante: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová” (Jeremías 17:5). La historia ofrece innumerables ejemplos: imperios que se autoproclamaron eternos, pero que cayeron en ruinas; líderes que prometieron redención social, pero que terminaron esclavizando a su pueblo. 

 Hoy la narrativa es la misma: políticos que prometen justicia, equidad y progreso, pero que en realidad introducen agendas contrarias al Reino de Dios. Promesas brillantes que terminan siendo cadenas oscuras. El problema no es solo de los líderes, sino de los pueblos que, como la multitud de Jerusalén, gritan “¡Suelta a Barrabás!” cada vez que prefieren un proyecto humano sobre el Evangelio eterno. El espejismo político se convierte entonces en una trampa espiritual: la gente deposita su fe en promesas pasajeras, olvidando que solo en el Señor Jesucristo hay salvación y vida abundante.

 El apóstol Pablo advirtió: “Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias” (2 Timoteo 4:3). Ese tiempo ya está aquí. Hoy, la humanidad prefiere escuchar a líderes que les prometen placeres inmediatos, “derechos” sin responsabilidad y libertades sin moral. Se apartan de la Palabra porque incomoda, porque confronta, porque demanda arrepentimiento. En nombre de la modernidad, se levantan leyes que llaman al mal “bien” y al bien “mal” (Isaías 5:20). 

 Se persigue a quienes predican el evangelio del Señor Jesucristo en plazas públicas, se ridiculiza al que defiende la familia, se señala al que proclama la verdad de la Palabra. La contradicción es evidente: la humanidad dice “creer en Dios”, pero legisla para expulsarlo de la vida pública. Frente a esta crisis de fe y valores, la propuesta es clara y urgente: debemos volver a elegir al Señor Jesucristo. No se trata de un acto simbólico, sino de una decisión real que cambia la vida. Él no ofrece un mandato político de cinco años, sino una salvación eterna. No busca votos en una urna, sino corazones rendidos en arrepentimiento. 

No gobierna con decretos humanos, sino con el poder transformador del Espíritu Santo. La verdadera esperanza de la humanidad no está en la política, sino en la cruz. Allí se decidió el destino de la eternidad, y allí se nos ofrece una elección que no admite medias tintas: vida o muerte, luz o tinieblas, Jesús o Barrabás. El llamado de hoy es a no repetir la tragedia de Jerusalén, a no dejarnos manipular por las voces de un mundo que quiere callar al Salvador. El Señor Jesucristo mismo lo dijo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30). 

 No hay neutralidad o elegimos al Hijo de Dios, o seguimos repitiendo la historia de elegir a los “Barrabases” de turno.

El mundo vive una contradicción dolorosa: dice amar a Jesús, pero confía más en políticos que en su poder. Afirma creer en la Biblia, pero aplaude leyes que desprecian la vida y promueven el pecado. Predica libertad, pero restringe el Evangelio en las plazas. En pocas palabras, seguimos clamando “¡Suelta a Barrabás!”, aunque con un lenguaje y contextos modernos.

 Pero aún hay tiempo para rectificar. Hoy es el día aceptable, hoy es el tiempo de salvación. El Señor Jesucristo nos invita a confiar en Él por encima de cualquier líder terrenal, a elegir la verdad antes que la mentira, la vida antes que la muerte, la eternidad antes que lo pasajero. La pregunta permanece: ¿seguirás confiando en los hombres que fallan, o decidirás de una vez por todas poner tu fe en Aquel que jamás falla? La elección está frente a ti, y tu eternidad depende de ella. La humanidad no necesita más políticos que jueguen a ser redentores. Necesita al verdadero Redentor: el Señor Jesucristo. Él es la única elección que no defrauda a nadie.

Abogado y teólogo 

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