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Crecer entre tallas y muñecas

Una niña tan pequeña que vive pendiente de su peso corre riesgos que pueden marcarla para siempre.

¿En qué momento decidimos como sociedad que una niña de siete años debía preocuparse por la báscula? Siete años… ni siquiera ha perdido todos los dientes de leche, pero ya sabe que un “kilo de más” es motivo de vergüenza. Qué logro tan monumental: hemos conseguido que la infancia dure menos que un story de Instagram.

Con siete años, yo ya sabía qué era esa vergüenza y ya odiaba mi cuerpo. Odiaba lo que veía en el espejo porque eso que estaba viendo era sinónimo de burlas, chistes y sobrenombres ruines. Y cuando busqué cobijo en los adultos, en lugar de canalizar con apoyo psicológico, me llevaron con un nutriólogo. Con siete años tuve un nutriólogo que me repetía en cada sesión: tengo una hija de tu misma edad y ella sí está en su peso perfecto. Ya era víctima de comparaciones dolorosas que me dejaron marcas indelebles que llevaré por siempre.

Se supone que a esa edad los problemas son si las crayolas ya no pintan, si la cuerda se enreda o si alguien te ganó en las escondidas. Pero no, parece que los adultos hemos decidido heredarles nuestras propias inseguridades, envueltas en frases aparentemente inofensivas como: “qué gordita te ves”, “no comas tanto”, o el clásico “esa ropa se te ve apretada”. Pequeños comentarios que pesan mucho más que los kilos en la báscula.

¿Y qué pasa después? Una niña que aprende a odiar su cuerpo antes de aprender a dividir. Una niña que mide su valor en tallas, que empieza a experimentar culpa al comer, que quizá descubra que vomitar es más rápido que hacer tarea. Pero claro, lo importante es que no engorde, ¿no?

De paso, nos aseguramos de que el futuro sea brillante… para la industria de las dietas, los gimnasios y las clínicas estéticas. Nada como formar clientas fieles desde la infancia.

Este fenómeno no es una simple curiosidad infantil: es una alarma. Una niña tan pequeña que vive pendiente de su peso corre riesgos que pueden marcarla para siempre. El primero es la autoestima: si cree que su cuerpo es un problema, ¿qué esperanza tenemos de que crezca sintiéndose suficiente? Aprenderá a medir su valor en libras y tallas, en lugar de en su risa, en su creatividad o sus sueños.

El segundo riesgo es aún más grave: los trastornos de la conducta alimentaria. No nacen de un día para otro, se gestan lentamente en esas comparaciones con la compañera más delgada, en los comentarios de los adultos que “solo bromean”, en las imágenes que idealizan un único tipo de cuerpo. Una niña que restringe lo que come a esa edad no solo se priva de nutrientes esenciales para su crecimiento, también aprende a relacionarse con la comida desde la culpa y el miedo.

A eso se suma la ansiedad constante. Vivir preocupada por el peso significa vivir midiendo, vigilando, controlando. Y la niñez no debería ser una sala de control, sino un espacio para explorar, equivocarse y disfrutar. Cuando la obsesión por el cuerpo aparece tan temprano, la infancia se adelgaza mucho más rápido que la cintura.

Lo que parece un detalle gracioso —una niña que “ya se fija en su peso”— es en realidad una sentencia: baja autoestima, ansiedad, riesgo de trastornos alimenticios y un cuerpo que no recibe los nutrientes que necesita para crecer. Pero sigamos felicitándonos por enseñarle a “cuidarse” tan temprano.

La verdad es que no es gracioso, ni normal, ni saludable. Es violencia disfrazada de chiste, de comentario inocente, de “preocupación por su salud”. Debemos empezar a cambiar el discurso. Hablemos de fuerza, de energía, de lo que los cuerpos pueden hacer, no de cuánto pesan.

No se trata de prohibir las conversaciones sobre salud, sino de cambiar el foco: enseñar a valorar la fuerza, la energía y la alegría de moverse, en lugar de la delgadez como objetivo. Hablar de lo que el cuerpo puede hacer, no de cuánto ocupa.

Porque detrás de una niña que se preocupa por cuánto pesa, suele haber un mundo adulto que le enseñó —directa o indirectamente— que el cuerpo es más importante que la persona. Y ese es un error que podemos corregir.

Alejandra Gavidia

Consultora política y Miss Universo El Salvador

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