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Rectores de la UES: juegos de memoria

Castillo, Menjívar y Ulloa fueron hombres de Universidad y de izquierda. Pero su trabajo en la institución y su vida política transitaron sendas diferentes.

El pasado 4 de noviembre se cumplieron 13 años del fallecimiento del Dr. Fabio Castillo, dos veces rector de la Universidad de El Salvador. Unos días antes se cumplían 45 años de la muerte de otro rector, el ingeniero Félix Ulloa, asesinado el 29 de octubre de 1980. La Universidad organizó una actividad en su honor, en la que Ulloa fue perfilado como un referente en las luchas por la autonomía universitaria. Para Castillo, solo hubo un discreto acto en la Facultad de Ciencias Naturales y Matemáticas. Ambos figuran en una galería de esculturas de rectores connotados en la Plaza Minerva de la UES, donde además están Carlos Llerena, Rafael Menjívar y María Isabel Rodríguez.

Mi oficio de historiador me obliga a ser muy cauto a la hora de analizar ese tipo de homenajes. Ciertamente conllevan un reconocimiento a la labor de los rectores, pero también ocultan los conflictos que debieron enfrentar cuando ejercían sus puestos. En algunos casos pesan mucho las ideas políticas que orientaron su trabajo. La personalidad, gestión y relación de Castillo y Ulloa con la Universidad son muy diferentes. El primero tuvo una vida larga y llena de matices. Su labor trascendió más allá de la Universidad. Es referencia obligada en la historia política y académica del país e incluso tuvo una proyección internacional que aún no se valora suficientemente. El trabajo de Ulloa se limitó a la Universidad. Se graduó de ingeniero industrial en la UES, hizo una maestría en Estados Unidos. Fue profesor universitario y electo decano de la facultad de ingeniería y arquitectura en 1970. Fue capturado en la intervención militar a la UES en 1972; estuvo fuera de la institución en la gestión del CAPUES y se reintegó después. En esos años fue miembro del Movimiento Nacional Revolucionario.

Ulloa fue electo rector de la UES en noviembre de 1979, en un proceso marcado por el radicalismo y la intransigencia de los estudiantes organizados en el UR-19 que antes habían forzado la renuncia del rector Eduardo Badía, y amargado la vida Luis Argueta Antillón que lo sustituyó. Cuando Ulloa asumió la rectoría ya era muy cercano a las FPL, fue por eso que tuvo el apoyo del UR-19. Su rectoría estuvo marcada por la política, tanto a nivel universitario como de país. Las fuentes universitarias disponibles, no permiten establecer cuál era su propuesta académica, pero sí dejan bien clara su opción política. 

Ulloa habló de su elección en un acto de graduación el 14 de diciembre de 1979. La interpretó como la voluntad de las fuerzas políticas determinantes de la UES. Luego se refirió a las condiciones políticas del país y al golpe de Estado de octubre del 79; aunque reconocía el cambio acaecido, alertaba que, «en la actual situación, toda apertura democrática se convierte en una retranca para el avance del pueblo hacia su liberación definitiva». Para entonces, todavía se tenía expectativas de que el golpe, y sobre todo las reformas que se derivaban de él, podían evitar que el país cayera en la guerra civil. Pero Ulloa, al igual que la izquierda radical, no lo veía así. Por el contrario, planteó que la exacerbación de contradicciones en la política nacional, «tiene que alimentar y acelerar el proceso de desarrollo de las organizaciones populares y masivas; así como el de implementar una estrategia que se imponga a la contrarrevolución… la Universidad debe tener clara su responsabilidad y compromiso con el pueblo salvadoreño» (El Universitario, 18/12/1979: 3).

El breve rectorado de Ulloa marcó el alineamiento de la Universidad con el proyecto revolucionario de izquierda. No hay manera de saber qué tanto pudo haber hecho en el ámbito académico, ya que el ejército ocupó la Universidad el 26 de junio de 1980. La ocupación se prolongó por cuatro años. En esas condiciones era muy difícil cualquier desarrollo académico. Ulloa fue asesinado unos meses después. Su permanencia en la memoria universitaria está marcada por las circunstancias de su muerte y encaja perfectamente con la memoria histórica universitaria que ve a la Universidad como víctima de los militares y la derecha. Como todo constructo memorial refleja algo de verdad, pero oculta otros aspectos.

