Alfredo César Aguirre: “Esta es la primera vez que el sandinismo pierde las calles”

Para el actual diputado y exfuncionario en períodos claves en la historia de Nicaragua, la ola de protestas es solo el inicio de un ciclo de cambios en el país centroamericano.

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Por Guillermo Miranda

07 May 2018

Quien fuera ministro-secretario de la Junta de Gobierno de 1979 y presidente del Órgano Legislativo entre 1991 y 1993, valora con esperanza las protestas lideradas por jóvenes universitarios y destaca la pérdida de confianza de la sociedad nicaragüense, respecto al régimen de Daniel Ortega, como el elemento definitorio de un nuevo período histórico en el país vecino.

En esta entrevista, el presidente del Partido Conservador y diputado de la Asamblea Nacional, Alfredo César Aguirre, aborda los últimos eventos sociales y políticos en Nicaragua y los coloca en una perspectiva histórica.

¿Es esta una situación coyuntural o es el inicio de un ciclo de cambios?

No tengo dudas de que es el inicio de un ciclo de cambios. En la historia nicaragüense, una manifestación tan contundente y masiva de todos los sectores de la población no ha ocurrido desde la caída de la dictadura de Somoza hace 39 años.

¿Hay una sociedad civil unificada alrededor de una agenda concreta?

Ni hay una sociedad civil unificada alrededor de una agenda ni hay agenda. Los puntos fundamentales que los estudiantes, que han liderado las propuestas, y de otros sectores son, primero, un cambio en el gobierno; segundo, resolver el tema fundamental de la transparencia en las instituciones públicas; tercero, reformas profundas al sistema electoral -que está en agenda desde diciembre del año pasado. Obviamente habrá que abordar el detonante de esta protesta, que es la reforma al seguro social. No hay una agenda acabada ni pienso que en estos momentos sea necesaria. Nadie está diciendo que hay que cambiar la Constitución, se está pidiendo Estado de derecho, democracia y transparencia.

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Sí hay gente que está pidiendo la renuncia del presidente Ortega. ¿Es esto factible o es mejor pensar en una transición gradual?

La ciudadanía no va a tener la paciencia de esperar mucho tiempo. La gente quiere un cambio ya y el cambio es, fundamentalmente, la renuncia de la pareja presidencial. También se ha pedido la renuncia de la jefatura de la policía, que es el cuerpo represivo responsable de las muertes de decenas de jóvenes y de heridos y detenidos que todavía están ahí. No creo que la población espere mucho tiempo para ver estos cambios.

¿Cuáles son los principales protagonistas en esta movilización?

Está muy diseminado y eso es una ventaja, en mi opinión, porque no hay líderes con cabezas visibles. En el caso de los estudiantes se nota claramente que hay una serie de dirigentes que están al frente de grupos de estudiantes organizados, hay múltiples liderazgos. En el caso del sector privado, el sector formal en el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) tiene 27 cámaras empresariales y cada una de ellas tiene una junta directiva de líderes. Con facilidad hay 200 lideres del sector privado. En el caso de las organizaciones de la sociedad civil en general, también está diluido. Este no es un proceso dirigido formalmente, esta es una protesta que se convirtió en una rebelión popular y en la que hay una coincidencia de demandas muy precisas, muy sencillas y muy profundas de cambio. En este momento es difícil predecir exactamente qué se va a hacer.

Se hace un paralelo entre Somoza y Ortega en este contexto, ¿comparte esa apreciación?

Son dos cosas diferentes pero tienen grandes similitudes. Las cosas nunca se repiten exactamente igual. Para mucha gente, estas acciones de represión son profundamente graves porque se rompió la confianza ciudadana en un gobierno que no reprimiría a la ciudadanía, aunque utilizara mecanismos de coerción y de coacción, como lo ha estado haciendo pero sin llegar a masacrar a jóvenes indefensos. Esto, ante la población, lo equipara mucho al gobierno de Somoza. A Somoza no se le recuerda por la bonanza económica que prevaleció durante la mayor parte de su mandato, sino que se le recuerda por las masacres a la población desarmada y civil durante los últimos meses de la insurrección nacional. Aunque fue más sostenido y hubo más víctimas en número, sujetar a la población nicaragüense a este tipo de represión ha roto la fibra de la convivencia pacífica con este gobierno. Esto lleva a la gente a decir “Somoza y Ortega son la misma cosa”; es el trauma de esta represión indiscriminada que ha costado la vida a valiosos jóvenes universitarios.

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¿Qué ha faltado en Nicaragua para que se llegue a un segundo “trauma”? ¿O qué debe hacerse para evitar un tercero?

Desde el triunfo de la revolución contra Somoza, esta es la primera vez que el sandinismo pierde las calles. El control social de las calles es lo que llevó a la segunda etapa, porque los gobiernos democráticos estuvieron siempre bajo acecho y boicot de las calles. Cada acción que llevaba el gobierno -primero de doña Violeta, después del señor Alemán y después de don Enrique Bolaños- estuvieron siempre sujetos al boicot y la desestabilización en las calles. Si ahora se perdieron las calles, porque las tiene el pueblo en general, se perdió la capacidad de desestabilizar y eso cierra la posibilidad de un tercer capítulo.

Es clave entonces que la ciudadanía no pierda el espacio público, la calle.

Nunca más la vuelve a perder, de eso tenga certeza. Esto es un cambio dramático de la situación. A este segundo capítulo se llega como producto de una elección democrática, libre y justa, en donde el ciudadano participa con su voto pero luego se va a su casa y le dicen que ganó la opción de la libertad, de la democracia y del restablecimiento de la tranquilidad en el país.

¿Se refiere a las elecciones presidenciales de 1990?

Me refiero a la elección de 1990 que llevó a que hubiera tres gobiernos democráticos contínuos. La población participó con su acto de votar pero no hubo defensa de sus libertades, como ahora lo ha hecho. Lo que ocurra en el país en los meses que viene será producto no de un ejercicio de voto, sino de una protesta cívica y pacífica que se volvió una rebelión amplísima de todos los sectores. Un verdadero alzamiento nacional. Esto es cualitativamente muy diferente a que solo llegue al poder un nuevo gobierno por vía del voto; que es lo deseable en todas las sociedades con algún grado de avance democrático, pero en el caso nuestro no fue suficiente porque el caldo de rebelión en las calles continuaba en manos del sandinismo.

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Ahora lo perdieron y la ciudadanía, y sobre todo los jóvenes, van a mantener el control de las calles porque eso es lo que garantiza que vayamos a una democracia imperfecta pero con reglas básicas para que no haya un tercer capítulo de coacción. No deja de sorprendernos la capacidad que tiene nuestro pueblo de rebelarse cuando hay que hacerlo -y particularmente, las generaciones jóvenes, que siempre lo han hecho en nuestra historia.