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Medicina social

Un antecedente notable en el modo de ver la atención a la salud se dio en las primeras décadas del siglo XX.

Hay profesiones que se ejercen preferentemente desde el ámbito de lo privado; antes se decía son profesiones liberales. Otras son eminentemente sociales, por ejemplo, la docencia. Algunas han tenido interesantes desplazamientos. En las primeras décadas del siglo XX, la medicina era la típica ocupación liberal. El médico por antonomasia, era el que tenía su consultorio privado al que llegaba a determinada hora. Para entonces su asistente tenía una agenda de citas por atender. Terminaba su jornada y volvía a casa. Algunos ejercían algunas horas en hospitales públicos, más por filantropía que por necesidad. 

Esa condición cambió. Hacia mediados de siglo se comenzó a ver la medicina como una profesión de alto contenido social. Hasta la concepción de salud y enfermedad cambió; ya no se vieron como fenómenos individuales al margen de los entornos socioeconómicos. Así, tratar el parasitismo o las enfermedades gastrointestinales iba más allá de administrar desparasitantes o antibióticos y obligaba a considerar factores sociales intervinientes como salubridad, acceso a agua potable, uso de calzado, etc. 

Ya antes se había considerado la influencia de los entornos en la salud, pero sin relacionarlos con condicionantes socioeconómicos. Los climas frescos y aireados se consideraban positivos para la salud; de ahí, a veces los médicos recomendaban a sus pacientes un “cambio de aires” para facilitar su curación. Por el contrario, había ambientes miasmáticos de los que se debía huir. Climas cálidos, excesivamente lluviosos, con aguas estancadas eran considerados insalubres. Así, en 1807, Gutiérrez y Ulloa relacionaba el clima de la Intendencia de San Salvador con la salud de la población. De San Miguel decía: “A las malas aguas… y las naturalezas agobiadas con las continuas fiebres intermitentes, se une el pus venéreo y erupciones cutáneas en generales fomentadas por el descuido y el temperamento cálido, húmedo e irregular que domina en toda la jurisdicción.” Un panorama diferente se presenta de aquellos lugares en que el clima y la situación geográfica se consideraba favorable. La Estadística General de 1860 dice del pueblo de Apaneca: “El clima es frío y sano”. 

Un antecedente notable en el modo de ver la atención a la salud se dio en las primeras décadas del siglo XX. Para entonces, el hospital nacional de más prestigio era el Hospital Rosales, que junto con la Universidad de El Salvador era escuela de los más notables galenos. Para esos años, la Fundación Rockefeller impulsó a nivel regional un programa para el combate de la Anquilostomiasis, en colaboración con instancias gubernamentales de cada país. La Fundación escogía con sumo cuidado sus intervenciones; las cuales debían tener impacto evidente e inmediato y a bajo costo. 

La anquilostomiasis es una infección parasitaria intestinal causada por helmintos de las especies Necator americanus y Ancylostoma duodenale. En sus primeras fases es asintomática, pero puede generar graves complicaciones. Los parásitos se adhieren al intestino delgado y se alimentan de sangre, provocando anemia. Sus efectos son visibles: palidez, debilidad y fatiga. En casos graves hay disnea (dificultad para respirar) o taquicardia (ritmo cardíaco acelerado). Los más afectados son los niños, y los vientres hinchados lo evidenciaban.

El combate a la Anquilostomiasis reunía los requisitos deseados por la Rockefeller: era un problema evidente, fácil de tratar y de impactos inmediatos. Los médicos ordenaban exámenes de heces, tratamientos contra los parásitos. En ocasiones se recetaban vitaminas y compuestos ferrosos. Además, la campaña llevaba un componente educativo y civilizatorio: uso de letrinas, calzado y purificación de aguas. Todo el proceso era documentado sistemáticamente. Los informes llevaban siempre registros fotográficos de “antes y después”. Después de unos meses, los niños desnutridos, de mirada perdida y vientres voluminosos aparecían sanos, sonrientes y enérgicos, en algunos casos hasta con zapatos.

