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Argelia Villalta, un siglo de dulzura y constancia en San Vicente

La fabricante de dulces típicos más famosa de San Vicente festejó 100 años. Celebró una vida dedicada a mantener encendida una deliciosa tradición.

Argelia Villalta, celebración 100 años, dulcería Villalta.

El pasado 7 de septiembre en San Vicente sentí nítidamente cómo confluyen historia, aroma y dulzura. Caminé por calles conocidas que parecen vivir del recuerdo, hasta llegar al Barrio El Calvario, donde se ubica la Dulcería Villalta, rincón imprescindible de tradición salvadoreña, hogar de doña Argelia Villalta, quien recientemente cumplió cien años de pura dulzura.

Cuando la idea de escribir esta nota empezó a tomar forma, ya sabía algunos detalles: que la dulcería data de 1860 y que fue fundada por Pilar Villalta, que fue ella quien transmitió el arte de elaborar dulces artesanales a sus hijas Rosario, Josefa y Tomasa; que luego vino la generación de Elena y Argelia, hijas de aquella tradición, y que ahora son los hijos de Argelia quienes ayudan para asegurar que esa receta de vida no se pierda.

Aquel día del festejo (aunque su verdadera fecha de su natalicio fue el 5 de septiembre) presencié algo más que una celebración familiar; vi un homenaje a la constancia. Doña Argelia, sentada frente al altar mayor de la catedral de San Vicente, escuchó la misa solemne que su amigo, monseñor José Elías Rauda, ofició en su honor. Vi a sus hijos —Herbert, Julia y Carlos— junto a nietos, bisnietos, sobrinos, amigos, todos con camisetas beiges que identificaban ese momento tan especial. Vi su sonrisa constante, su emoción contenida y al mismo tiempo desbordada.

Pero más allá de ese día luminoso, me acerqué a la historia viva de Dulcería Villalta. Como vicentino de nacimiento he visto cómo esa factoría de sabores ha sido reconocida como un emblema, tanto a nivel local como internacional.

Argelia Villalta, celebración 100 años, dulcería Villalta.
La matriarca de los Villalta ha dedicado su vida a la fabricación de dulces típicos. Esta imagen es de 2005. Foto: EDH / Archivo

Un dulce oficio

La dulcería nació hace más de 160 años, en 1860, con doña Pilar, quien inició con algo modesto: dulces de leche, frutas tropicales, conservas de coco, tamarindo, nance; productos que vendía en ferias y tiempos festivos. Con el paso de las décadas, la fábrica fue creciendo; surgieron nuevas variedades, se hicieron mejoras en calidad y nuevas generaciones aprendieron cada detalle de la cocción, del punto exacto de la fruta, del toque perfecto del azúcar o del caramelo ideal.

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Doña Argelia aprendió desde adolescente este dulce oficio. Tenía 17 años cuando ya ayudaba con los dulces de fruta, aprendiendo con su abuela y su madre. Pese al correr del tiempo, hasta fechas recientes ella supervisaba fórmulas, seleccionaba ingredientes, mantenía ese olfato para los sabores verdaderos, esos que no se contentan con azúcar en exceso sino que buscan el alma de la fruta, el perfume de la leche cocida, el toque justo de canela…

Argelia Villalta, celebración 100 años, dulcería Villalta.
Doña Argelia, después de la misa en su honor con sus familiares y monseñor José Elías Rauda. Foto: EDH / Osmín Monge

Ejemplo de constancia

Desde el 2020 sus hijos la protegieron un poco del contacto directo con clientes, por seguridad con motivo de la pandemia. Pero nunca la apartaron de lo que más ama: los dulces.

Y es que la vida de doña Argelia — larga, llena de días, amaneceres, olores, fuego, canela, leche — muy bien puede compararse con su talento para hacer dulces artesanales. Así como cada dulce requiere tiempo, paciencia, calor justo, remover con firmeza, amor en la receta secreta, así ha sido su existencia: moldeada por generaciones, calor humano, constancia, sacrificio y ternura.

