El “Cerro de las Ninfas” amaneció cubierto de nimbos, bruma y celestes nubarrones.
El “Cerro de las Ninfas” amaneció cubierto de nimbos, bruma y celestes nubarrones.
Las leyendas y romances suelen nacer de la nostalgia, de una historia de amor o del vuelo de una mágica mariposa que -luego de cruzar las alturas- desaparece hacia las distantes cumbres. Las cuales -igual que le ven llegar- la ven irse en el raudo vendaval. Esta es la historia de la selva umbría que aprendió a volar. No sé si con el tiempo habré de volver a ella. Hay dulces e inolvidables episodios en nuestra humana leyenda que no vuelven a repetirse. Y quedan allá en la lejanía de algún umbral de la memoria y la ausencia, como una imagen fantasma de la cósmica ilusión. Todo inició al clarear el alba de aquella cumbre lejana. Los “pijuyos” cantores y las celestes urracas surgieron del aire para iniciar la aurora. Después se encendió la fronda de doradas “chiltotas” u oropéndolas naranjeras; de bullangueras “guacalchías”, cenzontles y clarineros cantores. También se oyó el “torogoz” esmeralda, oculto en la espesura. El “Cerro de las Ninfas” amaneció cubierto de nimbos, bruma y celestes nubarrones. Como ocurre al empezar el día y la vida en las cumbres. Desde Apaneca hacia Ataco una blanca viajera volaba cual níveo ángel sobre los floridos cafetales: “Era el Papilio albino”, misteriosa mariposa llamada “Ángel”. Misma que nunca detiene su viaje pues condenada fue -según imagina la leyenda- a volar incansable la eternidad de su viaje. Cual blanco pañuelo de nube, sus alas del adiós llegan y se van entre la selva oscura. ¡Sin saber acaso cuándo habrán de volver! (II) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.
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