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¿Por qué nadie hace nada?

Todos esperan que haya alguien que actúe primero, pero la pasividad del espectador mueve al resto a permanecer también como espectadores.

Es finales de los sesenta en la Universidad de Columbia. En los pasillos de los laboratorios de psicología, con paredes color crema, cuelgan carteles contra la guerra de Vietnam. Estudiantes con ropa psicodélica y cabellos largos caminan hacia sus aulas, mientras dos jóvenes profesores —John Darley y Bibb Latané— discuten una pregunta que los atormenta desde que el New York Times amaneció con un titular terrible: «37 vieron el asesinato y no llamaron». La noticia hablaba de una joven llamada Kitty Genovese, apuñalada y violada durante treinta minutos mientras 37 personas observaron sin intervenir. Nadie llamó a la policía, nadie salió a ayudar: solo miraron desde sus ventanas. La pregunta que Darley y Latané se hacían era: ¿por qué, cuando todos pueden ayudar, casi nadie lo hace?

En 1968 los dos psicólogos iniciaron un experimento tratando de encontrar la respuesta a esa pregunta. Algunos estudiantes fueron llevados a una habitación cerrada donde los sentaban frente a un intercomunicador. Les decían que había otros estudiantes en habitaciones vecinas y que podían hablar por turnos entre ellos sobre la vida universitaria. Al principio el experimento parecía aburrido, inofensivo. Pero, de pronto, la voz de un joven comenzaba a emitir sonidos como si estuviera sufriendo una crisis epiléptica. Cuando el estudiante del experimento creía ser el único testigo, intervenía rápidamente en un 85% de los casos; pero cuando creía que había cuatro testigos más, solo reaccionaba en el 31% de los casos. La prueba demostró que a mayor número de observadores, menor era la probabilidad de que se dispusieran a ayudar. A esto lo llamaron «difusión de la responsabilidad». Nadie se sentía responsable, todos asumieron que alguien más haría algo.

En otro experimento, los investigadores sentaban a los estudiantes en una sala de espera para responder un cuestionario. Mientras trabajaban, comenzaba a salir humo por unas rendijas. Cuando la persona estaba sola, reaccionaba de inmediato: abría la puerta, buscaba a otros y les avisaba que había un incendio. Sin embargo, cuando había más personas en la sala —que en realidad eran actores que no reaccionaban ante el humo—, los estudiantes tampoco lo hacían. Quienes se encontraban solos reportaron la emergencia en el 75% de los casos, pero cuando había dos personas más presentes, solo reaccionaron en un 10% de las ocasiones. A este comportamiento Darley y Latané lo llamaron «ignorancia pluralista». Al ver a los demás permanecer inactivos, los individuos se sentían inducidos a permanecer inactivos también.

De estas pruebas se puede deducir, de manera general, que cuando hay pocas personas ante una situación que requiera ayuda, alguien irá y ayudará rápidamente. Pero donde hay más personas, pueda ser que nadie se disponga a actuar. ¿Por qué pasa esto? Porque creemos que alguien más se encargará. Y aquí está lo preocupante, ¿no será esto lo que sucede con los grandes problemas del mundo? Creemos que alguien más resolverá los graves problemas del sistema educativo, la crisis política, el cambio climático, etc. Todos esperan que haya alguien que actúe primero, pero la pasividad del espectador mueve al resto a permanecer también como espectadores. No es que a nadie le importen estos problemas, es que piensan que alguien más hará algo. Y así, todos permanecen sin hacer nada.

Lo mejor que se puede hacer es tomar responsabilidad y actuar, aunque nadie más lo haga. En otros experimentos, bastaba con que una persona reaccionara para que todos los demás también lo hicieran. Darley y Latané, más que expertos en «no ayudar», fueron cartógrafos de la ayuda posible. Sus estudios legaron a la humanidad un recordatorio sencillo: en una emergencia, la normalidad es el verdadero humo; la multitud, la verdadera pared. Demoler la pared empieza en voz baja, con alguien que decide: hoy me toca a mí.

Las pruebas también demostraron que la mejor guía de acción es señalar a una persona concreta. Por ejemplo: «Tú, de camisa azul, llama al 911». Eso rompe la difusión de la responsabilidad. Es lo que Jesús quiso enseñar cuando le dijo al intérprete de la ley, al hablar de la misericordia del samaritano: «Ve y haz tú lo mismo». Da el primer paso, aunque dudes; tu iniciativa liberará a los demás del hechizo del efecto espectador.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim

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