Un mazapán o nisperito (mis dulces preferidos), una conserva de coco, una tortita de camote, cada uno lleva el sello de su vida: ingredientes naturales sin preservantes, respeto al sabor de la fruta, cuidado en textura, color y aroma. Y si alguna vez han probado esos dulces, sabrán que no son solo azúcar, son memoria, comunidad, saberes antiguos heredados generación tras generación.

He tenido la dicha de estar frente a esas vitrinas donde brillan más de treinta variedades de dulces, como camote, coco, zapote, nance, tamarindo, guayaba, fresa, higo, mazapán…

Argelia Villalta, celebración 100 años, dulcería Villalta.
La famosas tortitas de camote, uno de los productos estrellas de Dulcería Villalta.

Hace algunos años, en amenas tertulias con doña Argelia, me contó cuántas botellas de leche se usan cada día, cómo se cuece con leña o ya con propano —en años recientes para mejorar condiciones ambientales y sanitarias —, me habló solo los peroles, las paletas de madera para revolver y del apoyo que sus empleadas le brindan.

Y sin embargo, ser artista de los sabores no es tarea fácil. He visto la dulcería adaptarse, controlar la calidad del ingrediente, revalorar la fruta frente al azúcar, incorporar mejores prácticas de higiene, trabajar con gas o propano en lugar de depender solo de leña. También he sido testigo de cómo la dulcería se ha expandido a otros lugares.

Argelia Villalta, celebración 100 años, dulcería Villalta.
Hasta hace algunos años, doña Argelia se mantenía activa en el área de cocina de su reconocida dulcería. Foto: EDH / Archivo

Memoria viva

El día de su cumpleaños centenario, la alegría se sentía en el aire del salón de la celebración. La música del mariachi y de Ricardo Morales retumbaba suave, los invitados reían y compartían recuerdos.

Vi cómo doña Argelia bailaba desde su silla de ruedas, moviendo los hombros. Ella irradiaba felicidad. También escuché un poema recitado por su amiga, Pilar Vaquerano, dedicado a su vida.

Además de la rica comida, en las mesas de los invitados no faltaron los ricos dulces de siempre, los que se han hecho durante generaciones, los que llevan ese “toque secreto” que solo quienes han pasado por manos de doña Argelia saben guardar.

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He visto muchas festividades, muchas fiestas tradicionalistas, muchas personas queridas cumplir años, afirmo que pocos cumpleaños llevan consigo tanto peso histórico, tanta conexión entre pasado y presente. En ese salón, en esa fiesta, se reunían no solo amigos y parientes, sino una tradición entera.

Doña Argelia me hizo pensar que un dulce, al igual que una vida, se define no solo por los ingredientes visibles, sino por el fuego que soporta, por los momentos de frío, por las manos que lo sostienen. Que crear dulces puede ser tan difícil como criar hijos, como conservar identidades; requiere voluntad, limpieza de corazón, paciencia, constancia y un amor que no se apaga.

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El 5 de septiembre, fecha de su natalicio, doña Argelia recibió muchas muestras de afecto. Foto: Facebook / Dulcería Villalta

Al despedirme de la celebración, me quedó claro que Dulcería Villalta no es solo un negocio, es memoria viva. Que doña Argelia no solo ha llegado a cien años; este siglo es un regalo, una herencia que ella, con sus manos, con su voz suave, con su risa, ha ido construyendo para San Vicente, para El Salvador.

Y cuando alguien pruebe un dulce Villalta, no solo debe saborear fruta, leche o azúcar: debe degustar historia, esfuerzo, identidad. Porque como la matriarca de ese lugar, cada dulce artesanal que ella crea demuestra que lo que perdura tiene siempre ese algo especial: pureza de origen, honestidad en el sabor, dulzura en el alma.

Gracias doña Argelia por su dulce legado. Dios la siga bendiciendo.

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