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Las dulces ilusiones también hacen llorar

Belle ha escuchado todo oculta dentro del ropero. Al escucharle también está llorando. No sabe por qué.

El viajero de chamarra azul, largos cabellos y mirada lejana, cierra su diario de viaje, con sus ojos llorosos . Conmovido por la pasión, seca sus lágrimas. “No –dice para sí mismo. No son lágrimas de pena. Es que las dulces ilusiones también hacen llorar. Y ella, la mujer-papilio puede ser sólo un ilusorio fantasma en mi trashumante soledad.” Belle ha escuchado todo oculta dentro del ropero. Al escucharle también está llorando. No sabe por qué. Talvez porque ella es parte del mismo drama. De aquel tiempo -breve e inmenso- de mariposas y viajeros que mueren un poco al irse y al amar en las cerúleas cumbres de su fugaz y añorada ilusión. Como la del “ángel” de los florecidos cafetales. El viajero escucha llorar a Belle y pregunta desconcertado quién llora, buscando en derredor con la mirada. Se asoma a la ventana, pero no hay nadie, ni en la puerta de salida. Luego regresa al interior de la habitación y se dirige al ropero. Trata de abrirlo, inútilmente. La chapa parece atascada o con llave. “Es de entenderlo -dice para sí mismo. Es un mueble antiguo, dañado de sus puertas y un cerrojo que perdió su llave. Como las apartadas vidas o los corazones que no se pueden abrir para sacar de su interior toda la tristeza o dulzura del amor…” “¡También a mí me hace llorar la miel de las ilusiones!” -dice una voz entre el conmovedor silencio. Entonces se abre la puerta del armario. ¡Pero en su interior no hay nadie! Entretanto, un papilio de luz escapa por la ventana de la cabaña. (XII) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.

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