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Popularidad líquida

Bukele no es popular por lo que hace, sino por lo que dice que hace. Que después lo haga o no es secundario. Sus asesores de imagen explotan hábilmente el poder de la imitación para crear la tendencia que se proyecta como realidad. Ahora bien, la comercialización digital de la marca Bukele no tiene el éxito garantizado. Como cualquier otra mercancía necesita refuerzos constantes para no desvanecerse.

La libertad de expresión aterroriza al poder autoritario. No tanto por expresar ideas novedosas, disruptivas o peligrosas. No silencia las quejas, que proporcionan información valiosa sobre lo que debiera corregir o el funcionario que convendría despedir. Sino aquella que puede encontrar eco en la opinión pública y poner en entredicho el discurso oficial. Entonces, surge una visión alternativa, que desplaza progresivamente la impuesta desde arriba hasta desecharla. En este caso, la movilización masiva contra el orden establecido es una posibilidad real.

Simultáneamente, la petición de ayuda, el reclamo de la promesa no cumplida y la queja por la negligencia gubernamental que circulan en el espacio cibernético suelen ser atendidas. El poder es muy sensible a la exposición que lo exhibe lejano e insensible a las necesidades de la gente. Por otro lado, la respuesta es recompensada por el reconocimiento y el agradecimiento, también cibernético, de los favorecidos. Estas intervenciones confirman la bondad del régimen y quitan argumentos a sus detractores. Si bien no son más que intervenciones puntuales, que satisfacen el apremio de los peticionarios, no de todos los que se encuentran en una situación similar, las redes digitales a su servicio se encargan de elevar a norma lo que no es más que una especie de limosna.

En cambio, el poder reprime duramente la información con potencial para movilizar la protesta. Sus redes digitales se lanzan implacables contra las fuentes, ya que no puede permitir que le arrebaten el monopolio ideológico. No debaten argumentos, porque no los tienen, ni les importan. Les pagan para descalificar, tergiversar e insultar despiadadamente. La confrontación es muy violenta, porque se desarrolla al alcance de cualquiera. De esa manera, preparan el terreno para la imputación judicial y la cárcel.

El mensaje en sí mismo es inofensivo. Incluso si es aceptado por un sector, al cual el poder descalifica como minoría izquierdista, extremista o globalista. Su temor es que otros muchos lo acepten, se lo apropien y lo reproduzcan. No tanto por convencimiento, sino porque otros hacen los mismo. La imitación que coloca en la tendencia de moda es lo que importa. Los mensajes que circulan en el espacio cibernético son marcas que los usuarios consumen, porque otros las consideran fascinantes. El principio es válido para toda clase de mercancías, incluidas las figuras y las opiniones.

El valor de estos objetos no estriba únicamente en los miles que los ven, sino también en que estos saben que otros miles ya los han visto. Es el poder de las visualizaciones y los likes. Saber que otros saben algo y que ellos saben que nosotros sabemos es poderoso. La marca Bukele es popular por ser tendencia. Unos se apuntan porque otros, tanto nacionales como extranjeros, también se han apuntado.

Esta es su fortaleza y también su gran debilidad. Bukele no es popular por lo que hace, sino por lo que dice que hace. Que después lo haga o no es secundario. Sus asesores de imagen explotan hábilmente el poder de la imitación para crear la tendencia que se proyecta como realidad. Ahora bien, la comercialización digital de la marca Bukele no tiene el éxito garantizado. Como cualquier otra mercancía necesita refuerzos constantes para no desvanecerse. Lo mismo sirve la imposición de la moda y del lenguaje escolar, que los perros y gatos callejeros o la arquitectura de las grandes capitales. Importa la circulación de la marca. Sin refuerzos, la tendencia tiende a debilitarse y abre espacio para que una tendencia alternativa la arrincone.

El primer paso para romper el monopolio del mercado ideológico es la información compartida. La deferencia obsequiosa con el poder se convierte en ridículo cuando alguien advierte en voz alta que el rey a desnudo. Todos lo ven, pero nadie se atreve a verbalizarlo. El encanto se rompe cuando alguien lo expresa en voz alta. Entonces, lo grotesco es del dominio público. De todas maneras, no hay que menospreciar el poder persuasivo del encantamiento, ni el disuasivo de la represión despiadada.

La popularidad de Bukele es líquida. Se acomoda a las expectativas. Por eso, hoy dice una cosa y pasado mañana la contraria. Promete sin intención de cumplir. Explota las inseguridades y las frustraciones de las mayorías para prevalecer en las redes digitales. No pretende construir una sociedad más igualitaria y bien avenida. Al contrario, cultiva la división, el insulto y la venganza, porque se vende bien. Los adolescentes pelean fieramente entre ellos por motivos triviales, porque los más brutos necesitan la reputación de que nadie se puede meter con ellos. Necesitan ser reconocidos como intocable.

La popularidad de Bukele está vacía. Cada vez que llueve la infraestructura rural y la urbana recién remozada hacen agua. En lugar de prestar atención a los obsoletos servicios básicos, busca socio extranjero para eliminar a los perros y los gatos callejeros sin crueldad y admira el diseño arquitectónico de Roma, París y New York.

Director del Centro Monseñor Romero de la UCA.

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