Sin embargo, el giro hacia lo social en la práctica médica vendría décadas después. Un caso pionero sería el Dr. Fabio Castillo Figueroa, que se graduó en la Universidad de El Salvador. Su tesis se tituló “Estudio del funcionamiento hepático en los estados nutricionales.” El título parece convencional pero el subtítulo lleva un componente social clarísimo: “investigaciones sobre la nutrición de nuestros obreros y campesinos”. Esa tendencia hacia lo social se acentuó en las décadas siguientes y en cierto modo fue estimulada por una disposición de la constitución de 1950 que estableció el servicio social.

Ya en las décadas de 1960 y 70, la carrera de medicina de la UES tenía un enfoque muy social con un acentuado componente de trabajo comunitario que se amplificaba con el trabajo del sistema de áreas comunes en ciencias sociales y humanidades. Los jóvenes estudiantes de medicina tenían una profunda inmersión en la realidad social del país más allá de la capital. Así descubrieron las inequidades que atravesaban la estructura de una sociedad en pleno boom desarrollista. Muchos de ellos, eran hijos de médicos formados a la antigua que no simpatizaban con las nuevas tendencias. Un médico se formaba para que tuviera su clínica en la capital, a lo sumo en una ciudad principal, pero no para que ejerciera en una unidad de salud perdida en el interior. 

Los médicos presentaban una memoria de su servicio social, a menudo realizado en el interior del país. Algunas de ellas son verdaderos estudios etnográficos a profundidad y revelaban rigor científico, pero también sensibilidad social. Esta tendencia debió mucho al doctor Juan César García quien dio sustento conceptual a la medicina social en América Latina, quien influyó en María Isabel Rodríguez, cuando esta estudió en México. García pugnaba por darle más espacio a las ciencias sociales en la medicina, pero desde una perspectiva marxista. Así cuando explicaba la demora del surgimiento de la sanidad estatal en Centroamérica, expresaba que se debía al “débil desarrollo de la producción capitalista y, por consiguiente, de una burguesía que transformara el Estado”. 

La medicina adquirió así un enfoque más social que le permitió entender mejor cómo los factores socioeconómicos influyen en la enfermedad y la salud. Esto sin menoscabo del dominio de las ciencias duras. El binomio salud-enfermedad implica ver la primera más allá de lo clínico para identificar sus determinaciones sociales. En realidad, implica complejizar el problema. La medicina social forzaba a entrar en la medicina preventiva y esto obligaba a revisar los planes estudio. Según García, la medicina social y preventiva no podía desarrollarse sin reformar los planes de estudio y los métodos de enseñanza. Hace unos años discutíamos estos temas en casa de María Isabel Rodríguez y al parecer inclinábamos mucho la balanza hacia lo social. Salvador Moncada terció diciendo, más o menos: no podemos hacer de la medicina simple servicio social. Con lo que nos hizo volver la mirada a otro componente clave: la investigación científica, sin la cual el compromiso social no va muy lejos.

Moncada se formó en la Facultad de Medicina de la UES, obviamente fue influenciado por esa apuesta a la medicina social. Posiblemente hubiera hecho carrera en esa tendencia, pero la turbulencia política que sacudió al país en la década de 1970, lo afectó. Fue expulsado y terminó dedicándose de lleno a la investigación científica en Inglaterra cosechando muchos frutos, entre los que destacan sus investigaciones sobre su descubrimiento sobre la prostaciclina. Una molécula que Moncada fue el primero en sintetizar y que incluso patentó; o sus trabajos que lo llevaron a determinar los procesos metabólicos para la formación del óxido nítrico en el organismo y cómo estos inciden en la vasodilatación arterial. Es injusto que pocos hombres sepan que cuando usan sildenafil, indirectamente deben mucho de la prolongación de sus goces terrenales al paciente y riguroso trabajo de Moncada. Lo realmente importante es cómo esas investigaciones han impactado positivamente en la vida de millones de personas. Esta es otra manera de darle sentido social a la medicina y la investigación científica.

Historiador, Universidad de El Salvador

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