El caso de Ulloa es bastante similar al de Rafael Menjívar, quien fue rector entre 1971 y 72. Menjívar inició su carrera universitaria muy joven. Fue decano de economía con apenas 28 años y estuvo muy vinculado al grupo gestor de la reforma de 1963. Destacó como investigador en temas agrarios y económicos. Siempre tuvo ideas de izquierda, pero como muchos, se radicalizó con los años. Cuando fue electo rector se mostró muy crítico respecto a la reforma, especialmente en temas como el programa de áreas comunes, del cual dijo que era «un fracaso en todo sentido». Para entonces era un antiimperialista acérrimo, en tal sentido rechazaba el programa de becas Laspau y se opuso a un préstamo del BID a la UES. Los tres procesos fueron cancelados cuando asumió la rectoría. 

Cuando Menjívar llegó a la rectoría, los estudiantes organizados se habían empoderado sobre manera. Desde la huelga de áreas comunes, en enero de 1970, la agenda de las autoridades universitarias era impuesta por los estudiantes. Menjívar fue muy cercano a ellos, no solo porque lo apoyaron en las elecciones, sino porque compartía sus ideas políticas. Para entonces se hablaba de una «Universidad popular», la vaguedad del término iba mucho más allá de la democratización de la educación superior que proponía Castillo. En 1971, se entendía como abrir las puertas de la universidad al pueblo, no solo en cuanto ingreso a carreras, sin en acercarla a las necesidades y vivencias populares. 

Castillo, Menjívar y Ulloa fueron hombres de Universidad y de izquierda. Pero su trabajo en la institución y su vida política transitaron sendas diferentes. En el imaginario universitario Castillo es el artífice de la reforma más ambiciosa que ha tenido la Universidad. Méritos tuvo, pero en realidad, Castillo, lideró un grupo de universitarios empeñados en cambiarla. La reforma no es obra suya, pero obviamente, su aporte fue determinante. Los homenajes que la Universidad le tributó a posteriori son reconocimiento a su trabajo, pero también esconden los ataques y conflictos que Castillo sufrió de otros universitarios, especialmente de los estudiantes organizados, algunos de ellos fueron después docentes y funcionarios universitarios.

Menjívar sería el rector frustrado y del exilio. La intervención de 1972 deja de lado la discusión del rumbo que Menjívar pretendía dar a la Universidad, se asume que laobcecación anticomunista de la derecha y los militares truncaron no solo su gestión, sino el futuro de la Universidad. El exilio de Menjívar tuvo dos facetas: en la política fue militante de las FPL y asesor de Salvador Cayetano Carpio. Pero después de los hechos de Managua de 1983 que condujeron al suicido de Carpio, se distanció de la organización, pero trabajó con el FDR. Hizo una meritoria carrera académica en México y sobre todo en Costa Rica, donde murió en agosto de 2000.

Ulloa es el rector mártir. Su breve rectorado estuvo marcado por el alineamiento de la Universidad con la apuesta revolucionaria y por la intervención militar; a él se le atribuye una frase que se volvió canónica en el marco del exilio universitario: «La Universidad se niega a morir». Frase que se amoldó bien a una cultura de la resistencia, pero que tiene muy poco que proponer en términos de desarrollo académico. Para la UES, Ulloa es un recordatorio de cómo el poder político puede atentar, no solo contra la institución, sino contra sus representantes. Su legado tiene un potencial de movilización en escenarios que amenacen la autonomía.

En síntesis, la imagen de los rectores insignes de la UES está muy condicionada por los juegos de memoria que se dan al interior de la Universidad. Esto es positivo en tanto se vuelven referentes identitarios. El problema es que esa imagen no siempre refleja las apuestas y aportes académicos de cada uno y esconden las razones por las cuales fueron sus proyectos fueron rechazados. Paradójicamente, quienes más aportaron al desarrollo académico de la Universidad fueron Carlos Llerena, Fabio Castillo y María Isabel Rodríguez, enfrentaron también los conflictos más intensos. La explicación hay que buscarla en la historia, no en la memoria.

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